TEATRO › DARíO GRANDINETTI, JUAN LEYRADO, JORGE MARRALE, HUGO ARANA Y BARAKA
El cuarteto de actores analiza la obra que están presentando en el Lido, pero también echa un vistazo a las particularidades de esta temporada y los fenómenos mediáticos, el vínculo con el público, las conexiones humanas y profesionales.
› Por Facundo García
Desde Mar del Plata
En tiempos en que traición y superficialidad están a la orden del día, reflexionar sobre el sentido de la amistad se vuelve indispensable. Darío Grandinetti, Juan Leyrado, Jorge Marrale y Hugo Arana aceptan el debate sentados en un sofá que está en mitad del escenario. Cada uno con su carácter, cada quien con sus manías, pero unidos por viejas batallas y por el hilo invisible de Baraka. La obra –que tiene a Javier Daulte en la dirección– se presenta de miércoles a domingos en el Lido (Santa Fe 1751), y sienta el estandarte del teatro pura sangre sobre una cartelera dominada por puestas que prefieren hacer base en la televisión y sus caprichos.
–Las salas más grandes de la costa están llenas de celebridades que no vienen del arte dramático. ¿Qué opinan del ingreso arrasador de estos no–actores?
Jorge Marrale: –Es algo que no tiene que ver con nosotros. Se prepara el terreno desde lo mediático y después se introducen las figuras, a la manera en que lo hace Gran Hermano. Se supone que de ahí pueden salir actores. Están en las pantallas, no en la labor artística. Bueno, si se ponen a estudiar actuación por ahí lo logran...
Hugo Arana: –¿Cuántos actores salieron de Gran Hermano? ¡Nombrame uno! Si uno se toma como mercancía, si uno elabora una marca que se vende, entonces se aleja de las mejores cosas que tiene este oficio. Que se presenten arriba de un escenario no cambia la verdad. Las iglesias salvadoras también tienen escenario, y eso no hace artistas a los pastores. Podés poner lo que quieras sobre las tablas, la clave es si tiene que ver con una poética y con una invitación a la inteligencia. Lo tenemos clarísimo: no nos confundimos con los pastores. Y no nos quitan trabajo, porque se trata de una actividad que no se relaciona en lo más mínimo con lo nuestro.
–Pero este fenómeno de los no–actores, ¿lo ocasionan los productores y los empresarios del espectáculos exclusivamente, o creen que alguna carencia de la comunidad artística abrió el camino a esos personajes?
Darío Grandinetti: –No. No hay carencia de actores en este país. Los que deberían hacerse cargo de esto son los medios.
J. M.: –Por otro lado, fenómenos mediáticos que crecieran por fuera de lo actoral existieron siempre. Pasa que hoy la tele está mucho más expandida y eso los potencia.
–Y hablando puntualmente de las temporadas de verano: ¿por qué creen que siempre hay en cartelera una opción con varios hombres o varias mujeres? En años anteriores estuvo Embriagados de amor con Fanego, Contreras, Garzón y Laplace. Ahora volvieron las Brujas...
J. M.: –En los noventa nosotros hicimos Los Mosqueteros y luego Los Lobos. A pesar de eso, no encuentro que el número sea un factor.
D. G.: –El pensamiento nunca puede ir por ese lado. No se trabaja pensando “Che, hay que ir a Mar del Plata, consigamos a cuatro”. Por otra parte, ¿qué tendencia podría marcar eso?
–Bueno, montar un espectáculo con varios actores de trayectoria puede ser una ventaja, porque cada uno ha ido construyendo su público. Es decir, muchos que vienen por Leyrado tal vez no irían a una donde estuviera sólo Grandinetti, y viceversa...
H. A.: –Me acuerdo de que cuando estrenamos Los Mosqueteros nos consultaban si era una actitud machista el que no hubiera mujeres. La respuesta fue que no lo hacíamos “para que no haya mujeres” –de hecho, en Baraka está Paula Kohan–, sino porque somos cuatro actores que disfrutan trabajar en un mismo proyecto. Ese es el nudo de la cuestión.
D. G.: –Por empezar –y voy a hablar por mí pero creo que mis compañeros van a coincidir en la apreciación–, nosotros no pensamos que tengamos “un público”. Yo no creo que haya un público mío ni de nadie. A los actores a veces nos va mal, y entonces ahí deberíamos decir “qué poco público que tengo”. Sí creemos que a la gente le gusta vernos reunidos. Eso sí. Pero no es necesariamente “la construcción de un público”.
J. M.: –Tal vez sería mejor hablar de una mixtura entre el material que se toma y quienes lo hacen. Eso sí genera una especie de identidad, y luego una corriente de espectadores que decide venir a vernos. Es más: parecería que a pesar de los diez años en los que no compartimos obra, algo quedó girando en la memoria de los demás. Sin embargo, también hay renovación. Hay gente joven que no nos vio nunca y sin embargo se acerca a hacernos unos comentarios bárbaros.
No hace falta aclarar que los entrevistados se conocen bien. Sí es oportuno, en cambio, resaltar que esa intimidad va más allá del significado habitual que se le da a conocerse. Se saben los gestos y se equilibran –consciente o inconscientemente– ante la eventual incomodidad que puedan causar las frases del periodista. Y se intuyen, más o menos como esos equipos de fútbol veteranos que son capaces de golear a los juveniles a pura jugada y toquecito corto. Retoma Arana: “Siempre se habla de ‘el público’. A mí me gusta pensarlo por otro lado. Quisiera poder agarrar a cada una de las caras que veo cada noche e interrogarlas: ¿usted por qué vino? Vaya a saber lo que me responderían. Yo creo en la importancia de esas singularidades”, observa. “Aparte –desarrolla, ante la aprobación silenciosa de sus colegas– me parece un riesgo creer en las generalizaciones. Una de las mentiras más grandes es esto de los rating. Te tiran que a equis programa ‘lo ven un millón de espectadores’, pero en el país somos cuarenta... ¿Qué hace el resto? ¿No tiene valor? ¿No puede estar pasando algo más fascinante en los otros treinta y ocho millones de cerebros?”.
–Da la impresión de que la química entre ustedes redunda en algo que va más allá de una suma de personalidades. ¿Ese sujeto colectivo ha ido cambiando desde que se juntaron en los noventa o se mantiene igual?
Juan Leyrado: –El calendario no solamente reafirmó la forma en que hemos elegido transitar la profesión, sino que la profundizó. Antes éramos cuidadosos de nuestra tarea; no obstante, ahora logramos un rigor que da un paso más allá. Trabajamos con pasión, hablamos con el director, revemos qué pasa aquí, qué pasa allá. No como un deber militar, sino por cuidar este espectáculo que es tan nuestro. O sea que lejos de lo que podría pensarse –que uno va quedándose en posiciones más cómodas cuando consigue lo que quería– nosotros naturalmente seguimos escarbando en preguntas sobre la actuación.
J. M.: –Los temas que abordamos dicen bastante de nuestro vínculo. Hay rituales o formas de conexión que hacíamos antes y ya pasaron. En contraste, aparecieron códigos nuevos. Creo que hemos madurado y por ende podemos meterles mucho cuerpo y mucha alma a esos amigos que se reúnen en Baraka.
–El reloj no se detiene. Por fortuna y por desgracia...
J. L.: –Estamos más grandes, vemos menos... (risas)
H. A.: –A los veinte años, un pintor suele usar una paleta de colores y a los sesenta otra. A nosotros, justamente, nos da placer descubrir que hemos ido incorporando esos nuevos tonos. En ese aspecto, la pintura y la actuación se asemejan bastante. Yo no creo que busquemos “profundizar” más que antes, lo que pasa es que ahora podemos llegar a zonas a las que antes no accedíamos. El paladar ha ido mejorando.
–El texto original es de la holandesa María Goos, célebre por su mirada femenina. ¿Hubo algo de esa perspectiva que les costara incorporar?
J. M.: –Poco, porque desde la óptica de una inteligencia así de sensible se puede enfocar con puntería la amistad entre varones.
H. A.: –Sobre todo porque la autora ve al mundo masculino como si espiara entre rendijas. Esa estrategia suele dar buenos resultados. Ahí están los hombres que han espiado el alma femenina, como Ingmar Bergman. Y la ventaja es que colocándose ahí se percibe desde un lugar que “no es parte”. Entonces no sólo no tuvimos que luchar contra una supuesta “visión femenina” de la cosa, sino que las observaciones de la autora nos alegraron como lluvia fresca. Además, ella entiende que las rendijas para espiar son infinitas; por eso no plantea como eje “el vínculo entre los hombres”. No: se concentra en lo que les sucede puntualmente a los que eligió retratar.
–O sea que esquiva los “modelos ideales”, digamos.
D. G.: –Lo cual es un acierto, porque fíjese que en la vida hay una idealización de la amistad. Como si fuera una relación donde no puede haber conflictos. Es más: uno les perdona a los amigos lo que no le perdona a la pareja.
H. A.: –Inversamente, a veces criticás durísimo a un amigo por algo que tolerás en otros.
J. L.: –Y también pasa que seguís siendo amigo de fulano y no tenés la menor idea de por qué. Puede ser por un vínculo que construiste veinte años atrás, o por una sensación que no sos capaz de definir.
–En las amistades de larga data, hay un misterio vinculado con lo químico o con lo tribal que hace que si aquél agarra una lanza uno esté dispuesto a ponerse codo a codo para luchar a su lado, superando las diferencias...
J. L.: –No tiene explicación racional. Uno se engancha con el otro hasta por desencuentros, por oposición. Lo esperable es que los amigos piensen como uno. Pues bueno, a veces sucede lo contrario. Yo tengo muchos afectos que están en mis antípodas. Sin embargo, compruebo que allí hay algo más, algo que trasciende lo rotulado. Nadie se cuestiona por qué estos cuatro seres que transitan por Baraka se bancan entre ellos. Casi se diría que el auditorio los entiende de entrada.
H. A.: –Sí, la autora parte de no explicar por qué estos amigos se tienen afecto, en la idea de que cualquiera de nosotros sabe que hay amistades así.
J. M.: –¿Por qué querés a tal? Y no sé, la quiero, o lo quiero. En lo fáctico, esa especie de grito que ellos tienen –“¡Baraka!”– simboliza eso, como si esa expresión común fuera un concentrado de la amistad. Lo que une a estos tipos, en definitiva, es un vínculo que se puede verbalizar hasta cierto límite. Se precisan otros elementos, como el cuerpo y las reacciones. Cada escena aborda específicamente estas incógnitas.
* Las funciones de Baraka se realizan de martes a jueves y los domingos a las 22. Los viernes y sábados hay una función a las 21 y otra a las 23.30.
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