Mié 17.03.2004

SOCIEDAD  › UN EX VIGILADOR PRESO Y DOS GENDARMES INVESTIGADOS

El crimen de la boletería

Ocurrió en noviembre en Monte Grande. Ahora detuvieron a un ex vigilador que custodiaba la estación. Sospechan de una zona liberada.

› Por Horacio Cecchi

Seis detenidos y un cúmulo de sospechosas curiosidades constituyen el primer escalón visible del caso de Maxi Pérez, el boletero de la estación de Monte Grande asesinado en su puesto de trabajo, tras ser torturado salvajemente, durante la madrugada del 3 de noviembre pasado. Uno de los detenidos, apodado el Chino, es un ex vigilador privado que custodiaba de noche varios comercios de la estación. En la caja fuerte de la boletería había 50 mil pesos, pero Pérez no tenía las llaves. Los dos gendarmes asignados a la estación aseguran no haber escuchado los alaridos del pobre Pérez, pese a encontrarse uno de ellos a sólo doce pasos del lugar. Ambos uniformados son investigados, por ahora, por falso testimonio. El fiscal pidió su detención por aquello de la zona liberada, pero el juez la rechazó. Desde el principio, la empresa Metropolitano (ex Roca) negó que se tratara de lo que finalmente fue, un asalto, y cargó las tintas sobre una vendetta o un crimen pasional. De ser así, en un juicio civil la responsabilidad no es la misma.
“Nadie nos avisó. El 3 de noviembre, a las 6.30, nos enteramos por la radio –recordó Pablo, el padre de Maxi–. No me puedo olvidar de esa noticia: ‘Boletero de Monte Grande asesinado esta madrugada’. Metropolitano jamás se comunicó con nosotros. Ni siquiera para el pésame ni para mandar una corona de flores.”
Durante siete años, Hernán Maximiliano Pérez, de 29 años, trabajó como boletero en la ex línea Roca. Estudiaba Veterinaria en La Plata, pero había pedido el pase a la carrera de Ingeniería en Zootecnia, de la Universidad de Lomas de Zamora. A principios de noviembre pasado llevaba ya cinco meses en la boletería de Monte Grande, cumpliendo el turno de 21 a 5, con la única compañía de los gendarmes Félix Diez y Carlos Michellod, asignados a la custodia de la boletería. “Había pedido ese horario porque después de que pasaba el último tren –relató Sara, su madre, a Página/12-–, a las 23.45, cerraba la boletería hasta las 4, y se quedaba ahí adentro estudiando.”
Algunos datos permitirán entender mejor la escena del crimen:
- Después de la boletería de Lomas, la de Monte Grande es la de mayor recaudación en la línea Constitución-Ezeiza. “Recién después de que mataron a mi hijo pusieron rejas”, denunció Sara.
- Desde hacía una semana, la empresa no retiraba el dinero guardado en las cajas fuertes.
- La caja fuerte de Monte Grande tenía en su interior alrededor de 50 mil pesos.
- Las llaves de las cajas de cada estación estaban en las boleterías, menos en el caso de Monte Grande: eran conservadas en la empresa. El dato parece que no era secreto. Los propios gendarmes, en su declaración testimonial, dijeron que sabían que cuidaban mucho dinero de la boletería.
Maxi vendió el último boleto a las 23.44. Un minuto después pasó el último tren. Luego bajó las persianas, abrió los libros y empezó a estudiar. Quedó probado que la banda entró alrededor de la 1.15 y que se mantuvo dentro alrededor de una hora. Eran cuatro hombres. No está claro cómo entraron. Una hipótesis es que conocía a quien le abrió. “Si en alguien confiaba mi hijo era en los gendarmes”, señaló Sara. Otra hipótesis investiga si abrieron la puerta de una patada, sin romper la cerradura, como hicieron luego los bomberos: patearon la puerta que se abrió, rebotó y volvió a cerrarse con la llave. Lo que está claro es que la banda trabajó sin preocuparse de los ruidos. Molieron a palos y torturaron a Pérez, le clavaron una birome en el cuello, le quemaron los genitales, voltearon muebles y estanterías, hubo gritos y alaridos. Después, prendieron fuego a la boletería.
Durante los dos primeros meses, el caso fue investigado por la 1ª de Esteban Echeverría. En enero lo tomó Homicidios de la Bonaerense. La empresa Metropolitano había aplacado las preguntas periodísticas con la versión que descartaba el robo y ponía el acento en el crimen pasional o la vendetta.
Pero a partir de enero el caso se dio vuelta a partir de algunos datos que no cerraban:
- Los dos gendarmes, el sereno, apodado el Chino, y los de la panchería de la plaza frente a la estación declararon no haber escuchado ni visto nada.
- La oficina de los gendarmes, o “la cueva” como suelen llamarla, se encuentra a 12 pasos de la boletería.
Pero cinco gendarmes de un comando denominado Grupo Cono, que pasaban en un móvil a dos cuadras de la estación, sintieron olor a quemado y vieron humo. Cuando corrieron en busca de los gendarmes de custodia encontraron sólo a Diez. Michellod llegó de la casa a las 3. Debió corregir su declaración anterior que sostenía que estaba en la estación. Nadie sabe dónde estuvo a la hora del asalto. La declaración de Diez no tiene sentido. Al menos del olfato y del oído: dijo no haber percibido el olor que sus colegas sintieron a dos cuadras y no haber escuchado los alaridos de Pérez ni el revoltijo de muebles, pese a que pericias audimétricas demostraron que desde la cueva se podía oír una moneda dejada caer al piso de la boletería.
El Chino y uno de la panchería fueron los dos primeros testigos. Ahora son parte de los seis detenidos. Según las sospechas, el Chino era el líder de una banda que cobraba peajes por protección y que tenía como punto de reunión la panchería. El Chino estuvo preso por robo y tiene dos hijos que todavía están tras las rejas. No es una prueba acusatoria, sólo curiosa.
El fiscal a cargo del caso, Juan José González, pidió ocho detenciones, incluida las de los gendarmes, a quienes acusó de partícipes necesarios. El juez Javier Maffucci Moore rechazó la detención de los dos uniformados. Entretanto, la hipótesis del crimen pasional y la vendetta se disuelve entre el humo negro y los alaridos del sufrido Maxi, todavía adheridos a las paredes, pese a que la boletería fue pintada y enrejada.

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