Vie 11.09.2009
las12

El anti-final

EN UN FINAL FELIZ (RELATO SOBRE UN ANALISIS), GABRIELA LIFFSCHITZ (1963- 2004) REPASA SUS AÑOS DE DIVAN CON EL PSICOANALISTA LACANIANO JORGE CHAMORRO, QUIEN EN DIALOGO CON LAS12 RECUERDA A LA INEFABLE PERIODISTA Y FOTOGRAFA. LOS TEMAS QUE GIRABAN EN TORNO DE ELLA: LA ANGUSTIA, LA NEUROSIS, EL CUERPO, EL PADRE AUSENTE Y LA MUERTE.

› Por Cecilia Alemano

“Me agrada la idea de que un final deja eventualmente abiertos otros inicios”, decía la carta que Gabriela Liffschitz le escribió a su hija Valentina antes de morir, “Así que vayamos por ellos.” Cinco años después de aquel 13 de febrero, cuando en medio de un calor insoportable en Buenos Aires, en una sala de terapia intensiva del Hospital Italiano, la escritora y fotógrafa decidió, o consintió al menos, la idea de que ya lo tenía todo para su final feliz, aparece este libro (Eterna Cadencia, 2009). Lo que necesitaba lo encontró en los lugares menos pensados, en esos que dejan perpleja a la mayoría. Pero no porque haga apología de “las pequeñas cosas de la vida”, sino porque logra conmoverse –y conmover– por lo inesperado. Decir que la autora transmite palabra por palabra su experiencia acerca de su análisis con el psicoanalista lacaniano Jorge Chamorro, y de su recta final hacia la felicidad y la muerte –por más paradójica que suene la dupla– no es del todo justo, porque su discurso no traduce sentimientos pasados, sino que habla –nos habla, nos interpela en presente sin buscarlo–, fluye como fluían su voz y sus carcajadas y nos transporta en su trayecto interior con la delicadeza de no erigirse en el lugar de quien ya comprendió: “El fin del análisis no tiñó mi mirada de un suave rosa comprensivo, no se trata de eso”, se ataja. “No estoy más allá del bien ni del mal ni tampoco más acá. Es simplemente que ahora tengo a mi disposición lo que haya para ser vivido.”

Un final feliz (relato de un análisis) empezó a cobrar forma en 2003, cuando el cáncer ya carcomía el cuerpo de Gabriela. “¡Vos querés que te haga famoso!”, le soltó a Chamorro cuando él le propuso escribir sobre su experiencia de análisis. Después repasaron hitos y detalles de aquellos siete años transcurridos él en la silla, ella recostada sobre el diván. Desde esa primera sesión en que ella se largó a llorar desconsolada hasta aquella última, cuando se sintió “libre de la condena de ser la víctima”.

La tarde de un sábado invernal cae a través de los ventanales de la casa de Chamorro en Vicente López. Hay un hogar encendido, y la genial figura de la artista empieza a recortarse nítida en el diálogo. “Gabriela desmitifica el imaginario de una tarea dura y angustiante y habla de un proceso que no le resulta natural pero que atraviesa con valentía y decisión”, elogia el analista que en su consultorio recibe a toda clase de gente que llega atraída por el texto. También recibió llamados telefónicos desde Israel y París, de editoriales que querían traducirlo al hebreo y al francés.

Es que además de un análisis, ella relata una vida, y una forma de vivirla.

–Me parece que da cuenta de su enfrentamiento joven con la muerte, y de su relación particular y no angustiada con ella. Recuerdo que en aquel momento mi nuera, que era escritora, padecía una enfermedad terminal. ¡Y sin embargo tenían posiciones tan distintas entre sí! Una era como uno espera, la otra era Gabriela, que desde el primer día tuvo la decisión de trabajar sobre eso. La primera reacción a la mastectomía fue hacer los autorretratos. Siempre tomó lo inexorable de su muerte como un dato contra el que no luchaba.

María Moreno decía “la muerte como oportunidad”.

–Sí, ella toma algo que tiene que ver con el fin del análisis y la idea de tratar con los imposibles. Ver cómo posicionarse en torno de ellos, en vez de luchar contra ellos. Lo que no tiene respuesta, lo que no tiene solución, lo que viene en nosotros y en nuestra historia y no podemos modificar. El porqué lo deja a uno girando como a un trombo... El porqué no tuvo lugar para Gabriela.

¿No había nada de pose o negación en eso?

–No. Hubo quienes hablaron de una respuesta maníaca frente a la muerte. Pero no es una pose porque todos sus actos, los mínimos y los máximos, son coherentes entre sí. Lo mínimo está retratado en la siguiente escena: subió al colectivo lleno de gente. Como ella estaba calva y con minifalda parecía punk. El chofer le dice a los gritos “Te queda bien la pelada”. Ella, al estilo Gabriela, le respondió fuerte: “Estoy haciendo quimioterapia porque tengo cáncer”. El, muy bien, le dijo “Te queda bien igual”. La suya no era una posición avergonzada. No quiso saber nada de pelucas y no tenía miedo de hablar de cáncer ni de enfermedad. Una vez un conocido se acercó a ella, con una intención seductora. Gabriela, en un lugar lleno de gente, le dijo “Te advierto dos cosas: una, me falta una teta. Dos, no espero llamados. ¿A qué hora me vas a llamar?”. El le dijo que la iba a llamar a una hora, y no lo hizo, pero al día siguiente, cuando la llamó, ella le dio un insulto y le cortó el teléfono.

¿Y las situaciones difíciles también las manejó con esa soltura?

–Bueno, cuando ya estaba mal le preguntó al médico cuánto tiempo tenía para hablar con su hija, que en ese entonces tenía 11 años. El médico le dijo: “Hablá ya porque no te puedo garantizar que este viernes estés en condiciones de hacerlo”. Ese día, un lunes, me llamó por teléfono y me comentó lo que pasaba. Yo le ofrecí hablar por ella. A cambio recibí una de sus puteadas. “Te estoy llamando para que me digas cómo hacerlo”, me dijo. Habló con Valentina y le dijo que la habían tratado con todos los medios, que estaba enferma y que se iba a morir. Se abrazaron, lloraron y entonces Gabriela dijo: “Basta, ahora vamos a ver las cosas mías que te van a quedar”. Como la computadora. Recuerdo sobre todo la notebook... No quería en absoluto ser objeto de lástima.

Pareciera también que la enfermedad le disparó el encuentro con su cuerpo...

–Ella siempre vivió su cuerpo con plenitud. Tenía una buena relación con él. Es normal que ante una enfermedad una persona haga un recorte de figura-fondo. La enfermedad como la figura se distingue sobre todo lo demás, que cobra la misma tonalidad. Pero en Gabriela no fue así. La mutilación se tornó un punto más dentro de la estructura de su cuerpo. Algo en ella absorbió muy bien esta falta tan importante, sin pudor. En realidad a todos nos falta algo y toda la vida se nos va en cómo tratar con nuestras faltas. A los neuróticos no les cuesta sufrir por faltas de distintas dimensiones.

Ella se define mucho por la neurosis...

–Fuera de los psicóticos y otras patologías, la persona normal es “normalmente neurótica”. Lo que pasa es que hay neurosis que permiten vivir, y otras que se presentan como obstáculos. Nuestra discusión es si el psicoanálisis debe dar una respuesta para compensar al neurótico descompensado o si debe apuntar a desarticular la cuestión neurótica. Toda la arborización patética que uno hace, lo doloroso, el encarnamiento personal, se despeja, para extraer una idea que nosotros llamamos “fantasma”. Es el esqueleto de toda la patética y la angustia.

¿La neurosis no siempre se traduce en angustia?

–No, la angustia a veces es una chance de tirar del hilo de la neurosis. Hay psiquiatras que empiezan a hablar de medicamentos para compensar neurosis. Yo me pregunto si compensar neurosis no es introducir una vía en donde uno tapa el síntoma y abre el camino del fracaso. La propuesta del psicoanálisis lacaniano es tomar al síntoma como una verdad, no como una disfunción que hay que arreglar. El cognitivismo por ejemplo toma al síntoma como una distorsión que hay que ajustar para que el individuo pueda hacer lo que quiere. Pero el síntoma ¿no estará señalando que el proyecto del sujeto no es el adecuado?

¿Cree que esto es lo que encontró Gabriela en su consultorio después de 10 años de análisis freudiano?

–Lo que encontró es un podamiento de sentidos, que desarmaron el relato tan hermético y angustiante que traía. Las explicaciones, las causas siempre son débiles y frágiles. Los analistas muchas veces decimos “Bueno, fue ésta la causa”. ¿Y? Nosotros mismos nos preguntamos “¿Con eso qué?” Los síntomas siguen funcionando y no hay explicación que alcance.

Para Gabriela resulta muy iluminador que usted le diga que “un padre ausente es un padre”...

–Muchos neuróticos dicen esto. “No tuve padre”, y eso es desconocer al padre que se tuvo. Es no enfrentarse con lo inexorable de lo que se tiene. Sea por el motivo que sea, estamos hablando de un padre marcado por la ausencia. Gabriela buscó a su padre en Europa y lo más importante no fue el encuentro que se produjo, sino el hecho de haberlo buscado.

¿El “pase” lacaniano tiene que ver con “lo feliz” del título?

–Hay algo de eso. Es un título provocativo, que habla de una recta final hacia la muerte, pero también de esa sensación de estar plantado en su más íntimo deseo. Eso es la felicidad. Si uno está agarrado de su posición, nada se constituye en un sufrimiento real. El lamento es la neurosis: estoy en un lugar, quisiera estar en otro. En Vicky Cristina Barcelona, el filme de Woody Allen, esto se ve bien. Las supuestas mujeres –porque las verdaderas mujeres no se quejan– se lamentan por los años perdidos con un marido o las más jóvenes, por la falta de amor.

Pareciera que después del padre de su hija, Gabriela no se enamoró...

–No lo plantearía así. Lo que no conoció es la idea del amor eterno. La que suele fracasar es la idea de infinitud de las cosas. No recuerdo a Gabriela con un gran sufrimiento respecto de las pérdidas amorosas. Ni de la falta de amor, que a muchas mujeres se les juega fuerte. La vi llorar, sí, pero también la vi despegar muy rápidamente de eso.

¿Recuerda la primera impresión sobre ella?

–Sé que estaba muy angustiada... Pero todavía no se había vuelto ese personaje tan significativo. La recuerdo nerviosa, desdibujada...

¿Y la última?

–Sí, estaba internada. Tenía la máscara de oxígeno y, con la notebook sobre la falda, terminaba de darle forma a este libro. ¿Creés que una pose podría sostenerse así, escribiendo hasta el final?

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