Lun 24.07.2006

EL MUNDO • SUBNOTA  › OPINION

La Habana, Tonkin, Gaza

› Por Atilio A. Boron *

La indiferencia mundial ante el genocidio perpetrado por el gobierno israelí en Medio Oriente, primero en Gaza y ahora en Beirut y el sur del Líbano, es una elocuente prueba de la descomposición moral de los líderes del “mundo libre y las democracias occidentales”. Estos honorables varones consienten una masacre que, desde el punto de vista del derecho, hace retroceder a la humanidad casi 4 mil años, a épocas anteriores al Código de Hammurabi –siglo XVIII antes de Cristo– y en el que se estipulaba que sus leyes debían evitar que “el más fuerte oprimiese al débil” y garantizar que “la justicia acompañe a la viuda y al huérfano”.

Hoy, esa ilustre pieza de arqueología jurídica parece revolucionaria cuando se la mide con el inaudito retroceso experimentado por el derecho de las personas en Medio Oriente. Poblaciones civiles indefensas son sometidas a una salvaje destrucción por el solo hecho de compartir, involuntariamente, su hábitat con Hezbolá o con Hamas. Se estima que cerca de la mitad de las víctimas de la maquinaria de guerra israelí son niños, y más del 95 por ciento civiles que nada tenían que ver con una u otra organización. Un castigo indiscriminado y cruel, que no alteró el banquete del G-7 en San Petersburgo porque sus comensales estaban demasiado preocupados discurriendo sobre la temible amenaza a la paz mundial que plantean las cañitas voladoras de Corea del Norte. La destrucción de Beirut y “la limpieza étnica” practicada ahora por los descendientes de las víctimas del Holocausto no fueron considerados en ese ágape como asuntos que debían ocupar la atención de tan magníficos estadistas.

¿Hay alguna racionalidad detrás de tanta sinrazón? Cuando Condoleezza Rice manifestó la oposición de Washington al alto el fuego y ni se molestó en llevar el asunto al Consejo de Seguridad, ofreció algunas pistas interesantes. “Dejen que Israel haga su trabajo”, dijo. Primero, borrar del mapa a Beirut, como antes la Franja de Gaza. Luego, que vengan las Naciones Unidas para darle un cariz legal al genocidio y que se encarguen de poner en marcha el deseado “cambio de régimen” que instale un gobierno títere en ambos territorios. ¿Por qué no pensar que la racionalidad de toda esta barbarie se encuentra en el plan de dominación mundial que alientan los ideólogos del “Nuevo Siglo Norteamericano” y sus personeros en Washington? Se trata de aprovechar la oportunidad, como hicieron con el 11-S, para implementar un proyecto reaccionario que en condiciones normales –es decir, sin una población aterrorizada por los atentados– hubiera sido imposible llevar a la práctica.

Y si la oportunidad no viene sola, siempre se la puede crear. Recordemos que esta carnicería se de-sencadenó cuando una lancha patrullera israelí “por error” ametralló una playa en Gaza, matando a cinco palestinos que estaban disfrutando de un día de descanso. No eran guerrilleros ni miembros de Hamas, sino cinco civiles desarmados. Eso provocó la respuesta violenta de combatientes palestinos que terminaron capturando a un cabo israelí. Luego vino la debacle. ¿Es razonable pensar que las fuerzas armadas de Israel –probablemente uno de los ejércitos mejor entrenados y pertrechados del mundo– puedan haber incurrido en semejante error? No es imposible, pero sí muy improbable. Pero un memorioso no puede dejar de recordar que Estados Unidos es muy afecto a esta costumbre de crear oportunos incidentes que luego justifican una acción armada. El presidente Lyndon Johnson logró que el Congreso de EE.UU. lo autorizara a enviar tropas a Vietnam gracias a un supuesto incidente en el golfo de Tonkin, totalmente fraguado por la Casa Blanca y según el cual la marina de Vietnam del Norte habría atacado a un par de destructores estadounidenses.

Mucho antes, en 1898, la misteriosa voladura del acorazado Maine en el puerto de La Habana había precipitado la declaración de la primera guerra imperialista de los Estados Unidos, contra España, y a resultas de la cual se apoderaría de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas. ¿Por qué descartar esa hipótesis en esta oportunidad, cuando lo que está en juego es la estabilización de su dominio en Medio Oriente, puesto en jaque por las desastrosas consecuencias de su aventura en Irak?

* Secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso).

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