Jue 06.07.2006
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CINE › “TARNATION”, SORPRENDENTE OPERA PRIMA DE JONATHAN CAOUETTE

Un ensayo de alta audacia

› Por Horacio Bernades

Filmarse a sí mismo y los demás, obsesivamente, desde la infancia hasta la adultez. Filmar todo, desde lo más banal hasta lo más terrible. Lo fútil y lo chocante, lo íntimo y lo especular, el diario crudo y el varieté casero. Filmar con lo que haya a mano: camaritas de superocho, homevideo, digital. Y también grabar conversaciones privadas, confesiones íntimas, mensajes en el contestador. Finalmente y tras haber acopiado 19 años de material audiovisual, musicalizarlo con el gusto más exquisito y montarlo con iMovie, software de Apple que se compra en cualquier casa de computación. Aplicar en todo ello, claro, infrecuentes dosis de audacia personal, de falta total de recato u observancia de cualquier regla. Maxidosis de espíritu bonzo, de genio artístico y creativo. Así se obtiene Tarnation, cima de dos géneros: el diario personal y el “la hago toda solo”. Impactando primero en Sundance, luego en Cannes y a partir de allí en todos los festivales del mundo, con Tarnation Jonathan Caouette (Houston, 1973) hace una de esas presentaciones públicas que son, claramente, un Paren las máquinas y después seguimos hablando.

Con significativo apoyo de Gus Van Sant y el igualmente genial John Cameron Mitchell (autor de Hedwig and the Angry Inch y Shortbus, sensación de Cannes este año), lo que narra Jonathan Caouette en Tarnation es su propia historia. Que no es una historia cualquiera, precisamente. Abandonado por su padre antes del nacimiento, Jonathan es hijo de Renee Leblanc. De pequeña, Renee era una belleza morocha que pintaba para reina del pueblo, hasta que tuvo lugar la siguiente cadena de acontecimientos: 1) Una tarde, Renee se cae del techo de la casa; 2) En lugar de mostrar signos de recuperación, Renee los da de parálisis; 3) A alguien de la familia le parece que la mejor solución es recurrir al electroshock; 4) Renee es sometida a terapia de choque durante dos años, a razón de dos veces por semana; 5) Renee nunca volvió a ser la misma. Pero ésta es sólo la primera cadena de calamidades que Tarnation hilvana ante el espectador, en demoledores carteles que van sumando datos: ya antes de eso Renee era regularmente abusada por sus padres, así como más tarde sería violada delante de su hijo Jonathan tras haber salido a la ruta (en tiempos de pos-hippismo) y de allí en más nunca dejaría de entrar y salir de distintos centros de internación, la mayoría de las veces por culpa de errores garrafales de diagnóstico y farmacología.

Es asombroso, pero con todo este material temático (al que habría que sumarle las intoxicaciones, internaciones, intentos de suicidio y síndrome de despersonalización del propio Jonathan, causado por una temprana sobredosis de LSD), Caouette obtiene una película que por largos tramos podrá ser triste y melancólica, en otros indudablemente shockeante y, sin embargo, a la larga transmite sobre todo esperanza, energía y un alto espíritu de optimismo. Esto no se debe sólo al hecho de que la película incluye el reencuentro del autor con su madre y su padre (a quien jamás había visto), y a que después de todos los horrores, Tarnation se cierra con una imagen que parece casi una suerte de Pietà invertida (parecería que es el hijo el que acuna a la madre), sino fundamentalmente al modo en que Caouette se observa y se filma a sí mismo. Ese chico de 11 años, que aparece en cámara travestido, haciendo de “ama de casa moderna” (según se define) ya ha pasado por todos los horrores. No es difícil darse cuenta de que alude a ellos, cuando la señora describe los terribles castigos a que la somete su marido. Nada de eso impide que el personaje sea una verdadera creación y que la parodia resulte divertidísima.

Del mismo modo, algún fragmento de adolescencia en que se lo ve sangrando, mientras el off alude a los varios intentos de suicidio (pero más tarde se advierte que muy posiblemente ese fragmento esté tomado de una representación) está intercalado en una misma serie con el registro de los primeros cortos de ficción de Jonathan, todos ellos pertenecientes al género gore, el primero llamado El cortador de tobillos. Y está también la filmación de la versión-comedia musical de Terciopelo azul que Jonathan encaró en el high-school, con una gordita en el protagónico y sobre temas de Marianne Faithfull. Y en medio de todo este delirio, una y otra vez, la imagen de la mamá, que va pasando de belleza púber hasta ese ser que, con tal de hacer algo para la cámara de su hijo, no puede parar de bailar y reír estúpidamente, con un zapallo en la mano. Y los abuelos, que parecen estar en otro planeta. Tarnation es, antes que nada, un triunfo de la forma, en el que la multiplicación de una figura al infinito, la división de la pantalla, el modo en que se hace vibrar un trozo de celuloide o la manera en que una figura se duplica en un espejo son algunas de las maneras con que la película transmite –en línea directa, desde su propio cerebro al del espectador– qué significa la esquizofrenia, qué se siente al despersonalizarse.

Lo hace con un espíritu a la vez celebratorio y terminal, exultante y terriblemente melancólico, psicodélico e implosivo, pop y confesional. Todos términos antitéticos entre sí, que durante una hora y media el ciclotrón genial de Jonathan Caouette pone a andar, demostrando que puede no haber cosa que funcione mejor que la disfuncionalidad.

9-TARNATION

EE.UU., 2003.

Dirección, guión, cámara y edición: Jonathan Caouette.

Música original: John Califra, Max Avery Lichtenstein y Stephen Merritt.

Intérpretes: Renee Leblanc, Jonathan Caouette, Adolph Davis y Rosemary Davis.

Estreno en DVD solamente en los cines Cosmos y Arteplex.

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