EL MUNDO • SUBNOTA › EL MAGNATE, IMPLICADO EN ESCáNDALOS SEXUALES
› Por Elena Llorente
Desde Roma
Con la renuncia del primer ministro Silvio Berlusconi concluye un nuevo ciclo del hombre que, guste a no, ha batido records en materia de permanencia en el principal cargo de gobierno de Italia. Su experiencia comenzó el 10 de mayo de 1994, cuando fue nombrado primer ministro por primera vez. Pero para llegar a eso, Berlusconi recorrió un largo camino como empresario y amigo de banqueros y de políticos importantes, cosa que en Italia y en muchos otros países allana el camino de los que quieren hacer negocios.
Nacido en Milán hace 75 años, Silvio Berlusconi estudió abogacía, pero rápidamente se dedicó a los negocios. Antes trató de ganarse la vida con el canto, una pasión que había descubierto en tiempos de la universidad. Y así trabajó en barcos de cruceros de la Línea C, tocando el piano y cantando. En 1978, Berlusconi se había inscripto en la logia masónica Propaganda 2 o P2, fundada por el “maestro venerable” Licio Gelli y a la que también pertenecieron personajes como el almirante y criminal argentino Emilio Eduardo Massera. En la década del ’80, sus excelentes relaciones con el socialista Bettino Craxi –a quien, se dice, financió buena parte de su campaña electoral y que fue primer ministro entre 1983 y 1987– le permitieron progresar en sus negocios. Había comenzado invirtiendo en la construcción, comprando terrenos y construyendo barrios enteros en las afueras de Milán, pero luego agregó el rubro de los medios de comunicación. Gracias a su amistad con Craxi –que, acusado de corrupción en la década del ’90, escapó de Italia y terminó muriendo en Túnez, donde tenía una casa de veraneo–, en efecto, Berlusconi fue el único empresario privado que obtuvo los permisos para tres canales de televisión nacionales –exactamente la misma cantidad de canales que tenía el Estado con la RAI–, cosa que hasta ese entonces no estaba permitida para evitar los monopolios informativos.
Poco después, Berlusconi compró además canales en Francia, España y Alemania. La avanzada sobre los medios de comunicación no se detuvo en las televisiones. Fininvest también consiguió el control de la editorial Mondadori y de una serie de otras editoriales menores y, con eso, de revistas y diarios como Il Giornale y el semanario Panorama. Hoy Fininvest y Mediaset tienen importantes inversiones o controlan editoriales, bancos, financieras, empresas de construcción, propiedades inmobiliarias, producción y distribución de películas y de series televisivas y clubes de fútbol como el Milan, entre otras cosas.
Un personaje con estas características, ideal del “self made man” que tanto valoran algunas culturas, es decir, el hombre que construyó un imperio aparentemente solo y desde abajo, no podía menos que despertar admiración entre los italianos. “Como es rico, no va a robar como otros”, pensaban los que lo votaron. En efecto, según la revista Forbes, es el tercer hombre más rico de Italia. Pero la historia demostró que las cosas no son siempre tan simples ni claras como parecen.
En Italia, el primer ministro no es votado directamente por el pueblo, sino que es designado por el presidente de la República en base al resultado de las elecciones, y generalmente es el jefe del partido o la coalición mayoritaria. La experiencia comenzada en 1994 –después de haber fundado su partido, Forza Italia, un año antes– duró poco más de siete meses. Se vio obligado a renunciar porque, estando en Nápoles, en una conferencia internacional de Naciones Unidas sobre criminalidad organizada, trascendió que estaba siendo investigado judicialmente por supuesta complicidad con la mafia. La Liga Norte, el partido del norte de Italia, conservador y racista, que ya entonces era su aliado, le quitó su apoyo.
Pero esa acusación, como otros procesos –se habla de más de 20, la mayoría por corrupción, evasión fiscal y otras actividades ilícitas– nunca llegó a buen puerto. Las causas contra Berlusconi generalmente cayeron en prescripción y las que terminaron, nunca llegaron a una condena. Hoy tiene pendiente ante la Justicia al menos cuatro procesos importantes, uno de ellos por prostitución de menores y abuso de poder, el famoso caso Ruby, por el nombre de la muchacha marroquí implicada. Otro proceso, el caso Mills, en el que está acusado de corromper a un abogado inglés para que declarara en falso en su favor, cae en prescripción en pocos meses más y la Justicia, por ahora, no ha llegado a ninguna sentencia.
En 2001, Berlusconi fue reelegido primer ministro y duró hasta 2006. Luego fue reelegido en 2008 hasta ahora. La oposición lo acusa, entre otras cosas, de emplear al Parlamento para fabricarse leyes a medida, que lo protejan de sus juicios o protejan sus inversiones. En total ha estado al frente del gobierno, en distintos momentos, más de ocho años, una cifra nada desdeñable en un país que se ha caracterizado por gobiernos bastante inestables. Sin embargo, ningún otro primer ministro italiano ha estado implicado en tantos escándalos financieros y sexuales como él. Y lo que es peor, buena parte del público italiano, en vez de condenarlo, lo perdonaba, sobre todo los hombres, porque tal vez simbolizaba lo que ellos querían hacer.
El período más agitado de su vida política ha sido sin duda el último año y medio, cuando los problemas del país se mezclaron con sus historias personales, los juicios, su segundo divorcio, las historias del bunga bunga y las frecuentes fiestas llenas de prostitutas pagadas por el premier o por los empresarios que querían congraciarse con él para obtener licitaciones, que salieron a relucir gracias a una serie de interceptaciones telefónicas y de denuncias. Berlusconi se había divorciado de su primera mujer, Carla Dall’Oglio, en 1985. Con ella tuvo dos hijos, Marina y Piersilvio, hoy adultos que trabajan en Fininvest. Pero a su segunda mujer, la actriz Verónica Lario, la había conocido en 1980 y mantuvo una relación paralela con ella todos esos años. Con Lario tuvo tres hijos, Bárbara, Eleonora y Luigi, pero recién se casó con ella en 1990 –testigos de casamiento fueron Bettino Craxi y su esposa–, cuando ya habían nacido los tres hijos. Fue Verónica Lario quien destapó la olla, por así decirlo, de los escándalos sexuales del premier, confesando en una carta escrita al diario opositor a Berlusconi, La Repubblica, que pediría el divorcio porque su marido estaba enfermo y necesitaba tratamiento. Ella se refería a las fiestas conocidas como “bunga bunga”, donde había strip tease, danzas osadas y relaciones sexuales, que el premier celebraba desde hacía años en sus casas repartidas por el país y que sus abogados llaman “cenas elegantes”. A algunas de esas jóvenes que se prostituían en esas fiestas para conseguir a cambio un trabajo en televisión u otros favores del premier –Il Cavaliere repartía joyas y dinero sin problema– las había instalado en departamentos de un edificio de su propiedad sin cobrarles alquiler, el ahora famoso Dimora Olgiettina, de Milán.
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