El buen nihilista francés está aburrido de la construcción de un personaje público revulsivo que no le sienta del todo bien con él óxido de los años. El ¿provocador? Michel Houellebecq parece estar en retirada, domesticado por una especie de abulia crónica, como si hubiera perdido la fuerza con la que antes despedazaba a sus contrincantes reales e imaginarios. El jueves por la noche, durante su primera presentación en la sala AB del Centro Cultural San Martín, con capacidad para unas 600 personas, el autor de Sumisión, en diálogo con Gonzalo Garcés, enmendó su desaliñada figura –estaba bien peinado y vestido– y afinó la ironía sin alborotar el avispero, como midiendo demasiado el efecto de cada una de sus respuestas, aferrado a un cigarrillo electrónico con el que intenta eclipsar el deseo voraz de nicotina. Aunque hubo una demora de 45 minutos, lectores y fanáticos no se amotinaron después de nueve años de espera (su anterior visita fue en 2007); sólo atinaron a golpear las palmas unos minutos antes de que irrumpiera en escena. El narrador, poeta y ensayista francés sorprende cuando revela que no tiene seguridad social, subraya que su país “es el peor del mundo” y pronostica que Francia “está muy cerca de salir de Europa”. “Los intelectuales abandonan la izquierda” será la conferencia que Houellebecq dará hoy a las 19 en Polo Científico Tecnológico (Godoy Cruz 2320), con entrada libre y gratuita. Mañana hará doblete: a las 15.30 firmará ejemplares en la librería Borges (Borges 1975) y a las 17 conversará sobre sus películas en el Centro Cultural Recoleta (Junín 1930), donde se proyectarán fragmentos de Near Death Experience y El secuestro de Michel Houellebecq.
Desde su primera novela, Ampliación del campo de batalla, el escritor francés viene narrando el derrumbe del orden mundial y los dilemas de la existencia humana. “No tengo la sensación de que el derrumbe en mis libros sólo aparezca desde el punto de vista político; describo destinos individuales y creo además que el amor es mucho más importante –advierte Houellebecq–. La gente no habla de lo que considera importante, sino de lo que puede: hablar de política atrae más polémicas y reacciones. Hablar de amor es mucho más complicado. El verdadero derrumbe en mis libros es el de las relaciones íntimas”. El autor de Las partículas elementales (1998), Plataforma (2001), La posibilidad de una isla (2005) y El mapa y el territorio (2010) expande su explicación sobre el tema del amor. “Hay un pensamiento de la autonomía, pero el amor, por definición, es algo que nos vuelve dependientes. La idea de que los seres humanos tienen libertad se extendió mucho y me parece antinómica al amor. No hay amor sin dependencia, el amor es una sujeción. Y la aceptación de la sujeción se volvió más complicada”, reflexiona el novelista, poeta y ensayista francés. “Yo me sentí libre cuando dejé el curso de ecología en medio de un examen: me levanté y me fui sin haber pensado ese gesto. Eso mismo hice en Las partículas elementales, cuando Annabelle no vuelve a tocar el timbre de Michel. La libertad no es hacer lo que decidimos; es hacer algo que no teníamos previsto”. 
El protagonista de Sumisión –publicada el 7 de enero de 2015, el mismo día del atentado terrorista en el semanario Charlie Hebdo– se llama François, un profesor de la universidad de la Sorbona, cuarentón, soltero y alcohólico, especialista en Joris-Karl Huysmans, seudónimo de Charles Marie Georges Huysmans (1848-1907), gran figura del decadentismo decimonónico. Si la mayoría de los novelistas son como ciclistas que suben hacia la cumbre de la montaña, él prefiere el camino inverso. “Me gustan mucho las bajadas, de la misma manera que me gusta la velocidad en auto; es un vicio que tengo. Me entusiasma estar al límite del accidente”, confiesa Houellebecq y agrega que en la novela “son las mujeres las que controlan y toman las decisiones”. El escritor francés tiene una especie de “prontuario” de imputaciones que elevan el valor de sus acciones como polemista a la par que dispara la venta de sus libros. “Me acusaron de misoginia, de interesarme demasiado en el físico de las mujeres, eso es lo que me recriminaron. Tengo la sensación de que el error no necesariamente es de mi lado”, se defiende. Y arremete con la primera gran ironía de la noche: “Al leer una revista femenina como Elle, uno ve que sólo hablan mujeres. El punto de vista del hombre desapareció y no lo vamos a conocer más porque el hombre se dio cuenta de que era más prudente callar y disimular su pensamiento. Entonces la mujer piensa tontamente que el hombre cambió. Las feministas deberían leerme para informarse sobre el punto de vista de los hombres, que es poco conocido”. Más allá de las discusiones que genera, pocos dudan de la elasticidad que tiene para contar escenas muy emocionantes, apelando a un estilo más teórico. El autor francés explica que hay que escribir “todo lo que a uno le venga a la cabeza”. Y precisa más cómo trabaja su escritura: “mis párrafos teóricos son parte de eso, los pongo por más que corten la narración, no solamente porque soy de naturaleza anárquica y no me gusta restringirme, también porque antes que escritor soy lector y me encanta generar esa especie de choques eléctricos, momentos de paso a otras dimensiones”. Para escribir bien una novela sugiere que es necesario “estar persuadido de que es el último libro que uno está escribiendo, entonces no hay que economizar; es una especie de manera de autoestimularse y la consecuencia es que no hay que ocuparse demasiado del buen gusto, de la armonía, sino que más bien hay que decir todo lo que uno tiene para decir”.
Sumisión –opina su autor– no está dirigida contra el Islam porque no hay verdaderos musulmanes en la novela. “Hay tipos que utilizan el Islam para concretar sus ambiciones políticas. No hay fanáticos, no hay practicantes”, aclara Houellebecq y reconoce que en el protagonista de la novela “hay una fatiga respecto de buscarse a uno mismo, el cansancio del individualismo occidental que es engañoso porque no propone la posibilidad de una aventura permanente”. Una de las frases preferidas de mi libro es: ‘todo puede ocurrir en la vida y sobre todo nada’”. El exceso de trámites administrativos, la burocracia laberíntica, puede resultar desesperante. “Francia es el peor país del mundo; en este momento yo no tengo seguridad social y eso me preocupa. Por momentos pienso que no he tenido el coraje de ser lo suficientemente aburrido para escribir cuarenta páginas sobre la vida administrativa francesa. En realidad soy demasiado comercial”, bromea el escritor y añade que en su país podría suceder algo similar a lo que pasó en el Reino Unido con el Brexit. “Si tuviéramos que votar, seguro ganaría el no. Francia está muy cerca de salir de Europa. Los franceses ahora están en Europa contra su voluntad”.
Ser el escritor francés más célebre de estos tiempos no es tan gratificante. “Yo tenía la impresión de que el escritor es un inimputable, pero ahora no es tan así. Yo subestimé el peligro, sobre todo con el Islam, eso me tomó de improviso –admite Houellebecq–. Después de Plataforma me di cuenta de que cada vez que salía un libro mío iba a ser el tema polémico del año. Hay que ser un poco megalómano y creer que mi obra va a seguir viviendo siglos. No me importa lo que está pasando, me voy a dirigir a los siglos por venir. Pero es un esfuerzo suplementario hacer como que a uno no le importa”. De pronto pregunta si puede hablar de cosas tristes. “Me dio mucha pena la muerte del escritor Maurice Dantec en junio. En Francia lo conocimos mediante una mezcla inédita de ciencia ficción y de novela policial negra; estaba relacionado con el movimiento ciberpunk, como lo llamábamos en ese momento. Después se volvió uno de los principales neo-reaccionarios a través del ensayo Laboratorio de catástrofes generales. Era menos famoso que yo, pero los ataques hacia él fueron iguales de violentos”. El tiempo vuela. Garcés pregunta si habrá nuevas novelas. “Eso depende de mi salud, que es independiente de mi voluntad –dice–. Pero escribir es lo único que sé hacer”.