“A partir de este momento comienza a deliberar en vivo el gabinete periodístico más informado e incisivo de la televisión, con las noticias y primicias más importantes, desde la República de la Información”. Todas las noches, a eso de las 23.15, con estas pomposas palabras el locutor da la bienvenida a un nuevo envío de Animales sueltos, el programa que conduce Alejandro Fantino, acompañado por un grupo de periodistas que parece ser la misma voz del gabinete nacional. Diseñado como un ciclo periodístico, dividido entre el repaso de los temas del día y de una larga entrevista a cargo de Fantino, el ciclo de América TV se posicionó como el espacio televisivo en el que con más énfasis se expresa el relato oficial. Extraña metamorfosis de un programa que nació en 2009 como un ciclo relajado, en el que el humor y el sexo eran sus temas más recurrentes, y que en paralelo al cambio de gobierno viró hacia la sinuosa arena política-judicial.

Pocos programas en la historia de la TV sufrieron la transformación, tan profunda como abrupta, que evidenció Animales sueltos en el último tiempo. Como si fuera un espécimen televisivo de Gregorio Samsa, el protagonista de La metamorfosis de Franz Kafka, que de la noche a la mañana se transforma en un monstruoso bicho, el ciclo dejó la liviandad con la que supo nacer para meterse de lleno en los temas más espinosos de la actualidad. A su particular modo, claro. Si hasta hace algún tiempo el último zapping de la medianoche inevitablemente hacía escala en Animales..., a la búsqueda de un momento de humor o de algún clima que el Fantino style podía generar en un mano a mano, desde 2015 ese “encanto” quedó sepultado. El otrora programa de humor “buena onda”, que a lo sumo apelaba a la emotividad que destilaba alguna historia de vida conmovedora, se deformó en un periodístico que “dialoga” con el relato de época que se quiere instalar desde los diferentes centros de poder.

Exponente televisivo de la “posverdad”, ese concepto que sirve para explicar un período histórico en el que la verdad dejó de ser el motor periodístico, el ciclo parece empecinado en provocar impacto cada noche. Cualquier recurso parece ser válido para ese fin, instalar ideas y/o temas que alcanzan un llamativo correlato político. La intencionalidad comunicacional es más fuerte que cualquier otra cosa a la hora de tirar alguna “información” sobre la mesa. Por eso no llamó la atención que Eduardo Feinmann, a quien Fantino definió anteanoche como “uno de los tres periodistas mejor informados del país”, haya presentado un video sobre una brutal balacera como si hubiera ocurrido ese mismo día en la Triple Frontera y como ejemplo de la lucha contra el narcotráfico, cuando en realidad se trataba de un hecho que había sucedido hacía más de seis años en Colombia, entre las fuerzas armadas y un grupo de traficantes de armas proveniente de Venezuela. La “falsa” noticia, que se emitió al mismo momento que se conocía la millonaria compra de armas de parte del Ministerio de Seguridad, se completaba con la idea de que las fuerzas de seguridad argentinas necesitaban mayor armamento.

Los estrechos lazos entre el ciclo y el gobierno se hacen visibles cada noche, cada vez que alguno de los “ministros periodísticos” expresa públicamente las versiones oficiales sobre los temas que abordan. Son ellos mismos los que afirman –casi siempre– que la fuente de la información es algún ministro. O en las diferentes situaciones en las que procedimientos de estricta reserva (sentencias o allanamientos) se difunden a través de alguno de los columnistas. Anteanoche, sin ir más lejos, se instaló desde la pantalla que el presidente estaba “bajo una amenaza de muerte narco”, donde se revelaron al aire detalles de la detención de un supuesto terrorista antes del Tedeum del 25 de mayo y de los cambios en la seguridad presidencial. Si bien los televidentes están acostumbrados a ver este tipo de informaciones, que el ciclo naturaliza, lo cierto es que Edi Zunino salió al cruce afirmando que no estaba de acuerdo en difundir esos detalles, ya que al tomar estado público terminaba por volver más vulnerable a la seguridad presidencial.

También Animales... fue el centro de difusión de la denominada –por buena parte de la industria audiovisual– “Operación Incaa”, para muchos la más burdas y expuesta de todas. El tono de la denuncia por “corrupción” a diversos funcionarios del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, presentada con infinitas hojas sobre la mesa, servía de plafón para hablar de un caso que ni siquiera habían tenido tiempo de leer, como quedó en evidencia en la confusión de nombres al momento de referirse a la Enerc (“Enrec”, “Enarc”), o en la falta de correspondencia entre los funcionarios involucrados y las fotos que ponían en pantalla. Una clara demostración que la urgencia de la operación mediática se imponía frente a la rigurosidad. De hecho, al día siguiente de “filtrarse” la información en el programa, la consecuencia fue inequívoca: Alejandro Cacetta dejó de ser el presidente del Incaa, tal como deseaba una parte del gobierno. El productor, que sin participación política había llegado al cargo por consenso de la industria, se vio obligado a renunciar. 

Si cada gobierno construye un relato propio en el cual sustentarse, la correspondencia entre lo que sucede en Animales... y las decisiones judiciales y políticas, ya sea como adelanto o como refuerzo, sitúan al programa en una suerte de abanderado de la agenda oficiosa actual. El ciclo cambió el recurso periodístico de la “ingenuidad” por el de constituirse como un resorte mediático del poder de turno.