Dom 16.09.2007

SOCIEDAD  › EL CASO MADELEINE, LOS MEDIOS Y LA FRACTURA ENTRE PORTUGAL Y GRAN BRETAÑA

La cuidada puesta en escena de los McCann

Los padres de Madeleine manejaron la crisis apoyados en sus contactos políticos y mediáticos. La tarea del Foreign Office; el riesgoso límite en el que quedó la policía portuguesa. Y el papel de los medios en una historia que conmovió al mundo.

› Por Miguel Mora y Walter Oppenheimer *

Desde Lisboa y Londres

El “caso Madeleine” está abriendo una fractura entre dos aliados históricos: Reino Unido y Portugal. Donde unos ven torpeza policial, los otros ven insoportables presiones mediáticas y un papel poco claro del gobierno británico. Aunque Londres dejó claro que no tiene intenciones de interferir en la investigación policial, la opinión pública portuguesa cree que el imbatible equipo formado por el gobierno de su majestad y los medios británicos intervino desde el primer minuto. Uno de los detonantes de esa sospecha es el papel de un funcionario llamado Clarence Mitchell, destacado por el Foreign Office a finales de mayo a Praia da Luz para asesorar a los McCann.

Clarence Mitchell es director del Media Monitoring Unit, un departamento poco conocido pero que hace un trabajo de extraordinario valor para el gobierno británico: rastrea los medios de todo el mundo para recolectar todas las informaciones que puedan ser de interés para el gobierno. Incluso se está planteando rastrear los blogs más en boga, para detectar nuevas tendencias.

Cuando Mitchell llegó al Algarve a finales de mayo, el caso Madeleine ya se había convertido en una feria. El espectáculo alimentado por los padres para facilitar la búsqueda de la pequeña Maddie empezaba a fraguar en medio planeta. Con él, se elevó aún más el tono católico de la misión (Fátima, Vaticano) y el listón de la campaña de prensa, propaganda y solidaridad alcanzó niveles globales. La pareja recorrió Europa, saltó a Marruecos, voló hasta Madrid para pedir ayuda al ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba. Gerry se entrevistó con el fiscal general de Estados Unidos, Alberto Gonzales, ya dimitido. Cargando fotos, peluches y ropas de la niña, la pareja fue bendecida por el papa Benedicto XVI. Celebridades como J.K. Rowling, José Mourinho o David Beckham hicieron apelaciones y donativos que ayudaron a que se recaudasen 1,4 millón de euros.

Muchos portugueses creen ahora, a la luz de las sospechas reunidas por la policía contra los McCann, que todo aquello no era más que una gigantesca cortina de humo auspiciada por los padres, dos médicos con contactos y credibilidad, respetados y con buena situación social, que se agigantó por la voracidad de los medios y por la influencia del gobierno británico hasta un punto sin retorno.

La impresión en Portugal es que el clima mundial de opinión generado por esa campaña políticomediática impidió a la policía investigar con calma y neutralidad. Primero, porque la ola de afecto desatada por la desaparición de Madeleine convirtió a los McCann en un símbolo intachable del sufrimiento y la angustia. Segundo, porque la exposición pública de los padres generó un goteo incesante de pistas falsas.

Los medios británicos se abroquelaron con la pareja de médicos apenas se produjo la desaparición. Tres días después de la denuncia, el circo estaba ya instalado junto al Ocean Club. Esa semana en Praia da Luz había 33 periodistas de Sky News y 18 de la BBC. Sky había tenido acceso a la noticia del secuestro antes que la policía portuguesa, según confirma una fuente policial: “Alguien del círculo de los McCann telefoneó desde el Ocean Club la noche del crimen a la delegada de Sky News en el Algarve. La llamada se produjo a las 22.11 horas. Nosotros recibimos el aviso de la desaparición media hora después, a las 22.40”.

Un poco antes, a las 22, una vecina que luego testificó ante la policía se ofreció a llamar a la Guardia Nacional al saber que la niña no estaba. “Kate, la madre de Madeleine, le dijo que no hacía falta, que ya habían llamado ellos”, dice la policía.

Esa mentira inicial y otros testimonios contradictorios en las declaraciones de los padres y amigos que cenaron juntos aquella noche en el restaurante Tapas llamaron la atención de la policía desde el primer día. “Una historia mal contada”, tituló el Diario de Noticias del día 5, cuando Maddie apenas era una más entre los miles de niños que desaparecen cada año en el mundo.

“Había muchas cosas raras –recapitula un agente–. La madre dijo a la vecina que ya nos habían llamado y no era verdad, afirmó que alguien había entrado desde fuera pero la contraventana estaba forzada desde dentro, dijeron que cada media hora iban a controlar a los niños pero los empleados del restaurante lo negaron.” Para la policía, lo más sorprendente fue que la primera preocupación de los padres fuese alertar a la prensa antes que a la policía. También les llamó la atención que Kate pidiera a la recepción del Ocean Club el teléfono del cura del pueblo.

Con las cámaras británicas por testigos, los McCann y sus amigos, gente del norte en un pueblo sureño, cercano a Africa, empezaron a criticar los métodos de la policía: que tardaran en llegar al departamento casi una hora y que destruyeran pruebas al tomar todas las huellas con un mismo par de guantes. La policía del Algarve, un lugar muy seguro al que cada año llegan cientos de miles de turistas británicos, sabía lo que le esperaba: una víctima inglesa, sospechosos ingleses, tabloides ingleses... “Con eso siempre contamos”, dice socarrón un mando regional.

Los agentes optaron por aguantar el chaparrón. No había otra, aunque sabían que algo olía muy mal en el entorno de los padres de la niña y que la estadística no suele engañar: los secuestros de niños en edificios ocupados son prácticamente inexistentes.

Junto a la tropa de periodistas, llegaron a Praia de Luz el embajador británico en Lisboa, John Buck; Shree Dodd, la primera asesora de comunicación enviada por el Foreign Office, que sería sustituida semanas después por Mitchell, y varios agentes de Scotland Yard. Buck pidió confianza en la policía. Dodd empezó a extender la consigna oficial del secuestro por el mundo. Mitchell aceleró la máquina. Surgieron los eslóganes (“encuentren a Madeleine”, “devuélvannos a Madeleine”, “sabemos que está viva”, “no dejaremos una piedra sin levantar”...), se mejoró la página web, empezaron los viajes de la fe. La fría desolación de Kate, su belleza robada por la desgracia, su extrema delgadez, empezaban a forjar la imagen de una nueva Lady Di.

Durante dos meses, la policía se vio forzada a investigar cientos de fábulas. Supuestos avistamientos llegaban de todas partes. Chipre, Malta, Holanda, Grecia, Buenos Aires, Bélgica... Un día del final de mayo hubo más de 200 denuncias. Una de las más fiables pareció una ciudadana noruega que dijo haber visto a Maddie con un hombre de aspecto árabe en una gasolinera de Marrakech. Olvidó mencionar un detalle; su marido era de Leicestershire, el condado donde viven los McCann.

Poco a poco, la tensión fue bajando, el caso languideció. Los McCann habían convencido al mundo. Fue un rapto, y ya no parecía haber esperanza. Tras declarar sospechoso formal e investigar sin éxito a Robert Murat, un vecino angloportugués de Praia da Luz que trabajó como traductor para la propia policía, empezó a cobrar forma la hipótesis de la muerte de la pequeña. Scotland Yard sugirió enviar a dos perros (Eddie, de siete años, Keela de tres) especializados en detectar restos de sangre y olor a cadáver. Los spaniel, que han ayudado a resolver más de 200 crímenes en Reino Unido y Estados Unidos, encontraron ambas cosas: en el departamento y en el coche alquilado por los McCann. Conclusión policial: en la casa sucedió un accidente o quizá un incidente, Madeleine murió, los padres y amigos decidieron esconder el cadáver y fingir un rapto, organizaron su coartada, engordó tanto la cortina de humo que ya no les fue posible volver atrás.

“Probablemente se asustaron, pensaron que nadie iba a entender que siendo médicos se les hubiera muerto la niña, no supieron cómo explicar que se habían ido de copas durante tres horas dejando a los niños solos”, dice una fuente policial. “Además, tenían una reputación que defender.”

¿Quién de ellos la tenía? Gerry McCann, el cardiólogo de la mirada de hielo, tenía una. “Nos dimos cuenta enseguida de que tenía amigos poderosos, al parecer aspiraba a un puesto importante en el ministerio de Sanidad, esperaba hacer carrera política... Eso debió pesar en su decisión”, reflexiona una fuente policial.

Los ministros de Exteriores e Interior británicos han reiterado que no se trata de un caso político. El primer ministro portugués afirmó lo mismo. El caso es que algunos ciudadanos han empezado a enviar cartas y correos electrónicos a sus parlamentarios y a Downing Street para protestar por la estrecha vinculación entre Mitchell y los McCann. Los lectores del periódico electrónico Mirror.co.uk. están indignados. El sábado, un internauta escribió estas líneas: “Los McCann volverán al Reino Unido. La prensa los apoyará hasta la náusea. Las voces disidentes podrían ser ignoradas en las páginas de cartas de los periódicos y en los comentarios a sus ediciones electrónicas (lo que ya ha pasado). El público desinformado apoyará su lucha contra la policía portuguesa y los medios difamadores. Finalmente, el gobierno ejercerá presión contra el gobierno portugués para dejar caer el caso si no tienen pruebas concluyentes al ciento por ciento. Lo que puede ser fácil en este caso.”

Al día de hoy, Maddie sigue desaparecida. La hemos conocido, hemos visto sus fotos, su sonrisa, sus videos, su iris rectangular. La recordaremos mucho tiempo. ¿Conoceremos algún día la verdad? ¿Aparecerá para decir la última palabra?

* De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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