Lun 24.07.2006

SOCIEDAD  › COMO SE INICIO LA LIMPIEZA DEL RIACHUELO PAULISTA

La descontaminación posible

Entrevista exclusiva a José Galizia Tundisi, experto en estudios de aguas de la Universidad de San Pablo. El reclamo de la comunidad y la firmeza de las autoridades ante la disuasión empresarial.

› Por Pedro Lipcovich

Por si alguien cree que descontaminar los ríos es un lujo que sólo pueden darse los países ricos, existe el Tieté. Hace veinte años, los niveles de contaminación de este río –que atraviesa la ciudad de San Pablo, Brasil– eran comparables a los de nuestro Riachuelo. Entonces, una fuerte movilización comunitaria incidió sobre las autoridades: “Lo esencial fue que el cambio se gestó desde abajo hacia arriba”, afirma José Galizia Tundisi, uno de los mayores expertos del mundo en estudios de aguas, quien, desde la Universidad de San Pablo, contribuyó a impulsar y orientar las acciones. El cambio se plasmó en un programa de saneamiento que incluyó la vigilancia y la aplicación de sanciones a las empresas que emitían efluentes sin tratar. Para su éxito, “un paso decisivo fue transferir la autoridad a comités de cuenca, constituidos con participación de la comunidad”. Estos comités, mediante “multas muy fuertes y una fiscalización muy firme”, lograron que “la mayoría de las empresas empezaran a tratar sus efluentes” en una proporción altísima para un país latinoamericano. Hoy, “la contaminación es mucho menor, pero todavía no ha desaparecido: nos faltan cinco años para tener un río de aguas transparentes, donde naden peces”.

“La polución del Tieté se desencadenó a partir de la industrialización acelerada en las décadas de 1960 y ’70 –recuerda Galizia Tundisi–, acompañada por un crecimiento muy grande de la población: las industrias descargaban sus efluentes sin tratar y las aguas cloacales también iban sin tratamiento al Tieté y a los ríos que en él desaguan. La contaminación había llegado hasta 200 y 300 kilómetros aguas abajo”, hacia el Paraná, donde desemboca el Tieté. “Había contaminación por materia orgánica y de productos químicos, no sólo en las aguas, sino en los sedimentos del fondo”, de manera parecida a lo que sucede en el Riachuelo.

Como con el Riachuelo, se habían hecho varios intentos, más o menos declarativos, hasta que “hace unos veinte años se empezó a trabajar de manera más firme y viable: lo esencial –destaca Galizia Tundisi– es que se hizo de abajo hacia arriba, con participación de la comunidad: en esa época se empezaron a hacer reuniones para ver qué podíamos hacer para cambiar la situación. Esta reacción popular sensibilizó a las autoridades, y realmente creo que aquí está la llave para resolver este orden de problemas: la población debe unirse y reclamar la gestión más adecuada”.

¿Dónde había que intervenir? “En toda la cuenca, y éste es un concepto muy importante”, subraya el profesor Galizia Tundisi: “Se concluyó que no servía actuar sólo sobre el Tieté, porque los tributarios también estaban contaminados: había que trabajar en toda las subcuencas, en toda la zona. Es esencial impedir que el agua llegue ya contaminada desde los afluentes más pequeños”.

¿Quiénes debían conducir las operaciones? “Hubo un paso decisivo que fue trasladar la gestión a comités de cuenca, constituidos con participación de la comunidad.” La región metropolitana de San Pablo abarca 70 municipios y el traslado de la gestión de la cuenca requirió negociar con cada uno de ellos. Para todo Brasil existe hoy en este orden una herramienta poderosa: la Ley de Recursos Hídricos, aprobada en 1997, que establece la gestión por comités de cuencas.

“En los comités de San Pablo intervienen los usuarios, a través de organizaciones barriales y no gubernamentales; participan las instituciones académicas locales; los organismos de investigación; las cámaras empresarias, la industria, el comercio; y los municipios”, enumera Galizia Tundisi.

Esa composición heterogénea, ¿no entraña el riesgo de que las decisiones se paralicen o terminen respondiendo a los sectores más poderosos? “Ese peligro existe y por eso es muy importante que la legislación inicial, la que constituya los comités de cuenca, sea muy clara y detallada. En nuestro caso se dio un equilibrio adecuado: como la autoridad está más o menos distribuida entre los distintos representantes, es muy difícil que un grupo determinado logre preponderancia”, contesta Galizia Tundisi. En rigor, “cada pequeña cuenca tiene su comité; esto permite actuar con energía en las subcuencas, y se inscribe en un movimiento de descentralización que crece con fuerza en Brasil”.

Además, cada comité tiene su propia cámara técnica, “lo cual ayuda a que las verdades técnicas queden menos expuestas a las contingencias políticas. Yo, por ejemplo, soy representante de mi institución en la cámara técnica del comité de la cuenca donde vivo y trabajo”. Galizia Tundisi dirige el Instituto Internacional de Ecología, en una localidad de las afueras de San Pablo. “Actualmente investigamos las series históricas del Tieté, a fin de prever qué disponibilidad de agua habrá para los próximos 30 años.”

El empoderamiento de estos comités comunitarios incluye otorgarles independencia financiera. “Hace dos meses se aprobó, por ley estadual, que el usuario deberá pagar por el agua a cada cuenca; parte de lo recaudado va a la Agencia Nacional de Aguas y el resto va al comité respectivo. La tarifa es distinta según la actividad que desarrolle: no es lo mismo una industria que un particular.”

Y tiene tratamiento avanzado en la Asamblea Legislativa de San Pablo el principio polutor-pagador, que Galizia Tundisi enuncia así: “Toda empresa que produzca algún grado de contaminación, aunque esté dentro de los valores permitidos, deberá pagar según el grado de polución que origine”.

–¿Cómo fue, desde el principio de las acciones, la relación con las empresas que vertían efluentes?

–No fue exactamente una relación fluida –contesta Galizia Tundisi–. Las empresas siempre dicen que no se puede, que no hay recursos. El hecho es que, mediante la aplicación de multas muy fuertes y la actuación muy firme de la autoridad de aplicación, se logró que muchas empezaran a tratar sus efluentes, tanto los que van al agua como los que van al aire. Lo importante fue implantar y sostener una fiscalización muy decidida. Afortunadamente, esto quedó definido, por lo menos en San Pablo como política de Estado, con independencia del gobierno de turno.

Sin embargo, el saneamiento del Tieté no se ha completado todavía. “Con optimismo podemos confiar en que, de aquí a cinco años, el Tieté habrá completado su recuperación”, estima Galizia Tundisi y resume el cuadro de situación: “Hace diez años, apenas un cinco por ciento de las industrias trataba sus efluentes. Hoy la proporción llega al 60 o 70 por ciento”. En cuanto a las aguas cloacales, “cuando empezó el proyecto, todas las aguas iban al río sin ningún tratamiento. Hoy se trata entre el 30 y el 40 por ciento. Todavía no es suficiente, pero es un avance importante”.

¿Por qué, pese a la fiscalización, esa minoría de industrias sigue contaminando? “Es difícil lograr un control absoluto: una industria, fiscalizada durante el día, puede aprovechar la medianoche para arrojar sus efluentes: yo sostengo que es tiempo de colocar dispositivos de monitoreo en tiempo real, que puedan dar la alerta las 24 horas del día. También hay industrias que tuvieron dificultades económicas para instalar las plantas de tratamiento y consiguieron que se les diera más tiempo; y todavía hay otras que siguen desaguando en forma clandestina. En cambio, el cumplimiento suele ser fácil para las industrias de exportación: en Brasil hay una ley que otorga un ‘sello verde’ a las empresas que cumplen normas de protección ambiental y este cumplimiento puede ser exigido por los compradores en el extranjero.”

Además, “la descontaminación no es fácil y requiere mucha inversión. Es que la degradación del río se prolongó por muchos años: hay un pasivo ambiental muy grande acumulado en los sedimentos del lecho; por ejemplo, se retiraron del fondo del Tieté 700 mil neumáticos. Ya se gastaron unos 3000 millones de dólares, incluyendo los estudios, las estaciones de bombeo y de tratamiento de aguas; las plantas en las industrias estuvieron a cargo de las empresas mismas”. El presupuesto no es directamente aplicable al caso del Riachuelo, ya que incluye el tratamiento de aguas cloacales, que en Buenos Aires es tema pendiente pero concierne al Río de la Plata.

En realidad, “con recursos suficientes, la recuperación de los cursos de agua puede ser muy rápida –señala el investigador–: yo he visto, en Japón, mediante una inversión muy fuerte en tecnología y por la aplicación de controles muy estrictos e inmediatos, recuperarse un lago en menos de tres años”.

El hecho es que “el Tieté mejoró, y mucho. Cambiaron el color del agua y el olor, que no ha desaparecido pero es mucho más reducido. También se trató el aspecto paisajístico: a lo largo de los 25 kilómetros que el Tieté recorre en la ciudad, se plantaron árboles, se trataron las márgenes hasta obtener un paisaje menos agresivo. Pero es claro que para llegar a un río de aguas limpias, transparentes, donde naden peces, tiene que pasar más tiempo”, admite Galizia Tundisi.

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