EL PAíS
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La novela del poder
Por Eduardo Aliverti
Hay una serie de noticias que son como una novela televisiva emitida sin cesar. A veces es una misma acción. Y otras, como en estos días, son mostradas todas las acciones juntas. Acaba de emitirse otra vez el episodio de la masacre carcelaria. Lo trasladaron a Coronda, y en un rapto de imaginación lo atribuyeron a un conflicto de bandas rosarinas y santafesinas. Y por allí, finalmente perdido, como de costumbre, apareció alguno en rol secundario advirtiendo que es un absurdo buscar las causas estructurales en la mera pelea de tribus, y ni siquiera en las presuntas internas del Servicio Penitenciario. Que el punto es y serán las condiciones infrahumanas de los detenidos, que crecen al galope desde la sanción de leyes más duras contra el delito para que el delito ni se dé por enterado. El espectáculo pasó como siempre por otra parte, tanto como el morbo de los televidentes: los quemados vivos, el olor a carne humana, la promesa de venganza de los familiares de los rosarinos. Listo. La semana que viene la acción habrá desaparecido, aquí no ha pasado nada y algún guionista ya estará destinado a pergeñar el próximo sinfín en alguna cárcel patagónica, por ejemplo, apoyando la acción en el conflicto etiológico entre Rawson y Trelew, por ejemplo.
La protesta en el Hospital Garrahan es otro de los episodios centrales. Y la novela, al igual que la prensa, encontró aquí su golpe bajo más degeneradamente canalla. Montaron una cacería sobre los trabajadores del centro pediátrico más importante del país, ayudados por la impresión lacrimógena que provoca la suspensión de cirugías a chicos. Los intérpretes de la dirección del hospital, y de los funcionarios, y de la radio y la televisión, mostraron los sueldos de los desgraciados que están en huelga, en actitud calcada a la de Metrovías cuando pararon los subtes; y lloraron que los rebeldes ganan más de mil pesos mientras los pobres maestros, o los pobres jubilados, o los pobres quienes fueran, no llegan ni a la mitad de lo que ganan estos insensibles. La novela evitó poner al aire que tienen los sueldos congelados hace trece años; que el Garrahan cuenta con sus propios ingresos porque les cobra a las obras sociales; que los que cobran más de mil pesos lo hacen a costa de decenas de horas extras. Y, antes que nada de nada, la novela evitó a cualquier actor declamando que las equiparaciones no pueden hacerse hacia abajo.
La novela es repitente de su propia hijaputez: el tema es que se reprograman las operaciones de los chicos y no cuál es la distribución del ingreso y el sistema de salud que obliga a que las operaciones de los chicos estén en riesgo potencial permanente. Las lágrimas de los cocodrilos se derraman después de que alguien llame la atención, nunca antes. Hoy es eso, el Garrahan. Mañana, el guionista descubrirá la panza inflada de una nena tucumana desnutrida. Que desaparecerá la semana siguiente porque la sensiblería la reemplazará con muerte de la madre adolescente por aborto mal hecho. Que desaparecerá la semana siguiente, si es por salarios, para que aparezca cómo puede ser que una enfermera gane más que yo, que soy una docente, que encima les tengo que dar de comer a los chicos. Que desaparecerá la semana siguiente, sustituida porque los albañiles, negritos o paraguayos, están mejor que yo, profesional que se peló el traste toda la vida. Noticias reales, y la ficción que mejor le conviene a cada uno. De fondo, eso que es más viejo que la prostitución: no vale criticar desde el resentimiento individual. Salvo para las necesidades de las novelas, en tanto novelas políticas que les sirvan a las necesidades del poder.
Mismo terreno de guionistas agotados: votaron contra Cuba en las Naciones Unidas los masacradores de iraquíes y de cuanto pueblo requiera del escarmiento del Imperio. Mismo terreno de guionistas agotados: Mister K. despotrica en Alemania contra el Fondo Monetario, pero se le paga hasta el último peso. Mismo terreno de guionistas agotados: las elecciones de renovación de autoridades en el peronismo porteño, sin otra novedad que el reciclamiento del partido hegemónico.
Hay otras, sí, y buenas, que pasan de largo para las musas putrefactas de los novelistas del sistema. Sin ir más lejos y precisamente, que el salario vuelve a ser un tema después de milicos asesinos, de radicales pusilánimes y de ratas peronistas. O que H.I.J.O.S, los hijos de los desaparecidos, acaban de cumplir 10 años y que al igual que las Madres y las Abuelas cultivaron la denuncia de la impunidad, sin caer jamás en ojo por ojo y diente por diente. Son capítulos que no existen porque son cuestiones que no venden. Las novelas televisivas del poder necesitan ocultar o mentir. La gente, parecería, prefiere eso a hacerse cargo de sí misma. De lo contrario, supone uno, no habría novelas sino, y casi solamente, la realidad. No del poder. De nosotros.