Jue 18.03.2004

ESPECTáCULOS

“En mi adolescencia, la música me salvó la vida”

El realizador de La otra cara del amor y Mahler, entre otros títulos famosos hace un cuarto de siglo, llegó a la muestra marplatense para presentar un ciclo con sus primeros films y algunos de los videos que estuvo haciendo últimamente para televisión.

› Por Horacio Bernades

Desde Mar del Plata

Ken Russell tiene rostro rubicundo y lleva una gorrita azul, como de capitán de barco. Tal vez se deba a que viene de comer mariscos, en uno de los restoranes del puerto. Muy cerca de convertirse en octogenario, en otro siglo Mr. Russell supo ser un cineasta célebre, gracias a películas como Mujeres apasionadas, La otra cara del amor, Mahler, Tommy y Estados alterados. Sin embargo, aquí en Mar del Plata (donde vino a presentar una retrospectiva de sus películas, en el marco del 19º Festival) no se lo ve precisamente acabado, a pesar de lo que indican la cédula de identidad y el aura de has been en la que vino envuelto.
Es verdad que desde hace más de diez años Mr. Russell no filma un largometraje: el último fue Prostituta, rareza trash de 1991. Mientras aguarda su regreso al cine, filma regularmente para televisión (sobre todo biografías de músicos, su especialidad) y además dirige ópera, escribe libros (“una novela espacial, una autobiografía y una recopilación de críticas cinematográficas”, enumera como si tal cosa) y, últimamente, hasta filma en video digital. Durante su estada marplatense, este verdadero hombre-espectáculo rodante se presentó con una camisa tachonada de espejos, cantó, se exaltó y gritó, habló casi una hora con el público y, en un hecho que difícilmente tenga precedentes..., ¡alentó a los presentes a hacer quilombo durante la proyección de sus películas!
De blanco cabello ensortijado y voz frágil y aflautada, Russell bajó hasta la ciudad balnearia para participar de una muestra integrada por trabajos inéditos de sus primeros tiempos en televisión (desde fines de los 50 hasta una década más tarde) así como sus telefilms más recientes, que incluyen una autobiografía farsesca y una fusión de cuentos de Poe. Llamada The Fall of the Louse of Usher (juego de palabras entre la palabra “casa” y algo así como “barato” o “berreta”), Russell filmó esta última en el garaje de su casa, con su familia y amigos como actores. “No es muy buena, pero nos divertimos mucho haciéndola”, asegura, con una modestia que no suena para nada falsa.
–Su cine siempre estuvo fuertemente marcado por lo musical, tanto a través de sus biografías como de óperas-rock, como Tommy y Liztomanía. ¿Qué significa la música para usted?
–La música me salvó en mi adolescencia, cuando, a los 19 años, sufrí un colapso nervioso. Estaba en cama, guardando reposo y, de pronto, desde una radio encendida surgió una música poderosísima, que fue como si me inundara de vida, restableciéndome de inmediato. A partir de ese momento, mi vida estuvo llena de música, y mi cine también. Ya en mis comienzos, incluso antes de La otra cara del amor y Mahler, filmé, para un programa de televisión muy popular en su época, biografías de gente como Bartok o Prokofiev. Creo que todo empezó cuando yo era un niño. Tenía 11 años, mi mamá me había regalado un proyector de juguete y con él organizaba funciones en mi casa. El proyector era mudo, pero un día se me ocurrió proyectar Los nibelungos, de Fritz Lang, poniendo al mismo tiempo un disco en el tocadiscos. Fue tan impresionante el efecto que fue como si de pronto la película entera hubiera cobrado nueva vida. Supongo que allí entendí, por primera vez, el valor de la música en el cine.
–En su libro sobre cine inglés, llamado Fire over England, usted despotrica duramente contra el realismo social de Ken Loach y otros, así como reivindica con pasión a un realizador bastante poco apreciado en su tiempo en su país, como es Michael Powell.
–Es que, usted sabe, todas esas películas sobre gente aburrida haciendo cosas de todos los días ... ¿A quién puede interesarle? ¿No está ya la vida cotidiana para eso? Yo creo que el cine no debería mostrar gente común, sino gente extraordinaria haciendo cosas extraordinarias. Esa es la clase de personajes que a mí siempre me interesaron, y tal vez es por esoque me entusiasma más el cine de Hollywood que el que se hace en mi país. Allí encuentro una idea de espectáculo, un tamaño, un brillo, una dimensión que me despiertan interés como espectador. Volviendo a su pregunta, esas mismas cosas son las que en su momento (y aún hoy) me hicieron ver a Michael Powell como el más grande cineasta británico. ¿Sabe una cosa? Yo debo haber sido el primer espectador de Las zapatillas rojas, la película de Powell sobre ballet, porque fui a verla el día del estreno a las 10 de la mañana. Y desde ese momento seguí viéndola, hasta hoy. Por otra parte, Crímenes de pasión, mi película sobre un cura voyeur, es una suerte de homenaje a Peeping Tom, el clásico maldito de Michael Powell.
–Se podría decir que, con películas como Tommy y Liztomanía, usted inventó el clip musical. ¿Cree que ese género le debe algo en el terreno estético?
–Tal vez, no sé. Veo muy pocos clips. Yo mismo filmé algunos, en forma más o menos reciente. Pero cometí el “error” de adecuar la estética a las letras de las canciones, cuando lo que se hace es filmar cualquier cosa, no importa lo que diga la letra. Es todo muy superficial, muy efectista. No es algo que me interese.
–¿Y qué piensa de ciertos musicales contemporáneos, notoriamente Moulin Rouge, que parecerían heredar su desafuero, su gusto por el exceso y el artificio?
–Le confieso que Moulin Rouge no la pude ver completa. Esos planos tan cortos, esos actores a los gritos, esas actuaciones tan exteriores, le puedo asegurar que no lo pude soportar. Sí me gustaron los decorados, los colores chillones, el sentido de espectáculo. Pero todo a una velocidad que me parece vacua. Además, para ver a Nicole Kidman y Ewan McGregor intentando hacer de Fred Astaire y Ginger Rogers, se imaginará que me quedo toda la vida con Astaire y Rogers.
–¿Qué tiene actualmente entre manos?
–Cuatro proyectos de largometraje en busca de financiación y un corto que voy a distribuir por Internet, a través de mi propio site. La difusión de las cámaras digitales y la web van a permitir que el cine del futuro se produzca y distribuya de esta manera, caseramente. Antes, para filmar una película hacía falta toda una maquinaria. Ahora, basta con tener un dedo índice (para apretar el botón de record) y un poco de talento.

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