Mié 19.07.2006
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DISCOS › LOS PRIMEROS TRES ALBUMES DE BLACK SABBATH, REEDITADOS

La bruja goza de buena salud

Black Sabbath, Paranoid y Master of reality fueron grabados en un año y medio, entre 1970 y 1971, y pusieron la piedra angular en el género duro, antes de que lo llamaran heavy metal.

› Por Eduardo Fabregat

Allá lejos y hace tiempo, la experiencia de escuchar a Black Sabbath incluía un juego óptico, curiosa forma de psicodelia de bajo costo: el grupo grababa por el sello Vertigo, cuyo logo imitaba ese laberinto sinfín en el que se perdían Tony y Douglas en “El túnel del tiempo”, y que se reproducía en la etiqueta de una de las caras del disco. La extraña imagen de un adolescente colgándose con “Behind the wall of sleep” y girando la cabeza a 33 revoluciones y un tercio con la vista clavada en la etiqueta central de un vinilo: eso es, sin dudas, una de las cosas que ya ninguna reedición, aun valiosa y cuidada, podrá rescatar. Y, pensándolo bien, no está mal que así sea.

A pesar de su imposibilidad de rescatar al pasado y su contexto, las reediciones existen y a veces vienen a darle una alegría retroactiva al consumidor de música. Sobre todo cuando se trata de Black Sabbath, grupo que en la Argentina fue editado de manera caótica y con agujeros: a comienzos de los ’80 había ediciones nacionales de Sabotage, Sabbath bloody Sabbath, la recopilación We sold our soul for rock’n’roll y hasta el espantoso Technical ecstasy, pero para tener los primeros tres discos de la Bruja de Birmingham había que encomendarse a Martínez de Hoz y su compre importado. Por eso da gusto ver alineados a Black Sabbath (1970), Paranoid y Master of reality (1971), preciosamente reeditados por el sello Icarus con letras, información, liner notes y fotos del grupo en esa etapa fundacional. Ponerlos en la compactera invita a subir el volumen y escucharlos en serie puede traer un problema con el consorcio, pero no deja de sorprender cómo, 36 años más tarde, Sabbath sigue alcanzando cimas que nadie más pudo visitar, y pone a payasitos como Marylin Manson en su justo lugar.

De la Trinidad Heavy que completaban Led Zeppelin y Deep Purple, Black Sabbath fue siempre la opción más oscura y menos comercial, salvo que se quisiera vender el escándalo barato de Ozzy Osbourne mordiendo murciélagos. Black Sabbath no generaba el consenso de un “Stairway to heaven” o un “Smoke on the water”: Osbourne, el guitarrista Tony Iommi, el bajista Terence “Geezer” Butler (¡que tenía un bajo transparente, al que se le veían las tripas de circuitos!) y el baterista Bill Ward se movían con otra pesadez, podían cometer el “pecado” musical de hacer la misma melodía en la guitarra, el bajo y la voz (como en “N. I. B.” o “Iron man”), pero en el tema siguiente entregarse a una maraña armónica extrañísima, cortesía de Iommi, que sabía cómo construir oscuridades del tono de “Warning” o “Hand of doom”, ideales para los alaridos y susurros maléficos de Ozzy. La reedición, además, permite apreciar una rara curiosidad: el primer disco había sido bien recibido y “Paranoid”, escrito en unos minutos y como relleno, se convirtió en el hit que impulsó ventas millonarias del segundo. Después del éxito, Sabbath podría haber dormido un rato en los laureles (si es que eso era posible, teniendo en cuenta la alarmante cantidad de cocaína que consumían), pero Master of reality opera como cierre perfecto para ese arranque bestial de tres discos inolvidables en un año y medio. “After forever”, “Children of the grave”, ese final tan Sabbath con “Into the void”, terminan de poner una piedra angular en el género duro, que en los años siguientes adoptaría mil nombres, caras, formatos y subgéneros. Pero ya no encontraría otra bruja con semejantes cualidades para meter miedo y encantar a la vez.

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