Dom 02.01.2005

CONTRATAPA

Alrededor de la Tierra

› Por Juan Gelman

El maremoto/tsunami del domingo pasado que devastó el sudeste asiático ha levantado oleajes de pesar en todo el mundo: segó 130 mil vidas humanas, tal vez más, dejó a la intemperie a 5 millones de desplazados, cambió la geografía de la región, modificó el eje de rotación de la Tierra, pero –se asegura– no tendrá repercusiones en el clima. Para qué. De lo último se encargan ante todo los países industrializados: con sólo el 20 por ciento de la población mundial, emiten el 60 por ciento de dióxido de carbono, metano y otros gases letales desprendidos del uso de combustibles fósiles –petróleo, carbón, gas natural– que se estacionan en las capas inferiores de la atmósfera, forman una suerte de manto que retiene el calor solar y producen el llamado “efecto invernadero” que está sobrecalentando el planeta. Las consecuencias se conocen: alza del nivel del mar por el deshielo de glaciares de la Antártida y de Groenlandia, olas de calor como la que provocó la muerte de miles de europeos en el 2003, intensificación de tormentas como los cuatro huracanes que en cinco semanas del mismo año asolaron Florida y el Caribe, exceso de lluvias e inundaciones en algunas zonas, sequías y desertificación en otras, y una desintegración de ecosistemas que amenaza la existencia de numerosas especies animales y vegetales. El fenómeno castiga sobre todo a los más pobres de los países pobres. Unas 3 millones de personas, las más vulnerables, mueren cada año a consecuencia de la contaminación del aire (“Desafío mundial, oportunidad mundial”, Naciones Unidas, Nueva York, 13/8/02). El 53 por ciento de esas muertes se produce en los países menos desarrollados, el 1,8 por ciento en los más.
El campeón de este genocidio industrial menos estruendoso que los sismos, pero no menos efectivo, es Estados Unidos, responsable del 25,2 por ciento de tales emisiones. Y no se trata de una casualidad que en la reciente Décima Conferencia de los países parte en la Convención Marco de la ONU sobre el Cambio Climático (COP 10), celebrada en Buenos Aires del 6 al 17 de diciembre, el representante estadounidense Harlan Watson reiterara la rotunda negativa norteamericana a aceptar las disposiciones del Protocolo de Kyoto de las Naciones Unidas de 1997 (ver Página/12, 7, 8, 9 y 18/12/04). Dicho Protocolo estipula que entre el 2008 y el 2012 el nivel mundial de emisión de esos gases debe regresar al registrado en 1990, y en los países industrializados a un 5 por ciento por debajo de esa marca. La Casa Blanca y los intereses económicos que defiende no están dispuestos a modificar su modelo de desarrollo y que al mundo le vaya como le vaya.
Watson habló, en cambio, de un hipotético plan de acción que su gobierno destinaría a reducir las emisiones del país del norte en un 18 por ciento para el 2012. Difícil de creer. Una de las primeras medidas que W. tomó al asumir su cargo en enero del 2001 fue el retiro de EE.UU. del Protocolo de Kyoto que había firmado. A esto contribuyó no sólo la estirpe con olor a oro negro de Bush hijo: la ExxonMobil, una de las multinacionales del petróleo y la petroquímica más poderosas del mundo, encabezó el lobby que exigía la revisión del “proceso poco realista y económicamente perjudicial de Kyoto”. El presidente yanqui le hizo caso de inmediato.
La Exxon es, a su vez, la empresa campeona de la contaminación ambiental del planeta: libera cada año, ella solita, el equivalente de 298 millones de toneladas de carbono, casi el doble que el Reino Unido, un país entero. Las emisiones de dióxido de carbono de la Exxon ocupan del 4,5 al 5,3 por ciento del total mundial y un 20 por ciento del total estadounidense (“La huella ecológica de Exxon”, Amigos de la Tierra Internacional, enero de 2004). Exxon financia decenas de “laboratorios de ideas” que difunden argucias descalificadoras del consenso científico internacional acerca del origen del cambio climático: insisten en que “el problema ambiental menos importante a nivel mundial es el posible calentamiento de la Tierra”. Grupos de presión como el Instituto de Competitividad Industrial (CEI porsus siglas en inglés) iniciaron incluso acciones judiciales para impedir la distribución de informes científicos sobre el “efecto invernadero” (www.exxonmobil.com/Corporate/files/corporate/public_policy1.pdf). En los últimos dos años, el CEI recibió 685 mil dólares de la Exxon, una petrolera que sabe invertir.
Es prácticamente imposible medir con precisión el coste económico de los daños asociados con el cambio climático. Según la Cruz Roja Internacional, causaron pérdidas por más de 400 mil millones de dólares en la última década (“World Disasters Report”, 2003). Un grupo de trabajo del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente evaluó que a nivel mundial esas pérdidas “se están duplicando cada diez años y, de seguir la tendencia actual, las pérdidas anules ascenderán a casi 150 mil millones de dólares en la
próxima década” (“Climate Risk
to Global Economy”, 2002, http://unepfi.net/cc/ceobrie fing_ccwg_unepfi.pdf). Tales perjuicios afectan y afectarán sobre todo a los países menos desarrollados y a los sectores más desposeídos de la población mundial. No a la ExxonMobil: sus ganancias netas ascendieron en el 2002 a 11 mil millones de dólares.

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