Sáb 17.06.2006
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MUSICA › ENTREVISTA CON MARTIN BUSCAGLIA

“Hago lo que me divierte”

Lejos del estereotipo del “cantor popular uruguayo”, el músico radicado en Madrid combina tradición y modernidad, pero lo hace desde un lugar tan ecléctico como original.

› Por Cristian Vitale

–Acá, algunos dicen que es como “otro Drexler”. ¿Hay algún porcentaje de verdad en esto o es puro chamuyo porteño?

–¿Ser otra persona? ¡Dios me libre! Igual lo tomo como un halago.

Primera aproximación a Martín Buscaglia, entonces. Es uruguayo, hace música, vive en Madrid, combina elementos de la música popular uruguaya con la electrónica más avanzada, pero no tiene nada que ver con su colega. “Igual, Jorge es un buen amigo y un músico excelente, pero no es para mí una referencia”, aclara. Resulta de escuchar su formidable disco El evangelio según mi jardinero –cuya presentación es hoy en La Trastienda– que este músico originalísimo no sólo se para lejos del multipremiado Drexler sino también de parte importante de la progenie musical del paisito. Sí, admite lazos estéticos con ¡su tío! Eduardo Mateo –con quien tocó años atrás– y algunos amigos suyos. Pero sus influencias más notorias –musicales y de las otras– van por el lado de Tom Waits, Sly Stone, Jona-

than Richman, Clarice Lispector, Henrik Nordbrandt y Spinetta. “También me gustan mucho Juana Molina y Coiffeur”, añade.

Segunda aproximación: hay fogonazos entre sus letras que son francamente desopilantes. Una, la de “Lavapiés”, por caso, dice: “A mí me va el animismo / Jesús es mi manager”. ¿Qué querrá transmitir el hombre?: “Aunque aborrezco la religión organizada, el animismo me va. Lo de Jesús es porque siempre me cayó bien. La canción luego dice: ‘Jesús is my coach’, mi entrenador que me guía y enseña. Aunque también podés cantarla acentuando la ‘u’, o sea ‘Jesús is my couch’, un sofá en el que puedo echarme a relajar. Aunque en el fondo, se la compuse a mi amigo y manager Jesús, con quien vivía en el barrio Lavapiés de Madrid”, revela.

–Otra que impacta es “Chupame la mente cable”.

–Sí. Vivía con unos amigos. Les robamos el cable a los vecinos y pasamos un par de días hipnotizados mirando día y noche la pantalla. Después, llegaron los de la compañía y nos lo cortaron. Habla de la dicotomía entre lo basura y pérdida de tiempo que es el zapping, y su irresistibilidad.

Más aproximaciones al, como vemos, chifladísimo mundo de Buscaglia. Su debut en vivo fue nada menos que acompañando al genio de Mateo. Con el tiempo, también ofició de anfitrión de Spinetta, Charly García y Caetano Veloso durante sus visitas a Uruguay, y en España solía telonear a Drexler. Su primer disco solista fue Llevenlé, publicado en 1996. Producido por “nadie” y con Rubén Rada entre los invitados, lo define como un trabajo “caótico, dulcemente salvaje y con mucha improviseta de estudio”. El sucesor llegó cuatro años después con –vaya título– Plácido Domingo, que describe como música para viajar, y el tercero, Ir y volver a ir, editado sólo en España y Japón. En simultáneo, Buscaglia es director artístico de Cantacuentos, proyecto para niños con el que editó tres discos. “Lo creamos junto a mi vieja, que es el equivalente a María Elena Walsh en Uruguay. Hace como 15 años que trabajo con niños, es muy poderoso y nutritivo. Ante tantísima mierda que se les da,me parece importante abrirles el chorro hacia el lado más psicodélico de las cosas”, dice.

–¿Y cómo les abre el chorro a los grandes con El Evangelio según mi jardinero?

–Por ejemplo, tocando instrumentos que nunca había tocado, como una ravanatah rajastaní, o inventados, como un Doo Rag –hecho con una pistola de juguete–, o preparados, como el banjo o el simon. O escribo cosas de muy largas a muy breves, desde versos híper libres a sonetos o décimas. En ese sentido, el trabajo de los dadaístas y surrealistas me resulta fascinante.

–Emigrar parece ser la iniciativa recurrente de los músicos uruguayos. ¿A qué lo atribuye?

–Uruguay es divino, pero no hay un mango. Hay un montón de músicos creativos pero lo que se escucha es rock punkie che/marihuana aburridísimo, aunque es cierto que el bostezo lo genera la mayoría de la música que se escucha en nuestra civilización occidental.

–¿Cuál es el eje de su música que, en principio, parece demasiado ecléctica, experimental e “itinerante”?

–Lo del eclecticismo es una cosa natural, siempre degusté una amplia variedad de géneros. De adolescente escuchaba con la misma fruición a los Clash, a Earth Wind & Fire y a Milton Nascimento. El eje es que amo las canciones. Amo lo portátil y lo mutante de ellas. El que le cambies una palabra porque entendiste mal, y eso signifique mucho para vos. El arte me parece el logro máximo de la humanidad, una llave hacia un sentimiento exultante de la existencia como el sexo, el amor, los hongos o el sueño. Y la labor de cerrajería al respecto es fascinante. O sea: me gusta dominar un instrumento para expresar a su través lo que deseo, aunque también adoro la situación inversa: el dejarme dominar por los instrumentos.

–¿Qué le significó debutar con Eduardo Mateo?

–Tomé todo lo que pude y espero no haber dejado nada. Mateo era mi tío, uno de los grandes amigos de mis viejos, a quienes yo curtía muchísimo de niño y adolescente, junto a otros artistas maravillosos de Uruguay, como Urbano Moraes y Pippo Spera. Influencia absoluta fue verlos componer hasta el amanecer. La primera vez que toqué mis canciones en directo fue con un trío: mi tío Marcos Gabay, yo en guitarras y Mateo en percusión y cantando conmigo. Hicimos una versión de “Jugo de tomate frío” de Manal. Yo tenía 16 años y componía una especie de funk/punk tropicalista.

–La música uruguaya, desde Zitarroza hasta Viglietti, pasando por Canario Luna y las murgas parece abrigar un aura melancólica. Resulta difícil encontrar esta sensación en su música. ¿Cuál es la razón?

–Sí. Músicas muy power, Zitarrosa, Darnauchans, Cabrera, Pippo, que me encantan, tienen ese lado melanco. Pero para mí funciona el “disfrutemos mientras podamos”. Hago lo que me divierte, aunque tengo una visión apocalíptica y negativa del camino por el que va el hombre. Veo muy ricas y positivas las posibilidades de disfrute y crecimiento a pequeña escala. Y el humor y lo lúdico son literalmente vitales. Como dice Charly: todo se construye y se destruye tan rápidamente que no puedo dejar de sonreír.

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