Para cualquier tipo de emprendimiento anual llegar hasta tres significa empezar a adquirir cierto estatus de cosa instalada. Es lo que ocurre con Asterisco, el Festival Internacional de Cine Lgbtiq, cuya programación abarca las preocupaciones, intereses y problemáticas vinculadas a las diferentes identidades de género, que se lleva a cabo a partir de hoy y hasta el próximo domingo en Malba Cine (Av. Figueroa Alcorta 3415) y otras cinco sedes.
Ya no se trata del festival  como incógnita de la primera edición, ni implica el esfuerzo por validar un espacio de la segunda. Esta tercera edición parece tener el peso simbólico de lo legitimado, de aquello que se ha ganado su lugar en el mundo a fuerza de reclamarlo y pelear por él. Una conquista que partiendo de las buenas intenciones –echar luz sobre realidades invisibilizadas– consiguió  generar un espacio plural en el que todas las identidades reunidas en la sigla cada vez más larga de la comunidad Lgbtiq (lesbianas, gays, travestis, transexuales, intersexuales y queer), han encontrado una imagen y una voz. Y siempre sin desentenderse de la calidad artística, porque se trata de un festival de cine y lo importante son las películas.
Pero esta tercera edición de Asterisco representa también la renovación de un desafío para sus organizadores, que también son tres: su directora, la cineasta Albertina Carri, y sus dos programadores, el crítico Diego Trerotola y el investigador Fernando Martín Peña. “Tres años son bastante para un festival joven, pero también muy poco como para sentirse estable. Por eso es muy importante que este año nos siga acompañando el público y se sigan sumando voluntades”, advierte Carri. “Las dos primeras ediciones se realizaron en el marco de los festejos todavía tibios de las leyes de Matrimonio Igualitario y de Identidad de género, históricas para nuestro país y para la región en general. Dos leyes que sin dudas cambiaron la estructura social de nuestra población, porque vinieron a escuchar un reclamo también histórico de diversas organizaciones sociales que venían acompañando en todo el país a personas LGBT”, continúa. “Este año es particular porque es el primero con el nuevo gobierno, las políticas públicas han cambiado de rumbo y los apoyos al festival son otros. Sin embargo nuestros objetivos siguen siendo los mismos: darle visibilidad a las problemáticas de una comunidad muy diversa. Nuestro mayor desafío al hacernos visibles es poder conmover a los distraídos y atraer a los despavoridos, se le teme a lo que se desconoce y el cine es una excelente herramienta de comunicación, entonces creemos que la programación de Asterisco es una forma de atravesar fronteras y prejuicios y una invitación a celebrar la diversidad”, concluye la directora. 
Como Carri se encarga de aclarar, esta vez el desafío no está exento de las dificultades de un año complejo en lo político y lo económico que repercutió en la organización. “Sufrimos una reducción de presupuesto importante”, reconoce la directora, “pero decidimos hacer el festival igual por pura convicción militante”. Porque más allá de todo eso están las películas. “Estoy convencida que arte es todo aquel que repiense el mundo, que está dispuesto a decosntruir los parámetros y los márgenes a los que estamos acostumbradas, aquel que nos hace dudar, que nos inquieta, que reescribe lo que la educación intentó borrar para domesticarnos. Supongo entonces, en mi utópico pero no por eso inalcanzable imaginario, que cine es todo aquel que se enfrenta a poderes hegemónicos. Lo demás es propaganda y así deberíamos llamarlo”, afirma Carri.
–¿Y qué posibilidades y utilidades ofrece un festival de cine como herramienta que no sea posible hallar en otras? 
–En el mundo es cada vez más difícil estrenar cine. Últimamente lo que suele estar en cartel durante semanas son largas horas de propaganda capitalista, heterosexual, patriarcal y binaria. Son pocas las películas que traen otros relatos, que piensan otras formas de estar en este mundo y que pueden competir con la lógica del mercado. Es decir, estrenándose en salas y sosteniéndose con las cantidades de espectadores que deben verlas a las pocas horas de ser estrenadas. Son pocas porque en general nuestras películas no tienen todo el presupuesto que maneja el hetero patriarcado burócrata capitalista. Entonces los festivales son la opción para ver documentales, ficciones, largos, cortos, animaciones que chillen de dolor y de alegría, que desacaten los órdenes impuestos por siglos de colonizaciones cicateras. Y al ver, también transformar la opacidad del confort en lo esplendente del desacuerdo. 
–¿Pero cómo se programa un festival como Asterisco? ¿Alcanza con que una película aborde determinada temática afín? 
–No, no alcanza. En ese sentido somos un equipo aristotélico, nos importa la forma porque nos importa el cine, nos preocupa más el cómo que el qué. Hitchcock decía que las películas no debían tener mensajes, que los mensajes los lleven los carteros. Creo que en esa frase se juega algo muy luminoso con respecto al relato cinematográfico, porque está pidiendo a gritos la intervención del cuerpo y no solo la comprensión de un cuento. El cine tiene el poder de la conmoción; entra por los ojos, por los oídos pero también por la piel, hasta nos puede llegar al hueso mismo cuando nos exponemos a películas extremas. Pensamos el cine como experiencia y la experiencia como proceso semiótico capaz de generar nuevas lenguas. 
–A partir eso, uno de los desafíos que imagino han tenido desde la primera edición es que el festival no acabara encasillado como un festival de nicho. 
–El desafío de no convertir un festival temático en un espacio encasillado para un ghetto es enorme y creo que el esfuerzo de programación aquí es todo. Por un lado está la variedad, no caer en ideas solemnes y dejarse sorprender por nuevas prácticas. Por el otro está la agudeza del pensamiento, volcarse a un cine ya visto pero encuadrarlo en una nueva coyuntura editorial. Por ejemplo este año pasamos M, el vampiro, la gran obra de Fritz Lang, y Los Parchís van a Disneyworld, una película que a todas luces pareciera que debe ser borrada de la memoria por sosa, vetusta y propagandística. Sin embargo nos parece que en ese cruce de repensar al asesino de Lang en clave gay y a toda la sociedad que lo acompaña, lo mortifica y lo condena pidiendo justicia por mano propia; y a Los Parchís en clave camp, haciendo una oda de sus monos de colores y una incipiente androginia, radica la posibilidad convertir un festival temático en una verdadera fiesta de la cinefilia. Hay mucho por descubrir en el cine de otros tiempos, no solo en las películas de los últimos días, porque el desafío también es pensar como hemos sido retratadas o representadas en la pantalla las lesbianas y los gays, según las épocas y las zonas geográficas. Y como durante muchos años los únicos retratos posibles de la población Lgbtiq fueron condenatorios. Es decir, fuimos monstruos, asesinas, perversas, la escoria de este mundo, y nos parece importante volver a ver esas películas con un nuevo humor, sin miedo y hasta celebrando esos exagerados retratos. 
–Recién hablaba de descubrimiento. ¿Qué novedades va a descubrir el habitué del festival en esta edición?
–Este año inauguramos varias secciones: Trashnoches musicales, que incluye filmes musicales algo bizarros, una invitación a la distensión total, a terminar el día gritándole a la pantalla o bailando en la butaca al ritmo de una música olvidada. O Suburbania, un recorrido por los suburbios de la ciudad, en donde nos vamos por un rato de las grandes metrópolis y observamos con detalle qué pasa en los alrededores, qué significa esto de poner en cuestión el género, de vivir una sexualidad no normativa, más allá de los márgenes de la urbe. Y Glam soviético, de mis secciones favoritas, la posibilidad de ver cine de URSS en clave queer, una experiencia altamente recomendable y transformadora.
–¿Han desarrollado algún eje temático específico sobre el que se haya querido llamar la atención especialmente? 
–Lo que condenamos desde Asterisco y sostenemos como línea editorial, son las políticas estatales criminales contra la población Lgbtiq. Todavía hay países donde la homosexualidad y el mal llamado travestismo están penadas con ley. Sobre los problemas específicos de la comunidad a visibilizar siempre está la desigualdad de condiciones laborales, el acceso a la salud, la discriminación y el abandono, y la tercera edad, porque pareciera que para ser gay o lesbiana hay que ser siempre joven. Estos temas atraviesan todas las ediciones, porque son todavía situaciones a reparar y a modificar. 
–Más allá de su función como espacio de expresión y divulgación dentro de la Argentina, ¿Asterisco ha conseguido ser un órgano de utilidad para establecer lazos hacia afuera, con comunidades o festivales de otros países? 
–Una de las gratas sorpresas que nos dio Asterisco fue la acogida por parte de festivales internacionales como Río de Janeiro y Berlín, donde fuimos invitados como jurados para entregar sus respectivos premios LGBT y también la colaboración con festivales temáticos en Chile, Colombia, Uruguay, Holanda, Canadá, Irlanda y Brasil, con los que compartimos respectivamente curadurías, programación y prácticas estratégicas de supervivencia.
–Visibilizar es una palabra repetida en esta charla. ¿Cree que la llegada de Asterisco ha impactado en la producción de cine de temática Lgbtiq en la Argentina? 
–Visibilizar es una palabra repetida, es verdad, y cuando tanto se repite se vacía de contenido. Sin embargo la posibilidad de vernos una y otra vez en las pantallas de los cines, ya no como las brujas malas, o los muchachos frágiles golpeados por machos intolerantes, o los suicidas incomprendidos, o las mujeres de gustos condenables y violento carácter, sino como todo eso y todo lo demás también, la visibilidad se vuelve una herramienta política bestial. Porque no es sólo cuestión de mostrarnos y pasearnos en la pasarela de los freaks, sino también hablar de nuestros afectos, nuestros ansias, nuestras formas de formar familias, de celebrar nuestros acuerdos. También dejar de tematizar la elección sexual o de género y empezar a ser protagonistas de cualquier historia que no necesariamente problematice el ser gay, travesti o lesbiana. Pero el camino es largo: a pesar de vivir en un país con leyes que nos protegen todavía hay personas, como los conductores y directivos de una radio salteña, que hace unas semanas hablaron de “la  lesbianización de la marcha de las mujeres” para destruir cualquier acuerdo entre mujeres, que utilizan la palabra lesbiana como un virus capaz de corroer cualquier buena intención. En su conciencia cristiana pequeño burguesa, este señor estaba obliterando la historia completa de un movimiento enorme que es el feminismo latinoamericano, formado por mujeres heterosexuales y lesbianas, pero además también está desconociendo que para nosotras llamarnos lesbianas es un orgullo y una amorosa declaración política sobre la forma en que queremos estar en este mundo.