Sáb 24.10.2009
futuro

Libros y publicaciones

› Por Leonardo Moledo

Tyrannosaurus Rex y el crater de la muerte
Walter Alvarez

Drakontos, 200 páginas

Una de las primeras teorías sobre la desaparición de las especies extinguidas fue la del catastrofismo, cuyo líder, el barón de Cuvier (1769-1832), que, digámoslo al pasar, tenía el curioso nombre de Georges Léopold Chrétien Frédéric Dagobert, era el gran paleontólogo de la época y una especie de dictador de la biología de su tiempo, y como si esto fuera poco, partidario acérrimo de la fijeza de las especies. Pero para explicar el hecho indubitable de que efectivamente había especies extinguidas, imaginó catástrofes planetarias que habrían terminado con ellas (erupciones volcánicas, terremotos), todo encapsulado en una teoría que bien mereció el nombre de catastrofismo. Ya sabemos lo que ocurrió con ella: se disolvió sin dejar rastros en las aguas de la Teoría de la Evolución darwiniana, y nadie volvió a acordarse de ella, hasta...

Hasta que el físico norteamericano Luis Alvarez (1911-1988), Premio Nobel de Física 1968, sugirió que la extinción de los dinosaurios, esa horrible y atractiva mezcla de reptiles y gigantes (y otros más chiquitos, que los hubo), no se había producido lentamente según el gradualismo darwiniano, sino que había sido provocada, precisamente, por una catástrofe: un inmenso meteorito que hace 65 millones de años hizo impacto en la Tierra y levantó nubes de polvo que oscurecieron el sol (de donde aquellos reptiles tomaban la energía vital) por un largo período, hasta la completa extinción de los dinosaurios.

Pues bien: la teoría (en la que colaboró Walter Alvarez, su hijo) es ahora más o menos universalmente (más o menos, ¿eh?) aceptada, en especial cuando se encontraron rastros del impacto. Es precisamente la búsqueda de esos rastros y sus consecuencias lo que se cuenta en Tyrannosaurus Rex..., la enorme bestia que hace las delicias de Jurassic Park (eran Tyrannosaurus, ¿no?).

Como es de esperar, se trata, o pretende ser, un libro de aventuras científicas, y lo logra en muy gran medida. Como suele ocurrir con este tipo de textos, a veces hay morosidad en los detalles científicos que pueden retrasar la lectura. Pero está muy bien. Se disfruta, en especial con vino tinto, Sauvignon o Cabernet, y a resguardo de que un dinosaurio devore botella y lector.

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