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Sábado, 25 de octubre de 2003

NOVEDADES EN CIENCIA › SCIENCE

Bautismo químico

El nombre que uno lleva es algo más que un rótulo, una etiqueta o un significante vacío pasible de ser llenado con descripciones y características personales. Es, por así decirlo, casi lo que uno es. Algo por el estilo pasa en el campo de la química, donde el arduo proceso de acordar con cierta unanimidad cómo debe llamarse un elemento condujo (y aún conduce) a varios entrecruces nominalistas. Hasta que la IUPAC (Unión Internacional de Química pura y aplicada, la autoridad mundial en nomenclatura química, terminología, métodos estandarizados de medida y pesos atómicos) aprueba un nombre y no hay más vuelta que darle. Lo propio ocurrió con el elemento 110, de ahora en más será llamado, según mandato de la IUPAC, “darmstadtio” –hasta el momento se lo conocía simplemente como “ununnilium”– y a ser simbolizado con las siglas “Ds”. Así quedó en claro en la recientemente realizada 42ª Asamblea General en Ottawa, Canadá.
El descubrimiento del darmstadtio fue confirmado en 2001 por un equipo de científicos del Gesellschaft für Schwerionenforschung mbH (GSI) de Darmstadt, Alemania, encabezado por el doctor Sigurd Hofmann. El nuevo elemento se “fabricó” mediante fusión bombardeando un blanco de plomo enriquecido con iones de níquel.
Químicamente, el darmstadtio está en el mismo grupo que el níquel, el paladio y el platino (Grupo 10). Sin embargo, a diferencia de estos elementos, se desintegra después de una fracción de milésima de segundo en elementos más livianos al emitir partículas alfa.
Así como el resto de los elementos químicos que siguen al uranio (número 92), el darmastadtio no está presente en el ambiente (se cree que si alguna vez lo estuvo, fue por una fracción ínfima de tiempo en el origen del universo).
Como de costumbre, sus “fabricantes” son los encargados de proponer nombre y símbolo de los nuevos integrantes de la tabla periódica. Y lo hicieron según la tradición de bautizar al nuevo elemento en honor del lugar donde se lo descubrió.
A la hora de encajarle un nombre a un elemento, hay varios caminos: hacerlo en honor a planetas y asteroides (por ejemplo, uranio, por Urano; cerio por el asteroide Ceres; neptunio, por Neptuno); se puede recurrir a la mitología (Vanadio por Vanadis, diosa Escandinava; Paladio por Palas, diosa griega de la sabiduría; Torio por Thor, dios de la guerra escandinavo); en alusión a algún científico (Curio, por Pierre y Marie Curie; Einstenio por Einstein; Nobelio por Alfred Nobel), según sus propiedades (Cloro, de chloros, amarillo verdoso; Zirconio, del árabe zargun, color dorado) o como se hizo en esta oportunidad, de acuerdo con un lugar (Galio, de Gallia, Francia; Germanio, de Alemania; Selenio, de Selene, la Luna). Claramente, algunos tienen encanto y otros son bastante llanos, simplotes y pedestres.

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