Dom 19.09.2004

DEPORTES  › LOS ENTRETELONES DE UNA DIMISION INESPERADA, PERO NO TAN SORPRESIVA

Diatriba de una renuncia incomprendida

La decisión de Marcelo Bielsa de alejarse de la dirección técnica de la Selección Argentina no tiene las explicaciones que brindó el entrenador como los únicos motivos para semejante determinación. También hay que tener en cuenta una relación complicada con Julio Grondona y la pelea con los clubes europeos en la cesión de los jugadores.

› Por Gustavo Veiga

Todavía cuesta creer la determinación que hizo pública Marcelo Bielsa el martes pasado. O, para ser más exactos, la razón que invocó para irse del seleccionado. Hipótesis podrían esgrimirse más de una. Aunque a esta altura, ¿qué importan? Un hombre que transmite energía arrolladora, que piensa por él y por los demás, de repente se va porque pierde vigor. Aduce que no tenía problemas con nada ni con nadie. Reconoce que disponía de todo. Y, ¿entonces?
Sólo una certeza parece sobrevivir entre tanta confusión: el técnico no escogió al azar el momento para renunciar. “Haberme ido antes hubiera sido una irresponsabilidad”, precisó. ¿Antes de los Juegos Olímpicos? ¿Antes del último partido contra Perú en Lima? ¿Antes de cuándo? El entrenador, personaje nietzschiano de esos que el fútbol alumbra muy de tanto en tanto, puede que se haya sacrificado a sí mismo en aras de su buena reputación. Un dilema sobre el que se interrogaba el filósofo alemán en Más allá del bien y del mal. Un título que le cabe a medida al rosarino.
Bielsa quizá no hubiera escogido ese libro de Nietzsche para su despedida. De hecho, cuando durante su última conferencia de prensa lo exhortaron a que titulara su alejamiento, se le ocurrió sugerir: “Ponga: grave enfermedad le quita energías al técnico de la Selección”. Ahora bien, ¿de qué enfermedad hablaba?
Hay varias teorías. Una se vincula a la tortuosa relación que mantenía con Julio Grondona. Los dos nunca se llevaron bien. A lo largo de seis años de tironeada convivencia, en rigor, una convivencia a distancia, a control remoto, este cronista puede dar fe de haberles escuchado a ciertos dirigentes frases como éstas: “Llegamos a tener el pudor de no ver los entrenamientos”; “la AFA desestimó partidos que el técnico no quería jugar y perdió plata” y “contó con la suma del poder absoluto”, entre otras.
Por supuesto, no todos piensan igual. Raúl Gámez, el presidente de Vélez, quien seguramente es uno de los que mejor lo conoce, definió así la salida del técnico: “Su retirada fue muy valiente. Estoy orgulloso de ser amigo de él”. Para otros, en cambio, equivalió a sacarse un peso de encima. No tendrán que tolerar más sus manías, como cambiar el avión para viajar a Perú por el último encuentro de las Eliminatorias y pagar, supuestamente, dos veces por ello.
Una relación complicada
Bielsa ignoraba a Grondona y éste lo dejaba hacer. El presidente de la AFA digirió a regañadientes que el entrenador no aceptara enfrentar a ciertos rivales, que rechazara la pesificación de su contrato tras la debacle económica de diciembre de 2001, la distante relación con los medios y, en general, la sensación de desprecio que le transmitía su empleado mejor pago.
Un episodio hoy casi olvidado demuestra cómo Grondona debía hacer malabares. Hasta el Mundial de Corea y Japón, Donato Villani era el médico de la Selección Mayor sin que nadie osara cuestionarlo. Cuando se negociaba la continuidad de Bielsa tras el fracaso en el 2002, el dirigente tuvo que salir a desmentir que no intentaba colocar al doctor Raúl Madero en su lugar. Lo curioso resultó ser que, una cuestión como la designación del médico, a menudo mucho menos conflictiva que el nombramiento de un técnico y hasta un preparador físico, se demoró varias semanas. A Madero, los dirigentes le habían insinuado la posibilidad de volver a cumplir la misma función que tenía en la época de Carlos Bilardo. Pero el mandamás de la AFA no pudo imponer su voluntad. El técnico no lo dejó.
Más próximo en el tiempo, otro hecho revela cómo Grondona le prestaba especial atención al desempeño del profesor Luis María Bonini. En Grecia, durante los Juegos Olímpicos, desafió a los enviados de un diario para saber si eran capaces de cuestionar la labor del PF. El dirigente no reparó que esa curiosa observación había sido escuchada por otro cronista argentino a unos pasos del lugar. ¿Se habrá enterado Bielsa de este tipo de comentarios?
Sea como fuere, privó la caballerosidad. El técnico renunció, remarcó que no tuvo “ningún problema puntual, con nada ni con nadie. Lo que necesité lo tuve...”, agregó que “la AFA siempre cubrió las necesidades de mi trabajo. Digo esto porque si no sería un ingrato” y remató, mientras corregía a un periodista: “Yo expresé que tuve el apoyo necesario, que es distinto a muchísimo”. No sea cosa que se interpretara un agradecimiento desmedido.
El rosarino se convirtió así en el primer director técnico que renuncia a la Selección desde que Grondona llegó a la primera magistratura de la AFA en abril del ‘79, en el primero que resultó confirmado tras una eliminación tan temprana en un Mundial y en el primero que ganó una medalla de oro para la Argentina en la historia de los Juegos. En cambio, para los desmemoriados vale la pena agregar que no fue el primero en llevarse a las patadas con el jefe. Daniel Passarella e incluso el Flaco Menotti podrían dar fe de ello.
Un hombre de la casa
José Néstor Pekerman es el entrenador que Grondona siempre hubiera querido tener a su lado. Así sucedió entre 1994 y 2002, en que decidió dar un paso al costado, cuando el dirigente le propuso reemplazar a Bielsa tras la capitulación en Japón. Nadie debería perder de vista que el bueno de José, un tipo íntegro, sencillo, un rara avis del ambiente por su modestia, es, además de todo eso, el hombre que descubrió el presidente de la AFA cuando casi nadie creía en sus condiciones para modelar talentos juveniles y lanzarse a la búsqueda de títulos mundiales donde antes la Argentina andaba escasa (excepción hecha del seleccionado campeón en el ’79).
Por eso, no es descabellado afirmar que Pekerman estaba incluso por delante de Carlos Bianchi en las preferencias de Grondona y sus hombres de confianza. Quedó en evidencia el jueves por la tarde en la sala de sesiones de la AFA, donde a las 17.05 fue presentado como el sucesor. El nuevo técnico brindó la sensación de que jamás se había ido de allí. “No hay plazos para él en esta casa”, habilitó el presidente, como si le extendiera un cheque en blanco.
Rodeado por Grondona y Julio Alegre a su derecha y José Luis Meiszner a su izquierda, el técnico esperó su momento para hablar. Ni siquiera habían transcurrido 24 horas desde que Bielsa había dado el paso al costado y allí estaba él. No era el hombre “estresado” y “cansado” de 2002, que “estaba peor que yo”, bromearía por entonces el presidente. Sí era el sexto entrenador de un seleccionado mayor durante el cuarto de siglo que Don Julio lleva al frente de la AFA, a razón de uno cada cuatro años y monedas (Menotti, Bilardo, Basile, Passarella, Bielsa y ahora él).
“José Pekerman es parte de esta casa. Ya sea en juveniles, mayores, o en donde sea. Tiene suficientes atribuciones ganadas dentro del fútbol argentino...”, le tiró flores Grondona. Durante la presentación ante los medios, se oficializó que el técnico firmará contrato por dos años y que sus colaboradores más cercanos serán Hugo Tocalli (alterno), Gerardo Salorio y Eduardo Urtazún (preparadores físicos) y Donato Villani (médico), el mismo grupo que armó en el ‘94. Queda todavía pendiente quién o quiénes bajarán a conducir los equipos Sub-20 y Sub-17, aunque esas funciones las continuará ejerciendo Tocalli.
En la AFA necesitaban resolver la sucesión “muy rápido” –como en efecto ocurrió– de modo que el 24 de este mes estuviera confeccionada la lista de jugadores que afrontarán el partido contra Uruguay por las Eliminatorias. Pero ese asunto es un tanto menor si se lo compara con un tema de “ultraactualidad”, como definió Meiszner a la puja que se avecina con el G14, el grupo de los clubes más poderosos del mundo. Grondona viaja hoy hacia Europa para tratar esta cuestión que podría convertirse en un dolor de cabeza para Pekerman. Un problema que Bielsa ya no estaba dispuesto a tolerar, escaldado como vivía por las ausencias de los futbolistas que convocaba.

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