Lun 03.07.2006
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MUSICA › TOM ZE, UN GENIO INCOMPRENDIDO, A LOS 70 AÑOS

“Envidio a Gilberto Gil y a Caetano, ellos son estrellas”

El artista bahiano se declara un “analfabeto de la música”. Sin embargo, sigue paseando por el mundo la bandera del tropicalismo en su vertiente más experimental e irreverente.

› Por Miguel Mora
Desde Lisboa *

Publicó recientemente el disco Estudando o Pagode: segregamulher e amor, una opereta contra la segregación racial y sexual. Prepara ya otro más que servirá para conmemorar en octubre su inverosímil 70º cumpleaños. Y acaba de cerrar en Portugal una gira europea. Gracioso como un niño, Tom Zé sigue paseando por el mundo la bandera del tropicalismo en su vertiente más experimental, irónica e irreverente, corriente de la que es el único miembro y que lo separó de cuajo del camino de fama y éxito de sus principales compañeros de tropicalia, Caetano Veloso y Gilberto Gil.

El músico y compositor de Irará (Bahía) ha presentado en Portugal el espectáculo “Tropicália jacta est”, donde recupera la esencia burlona de sus viejas canciones, las que recopiló de manera crucial David Byrne en 1990 justo cuando Zé estaba a punto de retirarse de la música para ponerse a trabajar en la gasolinera de su sobrino.

–¿Ha representado ya la opereta Pagode?

–No, aunque los universitarios han escenificado dos discos míos antiguos. La opereta es un intento de montar un poco de lío para atraer la atención de los jóvenes. Vi en una encuesta de la MTV brasileña que son cada vez menos solidarios y más egoístas. Y que cada vez leen menos y prefieren las canciones más cortas. Está bien, me dije. Si quieren comics y canciones de 30 segundos, no hay problema; seré ludositor en vez de compositor.

–¿Cómo pueden adaptarse los artistas a ese público nuevo?

–Me parece que haciendo cualquier cosa menos poniéndose apocalípticos. Dicen que yo siempre evoco un Brasil desaparecido, del pasado, me llaman “pasadista”. Pero cuanto más viejo me hago, más joven se hace mi público. Me han puesto el estigma de que canto para un público joven. Cuando un artista observa la realidad y luego la cuenta, no puede salir tan negra como cuando la cuenta un filósofo. Si la gente no abre puertas para cierta esperanza sólo queda una nube negra. Estoy haciendo un disco contra los apocalípticos para celebrar mis 70 años.

–¿Cómo van sus relaciones con Gilberto Gil y Caetano Veloso?

–Ellos no es que quisieran ser artistas o estrellas, es que son genios de la música y de moverse como estrellas por el mundo, y por eso ahora tienen otras actividades aparte de la música. La energía atómica explota en cadena. Yo los amo todavía, aunque hayan mantenido actitudes que no apruebo, tengo mucha envidia de ellos: son estrellas. Gil siempre quiso ser político. Yo le mando mensajes por correo, comentarios sobre su trabajo de ministro, siempre cariñosos. Siempre hay alguien dispuesto a ponerle bombas a este gobierno: la clase media y los artistas están acostumbrados a mamar de las tetas del gobierno y todo el mundo lo ataca, es natural. Gil quiere acabar con esos privilegios y está siendo crucificado. Pobre. Tratar de arreglar ese país es muy complicado. Lula y el PT han sido la gran esperanza de los intelectuales pero ha aparecido la corrupción y con ella ha aparecido el silencio de los intelectuales. Nadie dice nada. Los periódicos están desapareciendo.

–¿Usted es más libre que Gil y Veloso?

–Ellos son lindos, deben ser libres también. Quizá no opinan como yo, tenemos muchas diferencias... Pero yo no me quiero pasar la vida poniendo los puntos sobre las íes. La generosidad es una bonita virtud.

–¿Sigue haciendo música pensando en esos millones de personas del Sertao que viven en San Pablo y nunca probaron la carne?

–Yo no vivo en Marte... En mi educación, la ética fue muy importante. Las conversaciones trataban sobre eso. La riqueza siempre es señal de habilidad, al menos comercial... Por cierto, ahora en Brasil pasa algo salvaje que en Europa pasa menos: los ricos de San Pablo viven presos, sus hijos no pueden salir a la puerta de la casa. La mitad de los pobres de Brasil están presos, la otra mitad sueltos, pero todos los ricos están todos presos. Monteiro Lobato, un escritor, dijo que está bien ser un preso porque así no tienes miedo de ir preso. Ja, ja.

–¿Cómo está Brasil? ¿Ha mejorado?

–Soy un pésimo analista político pero el pueblo y la clase media están cada vez más oprimidos por los impuestos y sufriendo un gran bajón de nivel de vida. La Iglesia continúa haciendo de las regiones más pobres fábricas de desempleados, las favelas están llenas de niños pasando hambre y necesidad. Todo por la prohibición de los condones.

–¿Cómo es un día Zé?

–Me levanto a las cuatro porque mis musas tienen un huso horario distinto al de Brasil. Hago tai chi, compongo un poco de música con el violonchelo, a las siete desayuno yogur y sopa de verduras, luego estudio hasta las cuatro, vuelvo a almorzar, echo una siesta española, voy un rato a la oficina de Neusa y luego, a casa.

–¿Se siente artista?

–Tengo una cosa que me protege. Soy un analfabeto de la música. No sé si es bueno o no, porque es una de esas cosas íntimas que uno prefiere no averiguar. Pero sé que estoy fuera de moda, siempre ando oyendo música clásica. Para empezar, tengo horror al jazz. Aunque lo toqué un día, antes de saber lo que era, con un trompetista tuerto.

–Eso parece una pose, una especie de poética de perdedor.

–Mis discos tienen la pretensión de ser buenos y poéticos. Pero el mundo está lleno de jóvenes guapos con buena voz y buena tecnología. Yo no tengo buena voz, no compongo bien, no canto bien pero me exijo alguna cosa: que los discos sean buenos, divertidos, entretenidos. ¡Y perdón por la audacia de decir disco!

*De El País de Madrid. Especial para Página/12.

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