Dom 08.06.2014
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ENFOQUE

Industria y región

› Por Claudio Scaletta

En el campo de los economistas preocupados por el desarrollo industrial existen algunos consensos básicos. El primero, siguiendo a toda la literatura existente, es que la restricción externa debe ser la primera a superar. El segundo es que la superación es una tarea de largo plazo y tres dimensiones, aumentar exportaciones, sustituir importaciones y/o buscar financiamiento en divisas y/o inversiones. El tercero es que la escasez de dólares, al frenar el crecimiento, afecta tanto el plano fiscal como la distribución del ingreso, no sólo por la caída de los salarios reales inherente a toda devaluación, sino por la menor creación de empleo.

Sobre el segundo consenso y sus tres dimensiones, una breve digresión. El reciente acuerdo con el Club de París demostró dos cosas. La primera es que se puede negociar con los acreedores haciendo valer el poder del deudor, es decir, sin que las condiciones finales sean inevitablemente las más gravosas para el país, como siempre sucedió hasta el Megacanje de 2001. La segunda es que el Gobierno asumió que en la actual coyuntura no tiene más opciones que financiar la brecha externa con entrada de capitales, sean financieros o inversiones reales, y que, para ello, el camino era regularizar el ciento por ciento de la deuda. Nobleza obliga, es lo que en su momento se conoció como el “Plan Boudou”, cuando el hoy acosado vicepresidente todavía ocupaba la cartera económica: refinanciar con el Club de París, reabrir el canje para arreglar con los holdouts y volver a los mercados privados de deuda. Por entonces, el plan generaba disgusto entre la heterodoxia tanto por el rechazo a la lógica del capital financiero como por la creencia en que todavía quedaba tiempo para los cambios estructurales. Visto con el diario del lunes, Boudou tenía razón.

Regresando a los tres consensos básicos entre la heterodoxia, el lector ya advirtió que se trata de postulados muy generales; que nada dicen sobre cómo avanzar en el plano de lo concreto, una tarea por lo general mucho más ardua. Sin embargo existen indicios: los casos de los países de industrialización tardía. Por lo general, estos países eligieron determinados sectores y jugaron todas las fichas de gestión y creación de reglas para favorecerlos. Algunos países chicos eligieron un solo sector exportador que financió todo el proceso, por ejemplo Finlandia con Nokia, los más grandes combinaron el desarrollo de sectores dinámicos en el comercio mundial con una agresiva sustitución de importaciones en el mercado interno. Fue el caso de China. Otros, como Corea, eligieron más de una rama dinámica. Una parte de este debate, quizá ya obsoleta, es por la clase que funciona como agente del desarrollo. Si bien es cierto que en el capitalismo los agentes de la organización de la producción son los empresarios, inmediatamente debe agregarse que no es una clase industrial entusiasta la que genera el desarrollo, sino al revés: es el desarrollo el que da lugar a la burguesía industrial, que en el actual estadio de la globalización difícilmente será sólo nacional. Lo que queda entonces en pie como agente dinamizador es el Estado como elector de los sectores dinámicos “correctos” y fijador de reglas de promoción de largo plazo.

Finalmente aparece una dimensión que no estaba presente en las etapas anteriores de los procesos de industrialización sustitutiva e incentivo a las exportaciones: el tamaño de los mercados. Esta fue la respuesta dada por el oficialismo a todas las críticas recibidas por importar lo que se podría producir fronteras adentro, desde turbinas hidráulicas y generadores eólicos a trenes, centrales térmicas, autopartes y componentes electrónicos: según la versión oficial el mercado interno no sería suficiente para generar demanda en el tiempo para estos productos.

Dadas las nuevas escalas de la producción, la alternativa sería apostar a la integración de cadenas de valor multinacionales. Por ejemplo: se podrían producir trenes en Argentina, pero la demanda local sería insuficiente para sostener estas empresas productoras. En el largo plazo se necesitan mercados extendidos. Es en este punto donde debería entrar el Mercosur.

Resulta asombroso que el grueso del debate por el Mercosur continúe centrado en cuestiones aduaneras. También que se insista en un tratado de libre comercio con la Unión Europea. Pero el asombro termina cuando se considera el marco de emergencia y construcción del Mercosur, que fue durante la época de auge del neoliberalismo.

En una entrevista reciente, el especialista en economía industrial Eduardo Porta brindó algunas pistas de las limitaciones principales y cómo seguir: “Un espacio de libre comercio donde los países tienen total autonomía para promover sus actividades tendientes a usar esa situación de libre comercio y, al mismo tiempo, no todos tienen la misma capacidad promocional, hace muy compleja la unión aduanera. Por ende, no termina siendo una buena agenda para el Mercosur. Lo comercial debería ser lo inicial. Pero la integración debe ser un proceso fuertemente administrado, con políticas específicas de integración productiva, que aparece como uno de los beneficios potenciales de cualquier proceso de integración y que nunca se dan espontáneamente”. Porta concluye que “no hay que abandonar el Mercosur, hay que hacerlo de vuelta, teniendo en cuenta que hay realidades productivas diferentes. Se necesitan enfoques sectoriales que dejen liberalización comercial en algunos rubros y cadenas de valor regional en otros que ameriten administración y regulación”.

Sobre el acuerdo de libre comercio Mercosur-UE no hay mucho que argumentar: es perfectamente disfuncional a los intereses del desarrollo regional, como siempre lo fueron en el laboratorio de la historia los acuerdos de libertad comercial entre países con distintos grados de desarrollo y objetivos.

Cuando el debate era contra la ortodoxia neoliberal la discusión era polar; hacer o no hacer política industrial o avanzar o no avanzar en la integración regional. Hoy, en cambio, el debate se encuentra un paso adelante. Las preguntas pasan por cómo hacer una política industrial eficiente en el marco de una verdadera integración regional

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