La desaparición del pueblo abipón no escapa a las razones que provocaron la de las distintas etnias que ocupaban, desde tiempos remotos, la tierra de este lado sur del mundo. Producto de la violencia y la expansión blanca, los abipones se extinguieron hacia fines del siglo XIX. Vivían donde Patricia Gómez nació medio siglo después: Reconquista, Santa Fe. Hasta ellos fue ella, como buena vecina, a buscar el nombre de su sexto disco a la fecha: Jaaukanigas. "Quiere decir ´gente del agua´ y tiene mucho que ver conmigo, porque el trabajo está atravesado por la poética del río", enmarca la cantora, a punto de presentarlo este viernes 21 de setiembre a las 21 en el Teatro Monteviejo (Lavalle 3177). "Lo que intento hacer en narrar historias de cualquier persona que vive a la vera del río... sus cotidianeidades, sus amores, sus luchas, sus esperanzas, y sus ausencias. Llevo treinta y cinco años haciéndolo", se presenta la intérprete que se apropió de la pluma de varios autores para sintetizarlas en veintiún piezas, equidistantes (pero cerca) de dos ríos clave: el Paraná y el Uruguay.  

Por eso hay galopa, rasguido doble, chamarra, chamamé, candombe y gualambao. Y por eso tales plumas llevan por nombre Jorge Fandermole, Chacho Muller, Ramón Ayala, Teresa Parodi, Antonio Tarrago Ros y Coqui Ortiz, entre otros. "Tomo temas de ellos porque yo soy muy mala componiendo", sincera Gómez, que compensa tal contingencia con un formidable y muy fino sentido de la interpretación. "Me considero más bien una narradora de historias cantadas. Prefiero ser intérprete y versionar las canciones que elijo, de modo de poner en la impronta personal rasgos interpretativos, tímbricos, modos de decir, de contar, de cantar que tienen que ver con esto que quiero comunicar y con esto que soy". Gómez es además maestra de canto, profesora de música, directora de coros y gestora cultural que nació pegada al río, y jamás pudo abstraerse de él. 

"De niña tuve un contacto directo con el paisaje de las islas, de la costa, y de todo lo que acontece a su alrededor. Y a pesar de que el río se llevó a uno de mis hermanos, he podido transformar ese dolor en canto. Aprendí a amarlo, a respetarlo, a cuidarlo. Y me duele mucho ver que la gente no toma conciencia del daño que hacemos cuando no lo cuidamos". Sus interpretaciones juegan, entonces, un papel sanador en este sentido. Sea que las cante sola, caso la galopa de Machado y Pereson que da nombre al disco o "Alma de Lapacho", de Ramón Ayala. O acompañada, caso "Simón Caravalo", rasguido doble que hace a dúo con su compositora (Teresa Parodi) o "A Villanueva", chamamé de la tríada Minué--Montiel--Chamorro, visitada en tándem con Fandermole. 

"Grabar con Teresa fue como el sueño del pibe", se emociona. "La sigo desde muy chica. Recuerdo que el primer disco suyo que tuve El Purahei de Teresa Parodi, que me había regalado mi viejo. Amé esas canciones, tan profundas, tan distintas a todo lo que había escuchado... desde ese momento fue inmensa mi admiración por su obra, y en este disco, en el que repaso un poco de mi historia, pude darme el gusto de grabar con ella. Ese momento fue sublime. Tanta es su humildad, su carisma, su generosidad que me conmueve". Respecto de Fander, el lazo personal entre ambos proviene del 2009, cuando el compositor la convocó a ser parte de la delegación que representaría a Santa Fe en el festival de Cosquín. "Un día me llamó a mi casa, y cuando me dijo que era Fander pensé que era una broma. No lo podía creer. Obviamente que ya conocía su obra, y cantaba varias canciones suyas, pero el hecho de laburar bajo su dirección fue para mí uno de los momentos de aprendizaje más hermoso que tuve". 

Jaaukanigas opera como una continuidad estética de Piel de Río, su antecesor que, a diferencia del flamante, está armado como un libro de tres capítulos, un prólogo y un epílogo. "Cada capítulo contiene canciones que se conectan entre sí, por diversos hilos conductores en relación a dichos capítulos", detalla la cantora. "Creo que ambos discos tienen en común estas poéticas atravesadas por el río, aunque el último fue concebido como una propuesta de grupo que tiene una característica tímbrica casi exclusivamente acústica", compara Gómez, cuyo grupo forma con Emmanuel Gomez en acordeón, Alejandro Della Rosa en guitarra, Joselo Lobo en percusión, Mateo Zanuttin en bajo y Mariano Pereson, en piano, arreglos y dirección. "Siempre le canté al río", sigue, "Desde muy niña, en las tardecitas de invierno en la ronda del mate familiar junto a mis hermanos y mis padres. Y luego en los actos escolares, en la capilla del barrio, en los fogones criollos, y por supuesto en las fiestas familiares... quizá por eso, en muchas de las canciones versionadas en este disco doble, vuelvo un poco a esa niñez tan bella, casi mágica, con un dejo de nostalgia pero también de agradecimiento a la vida".

--¿Será por eso que no vive en Buenos Aires?

--Nunca lo había pensado así, pero es probable que ese sea el verdadero trasfondo. En realidad lo intenté dos veces y no pude. Me ganó el suelo, el lugar, el río cercano a mi casa, la siesta de chicharras y tererés bajo la parra, el saludo con los dos besos de la gente, el rosado de los lapachos, las calles tranquilas, las tardecitas en la vereda. Al fin de cuentas me di cuenta que no era tan difícil centralizar la actividad artística desde mi lugar, de hecho lo vengo haciendo desde siempre. Somos muchos los que elegimos quedarnos en nuestros terruños: Coqui Ortiz vive en Resistencia, y el Negro Aguirre en Paraná, Fander en Rosario. Sin dudas, Reconquista es mi lugar en el mundo.