En 1948, mientras esperaba con las valijas hechas el permiso para irse de Hungría para siempre, Sándor Márai se pasaba las horas en un sótano de la Biblioteca Pública de Budapest, leyendo diarios v
Dice el Talmud: “Los gigantes no deben casarse entre ellos, pues procrearán mástiles. Y los enanos no deben unirse, pues producirán pulgares”.
En la casa natal de Adriana Lestido, en el corazón de Mataderos, había una vieja cámara fotográfica de fuelle, arrumbada en un ropero. Era de su padre, que estaba preso.
“Fui pensando que iba a asistir a una ceremonia casi íntima. Pero en lugar de uno o dos sobrevivientes vinieron veinte, y en lugar de cincuenta personas de público había más de quinientas”, escribe Forn.
Cuando el jovencito Saul Bellow leyó por primera vez a Delmore Schwartz, en su cuartito de pensión en Chicago, supo al instante que ésa era la voz que había estado esperando y partió en peregrinaci
Cuando un escritor no puede publicar, cuando las editoriales le rechazan cada cosa que manda, ¿cómo llama a lo que guarda en el cajón?
Y en el horrible invierno del 82, post-Malvinas, dictadura, todo mal, conseguí por fin conocerlo, después de quemarle la cabeza durante semanas a Sylvia, su mujer, su cancerbero telefónico.
En 1939, en el Gran Teatro de Posnan, un bailarín remató su solo con dos vibrantes taconazos y, para su estupor, vio que el suelo temblaba, los vidrios se hacían añicos y la gente huía despavorida
En noviembre de 1964, la NASA y el Programa Espacial Soviético recibieron sendas cartas enviadas desde Zambia.
Osvaldo Soriano estableció desde su primer libro un pacto con los lectores que lo convertiría en el autor argentino vivo más leído de su época.