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Domingo, 28 de abril de 2002

EL BAúL DE MANUEL

Tempestades / For Export

 Por Manuel Fernández López

Tempestades

Perón dijo en 1973 que la Argentina, con alimentos y energía, sería el país del futuro. Aquel futuro es este presente: el petróleo privatizado y sin gasoil para levantar la cosecha. Los alimentos, a su vez, parecen no llegar a los niños. Pocos acceden a leche diaria y a un churrasco y un huevo cada tanto. Si preguntamos por el futuro, la respuesta está en los niños. Convengamos, primero, que éste se ha convertido en un país formado mayoritariamente por pobres: la mitad (más o menos) hombres y la mitad mujeres. Ya los economistas clásicos ingleses observaron que las mujeres pobres eran más prolíficas que las ricas: “Es frecuente que mujeres medio hambrientas de las tierras altas den a luz más de veinte hijos, mientras que ciertas damas elegantes y mimadas son con frecuencia incapaces de procrear alguno, y por lo general quedan agotadas después de dos o tres... En las tierras altas de Escocia es corriente que a una madre que ha dado a luz veinte hijos no le queden sino dos con vida” (Adam Smith). En 1824, Pedro José Agrelo, creador de la moneda patria, a los aspirantes a ingresar a la UBA les enseñaba esto: “La mortalidad entre los hijos de los indigentes es inevitable por la falta de los medios necesarios para la conservación de la salud” (James Mill). Por un principio de continuidad, entre un hijo sano y un hijo muerto hay una serie de casos intermedios, como los hijos nacidos desnutridos y anémicos, con poco peso y en extremo vulnerables. En todo caso, como es el hijo, así es la madre: un hijo desnutrido nace de una madre desnutrida. En La Matanza, en enero-marzo del 2002, tres de cada diez neonatos vieron la luz con un peso de 1,200 kg. ¿Cuántas madres desnutridas hay en el cuarto distrito demográfico del país? ¿Cómo se llegó a eso? ¿Cuánto tarda una mujer en volverse desnutrida? Si ya era desnutrida, ¿cómo no salió de esa condición, en un distrito donde, más allá de su presupuesto, la Nación contribuía con 2 millones de dólares diarios para sacar a la gente de la miseria? ¿Será, finalmente, cierto lo que me contaba hace unos años una delegada de La Matanza, que de cada dos camiones con alimentos que debía recibir por día, llegaba sólo uno? ¿Qué parte del Fondo de Reparación se destinó a la atención prenatal, durante todo el embarazo, de las futuras madres indigentes? La respuesta nos dirá mucho del país futuro y de la clase dirigente actual (de aquellos vientos, estas tempestades).

For Export

Tras mostrar agradables situaciones de flirteos y de bellos paisajes, asociados con fumar cierta marca, la televisión nos advierte que “El fumar es perjudicial para la salud”. Algo de anómalo debe haber en tal publicidad, que nos promete placer pasajero y nos mata lentamente. Una muerte dulce, quizá, pero cuyo último tramo, cuando el cáncer de pulmón mata al fumador por asfixia, no tiene nada de dulce para el paciente ni para sus familiares. Algo similar es la apertura comercial indiscriminada: los coloridos paragüitas de Taiwan que aparecieron con Martínez de Hoz eran más divertidos y baratos que los negros y adustos paraguas nacionales, pero el gusto nos costó matar la fabricación y la reparación de paraguas; otro tanto puede decirse de los zapatos: el país del cuero se calza con “zapatos” de Brasil. La lista es infinita y va en aumento. Su único límite es aniquilar totalmente la industria, primarizar la producción y las exportaciones, y ampliar la desocupación, abierta o encubierta. La referencia a propagandas no es una metáfora. Toda la agudeza de Ricardo fue poca en 1815 para persuadir a los terratenientes ingleses para que derogasen las leyes proteccionistas de la producción agraria. Ello no les impidió recomendar el libre cambio al resto del mundo. ¿Por qué? ¡Es la dominación, estúpido! Decía Manoilescu que “los británicos siempre metían un ejemplar gratuito de la Riqueza de las Naciones en cada fardo de manufacturas de algodón que exportaban a la India”. Cuando Inglaterra consolidó su industria, en 1846 abrazó el libre cambio, mientras se hicieron proteccionistas los EE.UU., que empezaban su revolución industrial, y hasta necesitaron la guerra civil para unificar su mercado interno. Tanto era el contraste entre ambos países que el inglés Alfred Marshall visitó EE.UU. para ver cómo era un país proteccionista. Hoy se repite la historia: ante una situación de igual tasa de desempleo que los EE.UU. en 1930-33, nos exigen, contra toda ciencia y experiencia, hacer una política opuesta a la de ellos mismos en aquel momento: echar 400 mil empleados, reducir el gasto público, abrir la economía y honrar la deuda externa. Usted me corregirá, diciendo que los que mandan eso no son los EE.UU. sino el FMI. Le contesto con aquella cancioncita brasileña: si usted ve un animal con cuerpo de león, melena de león, cola de león, ¿qué otra cosa puede ser sino un león?

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