Mié 22.06.2005

EL PAíS  › OPINION

Casi como debía ser

› Por Mario Wainfeld

Guillermo “Pajarito” Suárez Mason murió de modo bastante similar a como debía morir. Hace años que Argentina era su cárcel, pues lo requería la Justicia de otros países. Pero también estaba procesado acá, tras los sucesivos avances jurisprudenciales que fueron desbaratando las infaustas leyes de punto final y obediencia debida.
Murió preso, en la misma condición que mantienen 150 represores que dan cuenta con su osamenta de que no todo es impunidad en este suelo. Vivió sus meses finales en una celda para presos comunes. Su edad le había permitido acceder al beneficio de la prisión domiciliaria (que un valioso régimen garantista extiende a todos los habitantes de Argentina), pero lo perdió por haber abusado de sus derechos. Los genocidas, puestos en el banquillo, no han sido altivos ni desafiantes. Obraron como el más lumpen de los delincuentes, el de más bajo vuelo. No se arrogaron el rol de defensores de la patria, antes bien chicanearon, lloriquearon, inventaron argumentos taimados. Una vez puestos en prisión, carecieron de la gallardía de aceptar su trance y se dedicaron a burlar, corruptos hasta en esos detalles, el generoso régimen que se les concedió.
Suárez Mason falleció despojado de su condición de militar, que deshonró. Sus ex compañeros de armas no lo llorarán ni lo memorarán, pues su recuerdo avergüenza a cualquiera que pretenda portar uniforme con dignidad.
Hasta fue desahuciado de su condición de socio de Argentinos Juniors. La cultura futbolera, exitista, arribista como la que más, también lo dejó afuera como postrera notificación de que el poder huyó de él.
Un paria sin profesión, entre rejas, perseguido por la Justicia local e internacional por los peores delitos imaginables. Eso es lo que fue y en esa condición murió, casi como debía ser.
Como afirmaron varias dirigentes de organismos de derechos humanos, dando como de costumbre en la tecla, sólo faltó que estuviera condenado por sus crímenes, afrentosos para la humanidad. Se salvó de eso, pero llegó a subsistir bastante como para convivir sus horas postreras con el fallo Poblete de la Corte Suprema. Esa decisión, que ranquea a la Argentina en un alto estadio de la Justicia universal, ha abierto una nueva etapa. En los próximos años, otros canallas como él, que tuvieron la dudosa fortuna de sobrevivirlo, serán condenados (tras condigna defensa y con las leyes en la mano) cerrando el círculo del que zafó Pajarito en su vuelo postrero.

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