Mié 22.06.2005

CONTRATAPA

Recuerdos del futuro

› Por Leonardo Moledo

Los Anales de la Ciencia Argentina, todavía no publicados, y ni siquiera escritos por el aún no nacido Robert Bresson –que no casualmente llevará el mismo apellido del famoso director francés (Un condenado a muerte se escapa, Pickpocket o Mouchette)–, contienen observaciones que pueden sonar extrañas (y hasta irritantes) a los argentinos de principios del siglo XXI, a pesar de lo cual ha de ser una excelente crónica, y un buen punto de partida para la reflexión, si es que uno está dispuesto a dejar de lado ciertas exigencias de la corrección política del momento, siempre tan mudable y efímero.
Así, en la entrada correspondiente a “Sadosky, Manuel”, se lee:

“n. 13/abril/1914, f. 18/julio/2005, dist. mat., func. pub., c. c/Cora Ratto, una hija, C. Sadosky, s. nup. Katun Troise. La crónica que sigue –continúa Bresson– se construyó a partir de un artículo publicado el día siguiente al de su muerte –19/6/2005–, por Página/12, periódico de la época, de orientación intelectual, frecuentado por los sectores progresistas, y de fuentes dispersas y fragmentarias. Manuel Sadosky falleció en una madrugada desapacible, de diversas complicaciones derivadas de su edad, 91 años, muy avanzada según los cánones de la época. La vida de Sadosky reflejó adecuadamente la historia del país en el que le tocó actuar. A principios del siglo XX, la Argentina recibió un gran torrente inmigratorio, en el que se enmarcó la llegada de los padres de Sadosky, judíos rusos que huían del antisemitismo. La Argentina era entonces una tierra de promisión, propensa al ascenso económico y cultural por vía de la estructura educativa sarmientina (por Sarmiento, aparentemente un caudillo que alcanzó la presidencia de la República en el siglo XIX) orientada por la noción y la ideología del progreso y las concepciones de la Ilustración.
”Manuel Sadosky fue un perfecto exponente de la eficacia educativa de aquel sistema: su padre era zapatero; su madre era analfabeta, y tanto él como sus hermanos terminaron los estudios universitarios. En 1940 se doctoró en ciencias físicas y matemáticas en la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires (UBA), junto a Cora Ratto, su primera esposa. Ejerció la docencia y se perfeccionó en Francia (Instituto Henri Poincaré de París) e Italia (Instituto del Cálculo, en Roma), donde se orientó hacia la matemática aplicada, que lo llevaría más tarde a ser un pionero de la informática en la Argentina. Cuando regresó, fue perseguido por el gobierno peronista (ver ‘primer peronismo, ciencia del’) y recién a la caída del régimen pudo volver a la facultad en 1956, de la cual fue vicedecano mientras el meteorólogo Rolando García (ver ‘García, Rolando’) ejercía el decanato. Desde ese cargo, compró la primera computadora científica que tuvo la Argentina, a la que se llamó ‘Clementina’ siguiendo la costumbre de aquellas épocas en que las computadoras eran objetos verdaderamente raros (ver ‘Clementina’).
”Se iniciaba entonces un período fructífero que hoy la historia de la ciencia califica como ‘década de oro’, que fuera elogiada –dice Bre-sson– en el magnífico libro de Asytuzi (Nota: no hemos podido averiguar nada sobre él, porque aún no se publicó) y que quedó fijada en el imaginario científico argentino como un paraíso perdido, mediante el empuje de una generación entera de científicos como Zadunaisky, Klimovsky, Gutiérrez Burzaco (s/d), Oscar Varsavsky, Calderón, Giambiaggi, Bollini (s/d), Rebeca Guber, David Jacovkis, que más tarde sería decano de la facultad (Nota: aquí Bresson comete un error. Seguramente confunde a David Jacovkis, con su hijo Pablo Miguel, que sí fue decano).
”Campeaba en aquella década el ‘espíritu jacobino de los enciclopedistas’, con fuerte influencia francesa, barrido más tarde ya sea por el oscurantismo facistoide de Onganía (un miserable general de despreciable recuerdo), la ciencia ‘nack & pop’ (nacional y popular) de la frustrante experiencia de 1973 (no hemos podido averiguar –admite Bresson– en qué consistía tal “ciencia nacional y popular”) inmediatamente seguido por la intervención, esta vez abiertamente fascista, de un tal Ottalagano (s/d) dispuesta por el gobierno peronista (1974-76), y el control asesino, ya institucional de la dictadura (1976-83), que terminó con la espectacular derrota del Ejército Argentino en la aventura de la invasión a las islas Malvinas (para los ingleses de entonces Falklands), dirigida por un general del que sólo sabemos hoy que era un alcohólico consuetudinario y responsable de multitud de asesinatos. Más tarde, Sadosky fue secretario de Ciencia y Técnica del país, apenas restaurada la democracia, desde donde creó la Escuela Superior Latinoamericana de Informática (Eslai) –sobre la cual nada hemos podido averiguar, excepto que se trataba de una institución de primer nivel–, y que se extinguió bajo la gestión reaccionaria y oscurantista del sucesor de Sadosky, Raúl Matera, cirujano neurólogo y uno de los introductores de la lobotomía en la Argentina (ver ‘Matera, Raúl’).
”Sadosky se transformó en un símbolo: tanto sus contemporáneos como las sucesivas generaciones que lo recordaron y evocaron lo hicieron no como el gran científico que descubre nuevos resultados para su ciencia, sino como la figura que permite que muchos científicos lo hagan. Como sostienen Claudio Armenster y Amadeo Pérez Ranuk (no hemos podido averiguar a quiénes corresponden estos nombres), encarnó la tradición de la ciencia iluminista, la ciencia como liberadora de la condición humana, la ciencia como el combate contra el oscurantismo, la reacción y la barbarie, a través de épocas muy propensas, precisamente al oscurantismo, y en la que incluso algunas corrientes llegaron a renegar de la palabra ‘científico’, a la que colgaron el mote de ‘cientificismo’, que se usaba como un insulto.”

El artículo de Bresson sigue adelante, señalando la importancia del Instituto de Altos Estudios Manuel Sadosky, frente al cual se erigió una estatua del científico, con su clásico sombrero, que lo protegió de los salvajes palazos de Onganía la Noche de los bastones largos. Es bueno escribir estas notas, y estas contratapas, sabiendo que alguna vez serán una de las fuentes mediante las cuales algunos maestros, como lo fue don Manuel, serán recordados.

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