Desde Macao

Por tercer año consecutivo, el cine argentino volvió a demostrar que juega de local del otro lado del mundo, en el International Film Festival and Awards Macao (Iffam). Sangre blanca, la película de la directora salteña Bárbara Sarasola-Day protagonizada por Eva de Dominici y Alejandro Awada, ganó este fin de semana el Premio del Jurado, el segundo en importancia, en el festival macaense. Para una muestra tan joven, que tiene apenas tres ediciones, la performance del cine argentino es sorprendente: en 2016, en su edición bautismal, el premio mayor fue para El invierno, opera prima de Emiliano Torres, rodada en el extremo sur de la Patagonia. El año pasado, una vez más el premio a la mejor película recayó en una película nacional, Temporada de caza, primer largometraje de Natalia Garagiola. Y ahora la película de Sarasola-Day vuelve a colocarse en el podio, esta vez en el segundo puesto, detrás del film coreano Clean-Up, de Kwon Man-ki, que se llevó el premio principal.

Integrada solamente por primeros y segundos largometrajes, como una forma de incentivar la producción local --todavía en ciernes en relación a la desarrollada industria del cine que tiene del otro lado del estuario del Río de las Perlas la inmensa ciudad de Hong Kong-- la competencia de Macao deparó más de una alegría a Sarasola-Day, quien había debutado en el largometraje con Deshora, estrenada en la Berlinale 2013. Para Sangre blanca, coproducida por Federico Eibuszyc para Pucará Cine y Diego Dubcovsky para Varsovia Films, ambos presentes en Macao junto a la directora, significó también su lanzamiento internacional, luego de su paso relativamente inadvertido por la cartelera porteña, en septiembre pasado.

La revista Screen International valoró positivamente al film y señaló que “la historia es a la vez apasionante y sombría”. Se trata de la ordalía de una chica mochilera (De Dominici), quien acosada por problemas de dinero se presta a hacer de “mula” en la frontera jujeña con Bolivia, trasladando en su intestino medio centenar de cápsulas de cocaína. Sola en una localidad hostil, hostigada por los narcos que la contrataron y con su novio muerto en la pieza del hotel como única compañía, a la chica no le queda más remedio que pedirle ayuda a su padre (Awada), un hombre que nunca ha hecho nada por ella y tampoco ahora parece dispuesto a hacer algo por su hija. “Sarasola-Day ha logrado crear un espacio sembrado de amenazas, donde las calles de la ciudad fronteriza parecen embrujadas por la clase de personas que se alimentan de los débiles”, abundó Screen International.

Más allá del premio a Sangre blanca, el jurado oficial, presidido por el veterano director chino Chen Kaige, perteneciente a la llamada Quinta Generación del cine de su país y recordado en Argentina por la superproducción de época Adiós mi concubina (1993), omitió premiar a la película china, justamente, que puede considerarse la revelación del festival. Se trata de Suburban Birds, opera prima de Qiu Sheng, que anuncia el surgimiento de un nuevo autor en el panorama del cine internacional y que ratifica la vitalidad del cine chino independiente, realizado al margen de las imposiciones del mercado. No resulta extraño que Chen Kaige, autor de un cine épico y narrativo en las antípodas del de Suburban Birds, le haya dado la espalda a un film que, por el contrario, se plantea como un objeto poético de una rara belleza, indiferente a la tiranía de la trama.

Con reminiscencias tanto de los primeros films del chino Jia Zhang-ke como del taiwanés Hou Hsiao-hsien, Suburban Birds sigue la deriva de dos grupos diferentes de jóvenes, que sin embargo parecen tener más de un lazo en común. Por un lado, el de un equipo de ingenieros que está haciendo un relevamiento de los desniveles que producen en el terreno las demoliciones en una ciudad de provincia, una de tantas que en la República Popular China se producen para dar lugar a nuevos emprendimientos. Y por otro, el de un conjunto de adolescentes de la misma ciudad, que ocasionalmente se cruzan con los ingenieros pero que sin embargo parecen coexistir en una dimensión temporal ligeramente diferente, como si unos fueran los ecos cada vez más cercanos de los otros. El modo en el que el director debutante Qiu Sheng organiza estos movimientos paralelos –apelando al sonido tanto como a una singular concatenación de las imágenes-- tiene una gracia, un misterio y un lirismo que hacen del director chino un nombre a recordar y a seguir.