Vie 11.09.2009

EL MUNDO  › OPINION

Los baasistas de Irak y Siria

› Por Robert Fisk *

En Damasco y en Bagdad casi puede sentirse la atmósfera de los viejos tiempos. Recriminaciones e insultos recíprocos, la llamada a consulta de embajadores y en sólo cuestión de tiempo, quizá, Siria e Irak vuelvan a romper relaciones diplomáticas. Nouri al Maliki, primer ministro iraquí, reclama la intervención de un tribunal internacional porque Siria se niega a entregar a un par de militantes baasistas a quienes acusa de estar detrás de los ataques suicidas que dejaron un saldo de al menos cien civiles muertos en las calles de Bagdad hace algunas semanas. Siria, en su defensa, asegura que su territorio siempre fue un refugio para aquellos que enfrentan la injusticia.

Hace veinte años, Saddam Hussein y Hafez al Assad enviaron terroristas a Damasco y Bagdad para que hicieran volar por los aires sus respectivas capitales. Hoy, Nouri al Maliki y el hijo de Hafez, Bashar, se atacan mutuamente. Por todos los vínculos tribales, las relaciones históricas y el fraternal amor por la “unidad árabe”, a Siria le gusta llamarse a sí misma “el corazón del panarabismo”. Por ahora, sin embargo, parece que los vecinos se seguirán atacando en tiempo y forma.

En la era Saddam-Hafez, a los agentes de cada uno, cuando los atrapaban, los colgaban en público: cuerpos de sirios muertos colgando en las plazas de Bagdad y balanceándose gracias a la suave brisa de la ciudad. Las mismas escenas ocurrían en Damasco. Hoy en día las cosas son un poco más civilizadas. Los iraquíes ya no atrapan a los terroristas –porque éstos, de hecho, ya se desintegraron con sus bombas–, sino que buscan reclamar a través del derecho internacional, mientras que el gobierno sirio se presenta como un santuario en Medio Oriente.

Aun así, las autoridades del gobierno en Siria tienen mejor memoria que al Maliki. Cuando corrían los viejos tiempos de hostilidades mutuas entre los aparatos baasistas de ambos países, al Maliki y Jalal Talabani, este último actual presidente de Irak, buscaron y obtuvieron refugio en Damasco de la furia del régimen de Saddam. Ambos estuvieron agradecidos en ese entonces de que Hafez al Assad se hubiese apiadado de sus almas y los hubiese acogido en el seno de la “madre de las naciones árabes”, otra de las formas en que al régimen le gusta llamar al país. Hoy, los sirios fueron rápidos en recordarles estos actos de generosidad y señalar su hipocresía actual.

“Siria nunca entregó gente que pidió asilo por estar bajo la amenaza de la injusticia, de actos arbitrarios y de la muerte”, afirmó ayer Al-Thawra, el diario oficial. “Ellos (al Maliki y Talabani) saben perfectamente cuál hubiese sido su destino si Siria hubiese tenido la clase de actitud que ahora reclaman”, les recordaron desde la publicación. El gobierno de Assad no niega que Mohammed al Younis y Satam Farhan estén en Damasco; en cambio, sí le pide al gobierno iraquí que le muestre pruebas de que los dos hombres estuvieron involucrados en los atentados, algo que sospecha será difícil de demostrar.

La hipocresía, sin embargo, puede encontrarse a ambos lados de la frontera. Hace no mucho tiempo me reuní con un general sirio encargado de construir defensas y torres de vigilancia a lo largo de la frontera de su país con Irak. Este me dijo, convencido, que estaba haciendo su trabajo para impedir que los insurgentes usaran a Siria como vía de paso para llegar a Irak e inmolarse. Pero la última vez que me reuní con la familia de un atacante suicida en el Líbano –el hombre se voló contra un convoy estadounidense en Irak occidental, cerca de la frontera con Siria—, su tío me contó que el muchacho había decidido inmolarse en Irak porque era mucho más fácil cruzar la frontera a través de siria para atacar a los soldados norteamericanos que atravesar la frontera sur libanesa para atacar al enemigo israelí.

Lo cierto es que la tensa relación entre los baasistas de Irak y Siria, aun en tiempos de Saddam, siempre supo tener sus momentos de distensión y mutuo entendimiento. El fundador del partido Baath, Michel Aflaq, fue un sirio de origen cristiano que terminó sus días en Irak (y cuya tumba, situada en lo que hoy es la Zona Verde de Bagdad, controlada por los estadounidenses, fue gravemente dañada por los bombardeos de Washington en el 2003).

Por eso, los dos hombres reclamados por Damasco, al Younis y Farhan, en tanto baasistas ellos mismos, seguramente no tendrán dificultad alguna en sumarse a los servicios de Inteligencia sirios y así pasar todos los secretos que conocen acerca de la estrategia de las fuerzas norteamericanas de ocupación y del estado real de las fuerzas de seguridad manejadas por el gobierno del iraquí al Maliki.

* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.

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