Sáb 07.02.2004

ESPECTáCULOS  › RAUL BARBOZA ACTUA HOY Y EL PROXIMO SABADO EN LA TRASTIENDA

El hombre que quería al chamamé

Cuenta que antes de nacer ya deseaba tocar. Estuvo de gira por el país y hoy se presenta en Buenos Aires junto al Chango Farías Gómez.

› Por Cristian Vitale

No importa que viva en Francia desde hace 16 años. Tampoco que tenga resuelta su situación económica, ni que trabaje allí de lo que más le gusta, tocar chamamé. Raúl Barboza, como buen hijo de guaraníes, adora dormir bajo los árboles. “No tengo problemas en dormir con mis primos a la orilla del río. Hasta me banco que me asesinen los mosquitos. Me da igual estar ahí que rodeado de gente rica en Francia”, compara. Y Barboza está en la Argentina, además de para dormir bajo los árboles, tocando por todo el país en una gira que culmina con las actuaciones de hoy y el sábado que viene en La Trastienda de Buenos Aires (Balcarce 460).
Esta noche se presentará junto al Chango Farías Gómez y dentro de una semana con Liliana Herrero. “El Chango es un hombre al que la vida colmó de talento musical, de una capacidad armónica y rítmica que a mí, como chamamecero, me place”, opina. “Es un hombre que puede improvisar y también adaptarse a una estructura.” Con él tiene pensado improvisar sobre su última producción –Cherogapé–. “Se nos van a venir 40 años de conocernos, por lo tanto vamos a incursionar en un terreno conocido aún sin haber pasado nunca por él”, dice. Ambos se frecuentan desde 1962. Antes de la partida de Barboza, en 1987, compartieron giras y presentaciones con Ariel Ramírez, Horacio Guarany, Jorge Cafrune y Jaime Torres y también se cruzaron en uno de aquellos recordados encuentros de Alternativa Musical Argentina, en la Biblioteca Popular de Paraná de Entre Ríos. Corría 1984 e hicieron algo parecido a lo que prevén para hoy. “Zapamos sin tener nada pautado”, evoca Barboza. “Es una injusticia que Raúl haya tenido que emigrar a otros pueblos. No ha sido comprendido por quienes dicen conocer la cosa... para quienes el chamamé, por ser moderno, no es considerado folklore”, completa el Chango. Herrero, por su parte, define al acordeonista: “Es un hombre con una sonoridad propia, que no es poca cosa, un buceador de los ritmos y melodías del litoral. Su propuesta armónica siempre fue novedosa e interesante, así como el color y textura que ha logrado en el instrumento”.
Raúl Barboza tiene 66 años. Nació en La Boca. Sus padres, ambos de Curuzú Cuatiá, habían llegado a la Capital poco antes. “Decía mi madre que le pateaba la panza cuando se armaban fiestas chamameceras en casa, algo que no me pasaba con el tango por ejemplo. Cuando vine al mundo, imagino que lo hice con el deseo de hacer esa música de seis por ocho y tres por cuatro... la polirrítmica del chamamé”, conjetura. Su primera grabación fue a los 12 años. Nunca fue a una academia y desde hace 40 años transita por lugares no convencionales del género, es decir fuera de los bailes. “Siempre se creyó que el chamamé era una música para bailar y nada más. Toda mi vida viví esto como una contradicción.” Después se fue del país y, en Europa, editó trabajos sobresalientes y prácticamente desconocidos en la Argentina, como Ava Jeroky y Tren expreso.
–¿Sintió alguna vez que era algo así como el Piazzolla del chamamé?
–No sé. Me decían “es muy lindo lo que hace, pero no es chamamé”. A mí no me hacía ni mal ni bien, pero no me veía a la altura de los grandes por el maltrato que tuvo siempre el chamamé. Sin embargo, poco a poco me fui introduciendo en el ambiente, hasta que una vez Ariel Ramírez me ofreció mucho dinero para que armara cuartetos fantasma para hacer chamamé cómico con un nombre falso. La idea era sostener al Barboza que no vendía discos. Pero me negué totalmente.
–¿Y qué dijo Ramírez?
–Que sabía que iba a contestarle eso. Rompió el contrato delante de mí y sentenció: “Ahora sos libre”. Tenía 28 años y no acepté porque era estar en contra de una actitud frente a la vida. De ahí en más, fui chofer de taxi, empleado en Retiro y demás. Para mí la música es una manera de mostrar respeto a los ancestros.
–¿Cómo fueron sus primeros tiempos en Francia?
–En ningún momento sentí el desarraigo, el vacío. Los franceses me hicieron un lugar enseguida... grabé discos, me ofrecieron teatros para tocar, gané premios, me regalaron un acordeón nuevo cuando no tenía un peso para arreglar una tecla rota del mío. Les estoy muy agradecido.

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