Sáb 25.09.2004

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

El clima cambió a pesar del Fondo

› Por Luis Bruschtein

Cada vez que se abre una nueva etapa el escenario se puebla con las imágenes difusas que cada quien concibe sobre sí mismo y sobre los demás. Es difícil en esos discursos encontrar el país que realmente es y qué lo compone. Un escenario es el de un país que no puede pagar su deuda o que sólo puede pagar una cantidad que no afecte su crecimiento y el otro es el de un país que no quiere pagar. Son las Argentinas visualizadas por los que tienen que pagar por un lado y los que tienen que cobrar por el otro. Otra imagen es la de un país que está cambiando, con su contrapartida que asegura que no está cambiando nada. El Gobierno asume que está cambiando y lo mismo hace el pensamiento clásico de la derecha. En esto coinciden el Gobierno con esa fracción de la oposición, que por eso se opone. Parte del centroizquierda y los partidos de izquierda de la oposición aseguran que sólo cambió el discurso y nada más y por eso se oponen, pero coinciden en ese lugar con aquellos que protestan porque dicen que las cosas cambian.
En ese juego de espejos, miradas subjetivas, con trasfondos, intereses, necesidades políticas, juego de fuerzas y futuros inciertos, de repente aparecen puntos de contactos planetarios que ponen el debate en otro escalón, como el reconocimiento por parte del ex alto funcionario del FMI, Claudio Loser, de que el país no puede pagar mucho más de lo que está ofreciendo. No hay que ser adivino: los resultados obtenidos en un año y medio con alto crecimiento y nivel de recaudación, que difícilmente se sostengan en el tiempo, demuestran que es absolutamente imposible. Ese es un hecho real, más allá de los imaginarios y deseos, a tal punto que la discusión plantea entonces el interrogante sobre los márgenes que tiene incluso la propuesta del Gobierno.
El tres por ciento de superávit fiscal puede convertirse en un compromiso envenenado si se parte de una previsión de crecimiento menor de la que hubo en los dos años que pasaron. Y cabe también preguntarse la razón por la que un dato tan evidente fue tan negado por los organismos financieros internacionales y por sus representantes en los medios locales durante el proceso de discusión previo. Saben que si sacan más plata corren el riesgo más que seguro de un no tan futuro nuevo default todavía más desastroso que el actual.
Si toda esa presión no fue para obtener el imposible de mucha más plata para los acreedores privados, para el único ángulo que puede dirigirse es al de conseguir compromisos por parte del Gobierno. En la gira de Néstor Kirchner por los Estados Unidos se verificó un cambio favorable en el clima que rodea a la propuesta oficial de pago y quita de la deuda privada, pero se empezaron a escuchar reclamos más fuertes sobre los “marcos de seguridad legal”, la “falta de definición sobre las tarifas de servicio público”, la “flexibilización laboral” y exigencias para compromisos de aumento del superávit para llevarlo a los niveles de Brasil o de Turquía. Cada medida que se tome en el plano económico, desde la inversión en obras públicas, en gasto social o en educación, hasta las propuestas de controles a los servicios privatizados o la creación de la empresa nacional de energía, pasará por la picadora de carne de esa presión negociadora.
La injerencia del Fondo Monetario se hace sentir como si la Argentina le estuviera pidiendo prestado o le hubiera aplicado una quita similar a la de los acreedores privados. Pero el país le está pagando religiosamente y a lo sumo trata de renegociar sus pagos. El flanco vulnerable del país ha sido tratar de lograr una actitud más permeable del Fondo en la negociación con los acreedores privados. Pero la estrategia del organismo financiero ha sido jugar con los acreedores para presionar al gobierno. La relación histórica con el Fondo Monetario no ha sido beneficiosa para la Argentina y mucho menos cuando cumplió a rajatabla con sus exigencias. El endeudamiento salvaje y el empobrecimiento fueron la consecuencia de sus recetas. Y si ahora, la propuesta del Gobierno sobre la deuda llega abuen término, habrá sido a pesar de las trabas que le puso el FMI. O sea, cuando a la Argentina le fue mal, el FMI quedó mal parado. Y si le empieza a ir mejor, también será otro papelón para el todopoderoso y sabelotodo Fondo Monetario Internacional. A un costo muy alto, la experiencia argentina se ha convertido en el principal descrédito del organismo en todos los foros del mundo, aunque en el país sigue habiendo muchos que lo defienden y aceptan esa injerencia interna que ha sido funesta.
Durante todo el proceso de negociación hubo medios y sectores que propiciaron la rapiña y que incluso llegaron a alentar que se hiciera un pago a los acreedores con reservas o con superávit. Algunos de esos medios han calificado a Kirchner de comandante montonero, al igual que el ex presidente Carlos Menem, quien en el acto que hicieron ayer sus seguidores se declaró desde Chile como “perseguido político”. Ayer también, en el Comité Capital de la UCR, Nina Peloso hizo una conferencia de prensa para denunciar que Raúl Castells, detenido en el Chaco, una provincia gobernada por radicales, también era un preso político.
El cruce de significados contradictorios en estas visiones todavía difusas que juegan en el escenario político puede hacerse de mala fe. Pero en realidad, también aparece contradictorio para un gobierno que manifiesta su sensibilidad con la problemática de los excluidos que uno de sus principales referentes esté detenido. Todo ese paquete de perseguidos, presos y otros liberados, al igual que otras lecturas del mismo tipo, puede llevar agua al océano de visiones confusas y parciales que tratan penosamente de ser terminantes y totalizadoras.
Si el país cambia o no, se presenta como una discusión falsa, porque en realidad la pregunta es cómo cambia y cómo juegan los protagonistas en ese cambio, cuántos de los cambios se producen por la inercia de los procesos que se dispararon con el default y la devaluación y cuántos se producen o no por intervención de la política. La pregunta es si la política se limitó a acompañarlos o los planteó y los concretó o los profundizó. Afirmar que el Gobierno hace lo que quiere el FMI, igual que Fernando de la Rúa y Carlos Menem, parece una lectura simplista. Es más enriquecedor discutir si esa es la única política posible y plantear las opciones y los mecanismos.
En muchos sentidos, la forma en que el Gobierno termine el año estará atada a la forma en que se resuelva la negociación de la deuda. Incluso en los barrios pobres será un tema que tendrá un impacto fuerte. Pero el mayor impacto se verificará en esos barrios según el destino del dinero que se rescate de esa negociación. Porque la lucha contra la pobreza y la exclusión va más allá de la teoría del derrame, sea industrialista o neoliberal. Los cambios leves que se verificaron en los índices de pobreza no se produjeron sólo por la famosa tendencia de los mercados. Se diría más bien que la expresión política de esos mercados fue reaccionar como leche hervida ante cualquier decisión, por mínima que fuera, que alterara las reglas de juego estipuladas en el pasado. Aunque se produzca en el marco jurídico institucional y en forma democrática, cualquier cambio contra la desigualdad enfrentará la oposición cerril de los que se favorecen con los procesos de concentración de la riqueza. Y el consenso sostenido y necesario para impulsar el camino hacia un país más justo estará fundamentalmente entre los sectores populares. En el medio de ese espectro social se pueden producir apoyos y deserciones, pero las dos puntas de esa ecuación siempre se han expresado de esa manera en los procesos de cambio, al menos en países como la Argentina.

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