Dom 19.09.2004

EL PAíS  › REDRADO BUSCA CONTINUIDAD Y CAMBIOS SUAVES

Rumbo firme y sin virajes

El nuevo presidente del Central mantendrá la meta inflacionaria, el dólar a tres y las tasas bajas. Buscará más bancarización.

› Por Cledis Candelaresi

Héctor Martín Pérez Redrado, más conocido por su segundo nombre y apellido materno, promete comandar desde el jueves el Banco Central sin ningún viraje abrupto. El nuevo jefe concuerda con la estrategia del saliente Alfonso Prat Gay: la meta de inflación como rectora de la política monetaria, un dólar que siga rondando los 3 pesos y las tasas de interés al nivel actual, que a su juicio son “bajas”. Sí puede que haya alguna diferencia de matices entre el que se va y el que llega, si se atiende a la intención de éste de vigorizar la bancarización por el uso masivo de tarjetas de débito, como las que permitirán a los titulares de planes sociales cobrar su beneficio. O a su idea de que la Superintendencia de Entidades Financieras consolide un rol preventivo y “no intervenir ex post”, cuando el derrumbe del banco en problemas es irremediable. Pero quizá la verdadera diferencia es la voluntad de disciplinarse al rumbo fijado por Néstor Kir-
chner, omitiendo cualquier cuesionamiento a las determinaciones del ministro de Economía, Roberto Lavagna.
El hasta ahora secretario de Relaciones Económicas Internacionales de la Cancillería se jacta de saber ceñirse “al metro cuadrado” que se le asigna en cada cargo. Esa autorrestricción es lo que le habría permitido sobrevivir en la función pública durante doce años, en diversos puestos asignados por el Partido Justicialista, a pesar de no ser estrictamente un técnico de este riñón. Ahora promete replicar esa conducta absteniéndose de emitir juicio sobre la renegociación de la deuda defaulteada o la discusión con el Fondo Monetario Internacional, evitando incurrir en el error político que le costó el cargo a su antecesor. Sus opiniones sobre esta materia quedarían reservadas a la intimidad de una conversación con el propio Presidente, y serían emitidas “sólo en caso que me lo pida”, según se comprometió ante un estrecho colaborador del mandatario.
La realidad es que el futuro titular de la autoridad monetaria puede eludir rencillas públicas con el ministro de Economía, pero difícilmente pueda abstenerse de participar en cuestiones que hoy Redrado considera “totalmente ajenas” a su competencia, como la reestructuración de la deuda pública. El presidente del Banco Central también firma las cartas de intención con el FMI y autoriza la liberación de reservas para los pagos. Su compromiso de abstención es, en rigor, de subordinación.
Prat Gay discrepó con la estrategia de renegociación de la deuda externa desde el comienzo, objetando a oportunidad de la oferta. Amén de otras objeciones más coyunturales, el técnico encumbrado por el duhaldismo opinaba que la Argentina debería haber apurado un acuerdo con los bonistas desairados cuando estaba en pleno colapso y no con la reactivación en marcha, que estimula el afán cobrador de los acreedores. Una diferencia importante con el ministro de Economía, que se hizo pública.
Otra discrepancia entre ambos se dio en torno del objetivo de la política monetaria y cambiaria. Lavagna aspira a priorizar un tipo de cambio alto, que proteja a los productores locales, dé competitividad a los exportadores y permita hacer caja con las retenciones. Pero el titular saliente del Central abarcó el criterio de inflation targeting, que condiciona la emisión y otras decisiones afines al mantenimiento de un nivel de precios los más bajo y estable posible, sin desvelarse por el tipo de cambio.
Estas diferencias de criterio quedaron expresadas en algunas ocasiones concretas, como cuando Prat Gay moderó las compras de divisas por parte del Central, dejando que el peso se apreciara: el dólar caía a 2,70 y las críticas sobre Prat de economistas afines al Palacio de Hacienda –y en la intimidad, de su propio conductor– arreciaban.
Redrado se propone resolver sin dificultad esta disyuntiva, “profundizando la política de metas por inflación”, prevista entre el 7 y el 11 por ciento para el año próximo. Eso le permitiría mantener el mismo ritmo de emisión actual, sin riesgos inflacionarios ni de corrida cambiaria, menos cuando la falta de crédito bancario elimina lo que los técnicos llaman “el factor de multiplicación”. Pero, al mismo tiempo, proclama la importancia de tener un tipo de cambio real “competitivo, que le dé previsibilidad al sector productivo”. Esto no es otra cosa que un dólar de 3 pesos, sin grandes oscilaciones.
Bajo la órbita de Redrado, el Central seguirá aprovechando el importante superávit comercial para reforzar las reservas y, al mismo tiempo, mantener el tipo de cambio con intervenciones. Por cierto, algo no muy diferente a lo que hizo hasta ahora el funcionario reemplazado. Pero tanto esto como el inflation targeting están lejos de suponer una política de piloto automático. Por el contrario, el nuevo comandante de la política monetaria y cambiaria tendrá que resolver disyuntivas como las que esbozan ahora, en que los industriales más beneficiados por la devaluación presionan por un dólar aún más alto, mientras que algunos precios de productos de primera necesidad amagan desbocarse.
El Golden Boy que en 1991 arribó a la Comisión Nacional de Valores con el padrinazgo de Carlos Menem diseñará su estrategia sobre aquellos ejes y otras ideas fuerza, quizá de menos rango pero no menos ambiciosas. Como éstas:
u Mantener la actual política de tasas de interés, aunque a su juicio son bajas y, aun así, no resultan suficientes para animar la demanda del crédito, en parte porque éste se ofrece a muy corto plazo. El futuro presidente del Central sabe que un total de depósitos por 96 mil millones de pesos genera una gran liquidez y mantiene relativamente bajo el costo del dinero. Su idea es respetar la oferta y demanda de pesos sin adoptar por ahora ninguna medida que altere bruscamente esta situación.
u Promover la captación de depósitos que se ajustan por CER. El criterio es que ese dinero provea a los bancos una “masa crítica” vital para ofrecer préstamos a plazos más largos, ya que ese dinero, que queda al resguardo de la inflación, se toma por períodos mayores. Esa extensión y tasas de interés relativamente bajas podrían a su vez alentar la toma de préstamos.
u Estimular la bancarización, promoviendo el uso de tarjetas de débito. En este sentido, Redrado reconoce como una meta importante y de concreción inmediata la de proveer del plástico a beneficiarios de los planes Jefas y Jefes de Hogar.
u Tiene muy presente que los bancos hoy tienen tasas de rentabilidad positiva. Esto permite archivar como dato histórico las pérdidas que le hubiere ocasionado al sistema la pesificación asimétrica. “Lo que se hizo, ya se hizo”, sentencia en la intimidad el funcionario, considerando como un tema que se clausura en la Justicia los debates en torno de las pretendidas compensaciones.
u Es necesario hacer un seguimiento atento de la Superintendencia de Entidades Financieras que, a su juicio, debería agilizar su intervención para prevenir problemas de bancos en problemas. Esto podría suponer una política de intervenciones más aceleradas del Central o bien que la autoridad monetaria vigilaría con más celo lo que ocurre en el mercado financiero, ajustando los controles sobre las entidades, apenas se esbozan los problemas. “No puede seguir como ahora, mirando las cosas cuando ya ocurrieron”, comenta.
u Se abstiene cuidadosamente de opinar sobre la eventual privatización de los pocos bancos públicos, con el mismo argumento con que elude desde ahora hacer comentarios sobre la renegociación de la deuda: es un tema que trasciende la órbita del Central.
En algún sentido, Roberto Lavagna suspirará aliviado. No sólo se acaba de integrar un directorio más afín a su pensamiento, sino que el nuevo titular asumiría con el confeso propósito de no confrontar con el ministro. Este eventual conflicto no se dio hasta ahora, mientras Redrado se desempeñó en la Cancillería como secretario de Relaciones Económicas Internacionales, tarea muy ligada a Economía. Desde este lugar, desarrolló la proclamada estrategia “multipolar”, por la que Argentina negociaba simultáneamente con Estados Unidos, por el Alca, y con el bloque rival, la Unión Europea, intentando obtener algún beneficio de la puja entre esos contrincantes que se disputan la hegemonía comercial sobre la región. Una táctica que jamás intentaría importar al seno del gabinete nacional, y que de poco le serviría a su nuevo rol de técnico subordinado que, en las formas, proclama la importancia de un Banco Central autónomo.

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