Vie 17.09.2004
las12

TEATRO

El undécimo mandamiento

En la noche oscura del encierro y la repetición, dos mujeres encarnadas por Valentina Bassi y Raquel Albéniz alternan los roles de madre e hija. Sucede en la pieza teatral Amarás la noche, de Santiago Loza, joven dramaturgo, cineasta y puestista con un oído muy fino y atento para el universo femenino.

› Por Moira Soto

El afortunado encuentro entre Valentina Bassi, Santiago Loza y Raquel Albéniz se produjo por iniciativa de la primera, una actriz capaz de pasar de uno de los roles protagónicos de la tira Soy gitano a una salita de Montserrat para hacer, una vez por semana, la pieza Amarás la noche, de un autor de talento pero todavía poco conocido. Los sábados por la noche, entonces, casi en penumbras, tienen lugar los diálogos como letanías y las ceremonias secretas de dos mujeres, una madre y una hija. Lo extraño, entre otras singularidades de la obra, es que la mayor le dice mamita a la más joven quien, a su vez, trata a la otra como a una niña.
Organizadora de Teatro x la Identidad, Valentina Bassi participó este año en ese ciclo leyendo la Carta a mis amigos, de Rodolfo Walsh. Ya liberada de la doliente Luz de la novela Soy gitano, la intérprete del film Un día de suerte andaba en busca de un buen texto teatral que finalmente consiguió. Ahora, mientras interpreta Amarás la noche junto a Albéniz, espera los anunciados estrenos de los films Próxima salida, de Nicolás Tuozzo, con Pablo Rago y Mercedes Morán, y Otra vuelta, de Santiago Palavicino. Este año, Bassi decidió no hacer televisión
(“me gusta pero no todo el tiempo”). Reconoce que no puede trabajar en varias cosas a la vez. “Me pierdo”, dice.
Raquel Albéniz, directora teatral, docente e intérprete, actuó en los últimos años en piezas de Patricia Zangaro, Ariel Barchilón y Amancay Espíndola. También integró el elenco de dos películas a punto de llegar a los cines: Extraño, realización de Santiago Loza premiada en Rotterdam, con Julio Chávez y Valeria Bertuccelli, y La vida por Perón, de Sergio Belloti, “una historia loquísima que transcurre en un velorio copado por jóvenes peronistas que han reemplazado el cadáver de Perón –al que supuestamente alguien quiere robar– por el de un sindicalista que han matado. Yo soy la mujer del finado”, detalla Raquel.
“Conocí a Santiago Loza por haber leído una pieza que se vio en Teatro x la Identidad y por la película Extraño. Como me gustaba mucho su escritura, lo llamé y le pregunté si no tenía algún texto para darme. Me contestó que le interesaría escribir algo, también trabajar con Raquel”, refiere Valentina Bassi. “Así fue que escribió Amarás la noche. Pero antes de que lo hiciera, nos juntamos varias veces con él en un bar a charlar. El quería saber qué tipo de teatro veíamos, qué nos importaba en la vida. Charlas de café, yo no tenía la menor idea de adónde nos iban a conducir. Pero le seguía el tren: si quiere hablar, hablemos. Y una semana despuésde empezar a rodar su segunda película, Cuatro mujeres descalzas, me manda esta obra.”
–Entonces, Loza se documentó en esas charlas sin que ustedes se enteraran.
Valentina Bassi: –Sí, él algo hurgó, algo averiguó que yo nunca supe bien qué fue. Pero me envió esta obra, que era lo que me importaba. Me puso feliz, necesitaba realmente encontrarme con un buen texto.
–Raquel, ¿en qué momento te incorporás al proyecto?
Raquel Albéniz: –Obviamente, Valentina ya estaba cuando Santiago me llamó y me dio a leer la pieza. Me pasó lo mismo que a ella, me encantó. Yo había trabajado con él en un corto cuando estaba saliendo de la escuela de cine, por supuesto antes de Extraño. Me pareció una obra muy abierta, muy sensible. Como además tenía ganas de trabajar con Valentina, fue muy aceitado el encuentro de los tres, con una propuesta muy clara de puesta de Santiago, inmodificable.
–¿La inversión de los roles estuvo desde un primer momento?
V.B.: –Sí, esa idea la contó en una de las conversaciones de café, nos dijo que hacía tiempo que tenía ganas de escribir sobre una situación así, partiendo de esta etapa en la que los hijos se vuelven padres de sus propios padres. Era algo que lo intrigaba mucho, que le parecía un punto de arranque interesante. Nos propuso que probáramos, no fue una imposición. Lo que resultó fue de una ambigüedad total, en donde las fronteras de los roles nunca estaban del todo claras.
–Tampoco está definido el dato de la edad de estas mujeres: en algún momento la mayor parece una niña, en otro, una mujer joven.
R.A.: –Sí, hay como oscilaciones, fluctuaciones, nada es explicado, especificado. Eso nos atrajo, nos sentimos cómodas respecto de los personajes, quizá por eso no necesitamos ensayar demasiado. Dos meses todos los días, y a buscar sala. Fue un proceso grato, muy fluido. Trabajamos en el departamento de Santiago, que es chico. Después pasamos a esta sala del Anfitrión, con ese espacio que se abre hacia atrás, que da esa profundidad de campo, un recurso precioso.
–Aparte de esta inversión de la edad de los roles, la manera de tratar la relación madre-hija se diferencia del enfoque habitual en el cine y el teatro de los últimos tiempos, a menudo apelando a enfrentamientos, ajustes de cuentas, catarsis, reconciliación final. Acá, si hay un conflicto, está como asordinado, subyacente.
R.A.: –Porque no es el aspecto más importante de la pieza. Hay una demanda de la hija hacia la madre, alguna forma de reclamo pero sin llegar a la violencia verbal, al cuestionamiento fuerte. En realidad, es la relación de dos mujeres que incluye los roles de madre e hija. Los temas que aparecen –la muerte, la identidad, la soledad– podrían estar aun sin ese lazo de sangre. Aparecen cosas de mucha ternura, también algún enojo, pero de ninguna manera hay una pelea de fondo. Como actrices nos pasa que hay funciones donde seguimos descubriendo cosas, otras vetas que surgen de un texto poético, cargado de alusiones. Es una pieza especial en ese sentido, nunca se cristaliza la interpretación. Y esto es bueno. Cuando Valentina dice que es fácil hacer esta pieza, tiene razón, en el sentido de que es placentero.
V.B.: –Sí, creo que hay que dejarse llevar por este texto. Al principio yo me hacía veinte mil preguntas: ¿cómo no componer una madre? ¿cómo se maneja una madre con su hija? Después me di cuenta de que teníamos que confiar en el texto, aceptar sus provocaciones, dejar que apareciesen ciertas imágines sin hacernos tantas preguntas. Creo que ahí está la clave de una pieza que está escrita con mucha asociación libre. Entonces, lo mejor es permitir que el cuerpo y las emociones se manifiesten libremente, sin tensarse pensando en la historia de cada una de estas mujeres, cuál es el conflicto. Ahí todo se complica innecesariamente.–Es decir, que no debieron buscar la famosa motivación, esa especie de Santo Grial de tantos actores y actrices locales.
V.B.: –Tal cual, totalmente. En este caso, lo bueno, lo propicio es abstenerse de esa búsqueda. De todos modos, aun dentro de esta entrega cada una debió trabajar ciertas aristas del rol de madre, del rol de hija. Quizás el riesgo estaba en apelar a rasgos del estereotipo.
R.A.: –Tuvimos muy en cuenta ese riesgo. Porque una tiene a veces tendencia a poner un plus en estos casos. Desde que empezamos los ensayos, Santiago me remarcaba: “Ojo, Raquel, no lo aniñes”. Y sí, tuve que controlar ciertos reflejos, un tono que se te va para ese lado. Por ejemplo, cuando te toca decir “mamita” te colocás instintivamente en un lugar de determinadas características. Pero la intención del autor y director nunca estuvo en hacer ni una niña ni una madre según las convenciones establecidas. Se trataba claramente de no resbalar para ese lado, no componer. Por suerte, a Santiago le gustaba lo que hacíamos, no te puedo decir que nos hayamos topado con alguna dificultad concreta en lo actoral.
V.B.: –Estuvimos probando, buscando por distintos lugares, pero fue una etapa muy disfrutable la de los ensayos. Creo que Santiago sabía muy bien lo que quería desde el principio, nos frenaba si nos íbamos por las ramas.
R.A.: –La verdad es que todo confluyó favorablemente. Santiago escribió esta obra pensando en las dos, nos conoce como actrices: corríamos con esa ventaja. No es casual que se trata de un autor que escribe mucho para mujeres, lo hace desde una sensibilidad muy especial.
V.B.: –Esta obra, además de reflejar poéticamente un lenguaje de mujeres, entre mujeres, tiene toda esta cosa de los ritos y los rezos, que parecería que se realizan hace años de la misma forma. Y este título, Amarás la noche, suena como si fuera el undécimo mandamiento, insinúa el clima de la pieza.
–¿Y también una relación contigua con la oscuridad en que viven estas mujeres, una especie de noche inmóvil?
R.A.: –Y eterna me parece, eso también está trabajado desde la iluminación. Son las miradas de Santiago...
V.B.: –Que la terminó de escribir durante una noche de insomnio. El mail con la obra me llegó a las ocho de la mañana. Sí, da esa cosa de noche perpetua, en vela.
R.A.: –A veces siento que la gente se queda esperando que algo suceda. Pero no, no hay ningún estallido, ninguna catarsis.
–Sin embargo, hay una revelación que no se produce, un secreto queda en suspenso.
V.B.: –Y quedará para siempre. Ahora que hacemos la obra todos los sábados y que para nosotras también se ha convertido en un rito, tengo la sensación de que ellas van a estar así por los siglos de los siglos. Manteniendo esos diálogos, no tocando ciertos temas que la madre rechaza, rezando sin creer, queriendo dormir sin lograrlo...
–Ustedes pertenecen a dos generaciones en las que se quebró esa tradición según la cual la hija se convertía en espejo de la madre. Justamente esa pelea por despegar del viejo modelo, por diferenciarse, se expuso en muchas películas y piezas teatrales.
R.A.: –Sí, en ese sentido, Amarás la noche es una obra atemporal, como si la situación perteneciera a un pasado. Es más sobre mí con mi mamá, que de Valentina con la suya. Estos personajes están detenidos en el tiempo y el espacio, esto es para mí lo más dramático que tiene la obra. Esa espera de algo que no llega, esto de que no las vienen a buscar habla de la ausencia del afuera que nunca ingresa a esa casa. Estas mujeres quizá repiten rituales para aferrarse a la vida, no sabemos nada de sus historias. Según el autor, hay una luz de esperanza, no es una obra sin salida. El dice que acá hay dulzura, eso ya es positivo. Nosotras, como personajes, no nosentristecemos. Pensamos: mañana será otro día. Yo, desde adentro, no tengo sensación de muerte.
V.B.: –No, ellas tienen deseos. Ese rezo final expresa anhelo de algo. No sé si lo alcanzarán alguna vez, pero está el impulso de vida. No es que termina la obra y nos queremos matar...
–Es que la obra no termina, no tiene culminación. Se corta, en todo caso, es como un fragmento de esas existencias. Podría seguir, podría recomenzar donde arrancó.
V.B.: –Exactamente. Lo más probable sería que recomenzase, tiene algo circular. Por eso la idea de que estemos en escena cuando entra el público.

Amarás la noche, en el Espacio Cultural Anfitrión, Venezuela 3340, sábados a las 22.30, a $10, 4931-2124

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