Vie 04.02.2011
las12

Visibilización o barbarie

Cecilia Lagunas es historiadora y docente de la Universidad de Luján. Gracias a un esfuerzo conjunto con la Universidad de Granada, el intercambio de profesionales y de conocimientos entre ambas instituciones es constante, lo que supone también un ida y vuelta a la hora de evaluar el lugar de las mujeres en cada uno de los países, las políticas implementadas y los resultados prácticos. Con un pie en la academia y otro en la praxis educativa, Lagunas compiló Los estudios de las mujeres de España y Argentina. Propuestas para el debate (Prometeo) donde investigadoras de allí y de acá analizan distintos tópicos de género.

› Por Flor Monfort

Primero fue la visibilización. En los ’50 y ’60, la conciencia de género estaba presente en el aire y la sensación de desigualdad se podía tocar con las manos en los ámbitos universitarios. Mucho antes hubo mujeres que se agruparon, resistieron y lograron cambios concretos, pero no dejaron de ser aisladas sus iniciativas y en muchos casos, silenciadas. Es a mitad del siglo XX que el feminismo arma su herradura y le pone nombre a una necesidad latente de equidad. Allí empezó a formarse Cecilia Lagunas y los cambios, si bien admite que han sido lentos, posicionan a las mujeres de hoy, las que investigan y piensan el quehacer de otras mujeres, en un lugar de igualdad heredado por aquellas primeras experiencias. “Yo estoy formada en la UBA de la década del ’60 y en el Instituto de Historia Social. En mi caso, como otras mujeres de mi edad, es decir que pasamos los 60 años, venimos de ese boom que fue la universidad de los años ’60. Ingresamos jóvenes a un ambiente donde las mujeres empezaban a ocupar cargos de poder político y donde otras descollaban académicamente, o sea que se había abierto una compuerta de la ola feminista para el ingreso y la participación activa de las mujeres. Recibí mucha formación, probablemente estamos hablando de una elite, entiendo que es así, pero con la dictadura luego y con la vida, esta formación quedó adentro y fue muy importante para pensar a posteriori.”

¿Cómo fue ese primer trabajo de visibilizar la problemática de las mujeres?

–Yo empecé a trabajar muy joven con Reina Pastor, ella fue mi maestra. Percibíamos que había una desigualdad muy grande, que esto era injusto, que debíamos cambiarlo, que podíamos, pero carecíamos de herramientas categoriales, entonces fue construir desde ahí, desde esa falencia. También había una serie de mandatos ocultos e inconscientes que ahora están más a la vista o más cuestionados. De manera que había una tierra preparada para que esto creciera.

¿Cómo fue su militancia durante la dictadura? Porque tengo entendido que ejerció un papel activo en la restitución de miles de docentes en los años finales del proceso. ¿Cómo influyó esa participación en su interés por el género?

–Tuve una militancia gremial durante la dictadura, donde trabajamos para frenar el desalojo de profesoras del Conet, donde ellos ponían cuadros políticos. Nos resistimos a esto, formamos una comisión de docentes interinos y logramos la restitución de 60 mil docentes. Fue una pelea muy fuerte por un lugar de trabajo y una pelea que nos enseñó mucho, nos sacó de eje de alguna manera. La militancia probablemente resignificó los lugares de la mujer, los hijos, las parejas. Somos la generación que se dice “partida”: tenemos matrimonios rotos pero padres que no se han separado y creo, por un estudio que se ha hecho ahora en la Universidad de Luján, que nos costó mucho priorizar una carrera hasta convertirnos en profesionales, pasar ese famoso techo de cristal. Y lo hicimos con un gran costo, ya que en ese momento no acompañaban los varones como tenían que hacerlo, o como lo hacen ahora, estaban atados a modelos muy tradicionales.

¿Por qué decidió compilar estos trabajos que reúnen problemáticas disímiles y de contextos sociales tan diferentes?

–Este libro es el producto de largos años de trabajo y de relaciones productivas y académicas entre el Instituto de la Mujer de la Universidad de Granada, Luján y Comahue. Son centros de estudios de mujeres que nacen casi en forma simultánea, con las diferencias obvias de desarrollo de cada uno: el de Granada está en el primer mundo y los nuestros están en un área emergente. El contacto fue a través de Reina Pastor, ella es la gran mediadora. Tener esta mano fue tener la mitad del ingreso en España, la otra mitad la tuve que hacer a pulmón. Es más, las primeras jornadas de historia de las mujeres (que acabamos de hacer la conmemoración de las 20), nacen al impulso de esta mujer, de Haydée Gorostegui también, que reabren Luján después que la cierra la dictadura. El contacto con Granada empezó en los ’90, y yo fui una operadora en el sentido de que venía con formación para interpretar y desarrollar por mis propios medios. Este es un background muy fuerte que posibilita el encuentro con profesionales de allá y que se resume en este libro. En esta trayectoria, se crea además en Luján junto con Comahue, la carrera de Estudios de las Mujeres, que es la única categorizada como maestría. Entonces, las investigadoras europeas se dan cuenta de que pueden intercambiar profesoras de allá por profesoras nuestras, tenemos tesis que se codirigen. El libro corona este intercambio y parte de las investigaciones de las profesoras y toca temas que nos interesan a ambas.

¿Por ejemplo?

–El trabajo de María Eugenia Fernández Fraile sobre sexismo lingüístico es muy interesante. Habla del término “género”, que las inglesas acuñan y todas absorbimos. Es común su empleo, pero la dificultad para nosotras es que no es una palabra de uso habitual en nuestra lengua, por eso es que se desliza tan fácilmente género a mujer, y esto no es así. Lo que hace María Eugenia con este trabajo es mostrar que el término “género” existe pero aplicado gramaticalmente, cuando tenemos que empezar a pensar en un género social. Y en realidad no es que las lenguas sean sexistas sino sus convenciones. Se trata de una problemática que nos toca a todos quienes queremos pensar en un mundo más equitativo.

También hay un texto de Laura Méndez sobre la mujer indígena. Tal vez de todo el colectivo, la mujer más corrida del centro de los estudios.

–Sí, es un estudio sobre el funcionamiento de las mujeres cacicas en el interior de las comunidades indígenas y el rol que ellas cumplen en la manutención y en la tarea doméstica. Algunas llegaron, al morir el padre y acumular herencia, a manejar bienes y ganado y una de ellas, según el artículo de Laura, tuvo honra fúnebre bastante importante. Entonces es interesante ver que allí también ha habido una evolución, pero fijate que los indígenas son tan ajenas a ellos como a nosotros, no están integrados en nuestra cultura. Hay estudios previos, por supuesto, de las mujeres que estaban en los fortines, de las mujeres virreinas y sus funciones informales pero necesarias para consolidar el poder del virrey, o en el caso de las nobles, las mujeres patriotas, las tertulias. En éste y otros trabajos, hay una visibilización de su sociabilidad que a mi modo de ver marca un gran cambio con lo que se venía observando: primero, el grueso y después se va hilando fino. Son procesos lentos, porque no es visibilidad y ya, es visibilizar las complejidades.

¿Cuál es la relación entre el feminismo académico y la intervención directa en la vida de las mujeres?

–Estas autoras hacen estudios de las mujeres pero a la vez están insertas, por ejemplo, en las municipalidades, o trabajan de asesoras, o son psicólogas. Son personas que se acercan a estos estudios desde una sensibilidad, una percepción de que acá hay un orden de mujeres y varones que hay que rever y transformar en relaciones de igualdad. Pero de igualdad no en la palabra, sino en las prácticas de la vida hogareña, que son las más difíciles para las mujeres. Entonces son académicas que están en el mundo, vienen trabajando en una línea y perfeccionan sus enfoques y sus conocimientos.

¿Cómo es la carrera?

–La carrera da origen a la maestría. La base son cinco seminarios que tienen que ver con teoría y metodología, qué pasa con el género en la educación, en las políticas públicas, en la problemática mundial y en el discurso cultural. Hay pequeños seminarios que complementan parte de estos problemas con especialidades. Y en la maestría se agregan nueve seminarios. Yo doy teoría y metodología en los estudios de las mujeres, la preocupación por la categoría género.

La creación de esta carrera sin duda es muy positiva y por ende sus resultados y el hecho de que exista la posibilidad de formarse y especializarse en estudios de género, pero la violencia machista sube sus índices cada año. ¿Cómo interpreta la academia este fenómeno?

–Es un tema. Tenemos el trabajo de Liliana Gastrón, donde ella muestra los valores de violencia. Creo que las crisis económicas influyen, porque si dejamos sola a la categoría género actuando entre mujeres y varones se convierte en una situación que redimensiona toda la realidad y la realidad es más compleja que esta categoría, que está por debajo de las relaciones entre varones y mujeres en contextos sociales. Hay que ver otras categorías que analizan estos contextos: clase, política, economía, contexto social... Entonces, con respecto a la violencia, pienso que para que los jóvenes puedan estabilizar estas relaciones necesitarían contextos económicos más favorables. En España, la época de estabilidad permitió tener campañas de género, hablarse del machismo. Es cierto que profundamente no se cambian muchas cosas, pero se dicen desde el poder.

¿Visibilizar la violencia puede operar sobre las próximas generaciones?

–Sí, totalmente. Hoy estamos mejor que hace 50 años, lo que no quiere decir que estemos bien, pero sí que en 50 años estaremos mejor. Porque hay muchas formas de violencia, no solamente contra las mujeres. Sin embargo tengo la sensación de que hay mayor conciencia de la importancia de tener relaciones igualitarias de la que tenía mi generación, conceptualizando esa igualdad. Nosotros teníamos conciencia de que así no lo queríamos pero no podíamos conceptualizarlo.

La mujer como sujeto de estudio empieza en la academia argentina en los ‘70. ¿Cuáles fueron las primeras conclusiones de esos estudios?

–En los ’70 se la separa como objeto de estudio, y así lo concibe todo el colectivo feminista. Así como en los ’60 aparece el campesino como entidad, en los ’70 aparece la mujer. Lo primero fue echar luz ahí y generar una experiencia de mujeres. Estoy convencida de que las historiadoras fuimos las últimas en Argentina en arribar a estos estudios, porque la historia es la ciencia más tradicional, conserva el recuerdo, las instituciones, lo consolidado, los pasos nuevos son lentísimos. Hoy en Luján hay subsidios, tesis, etcétera para estudios de las mujeres, pero se ha tardado 30 años.

¿Qué temas les interesan a las jóvenes historiadoras que siguen la especialización en estudios de la mujer?

–Hay mucha producción. Las nuevas generaciones miran los movimientos agrarios, las cuentacuentos, la cultura de las mujeres, la gente de La Pampa ha hecho una revisión de las políticas de salud del peronismo, la gestión de los museos. Un niño cuando va a un museo no ve a la mujer o la ve fragmentada. Rever qué es patrimonio cultural es un trabajo reciente. La ley dice que es patrimonio cultural todo aquello que afecta al uso de los bienes públicos, y eso lo ha movido el varón, entonces el museo nos tiene en pedazos, atrás al fondo. Hicimos un trabajo en el Museo Udaondo, analizamos las salas y vimos que estamos al final. Entonces cuando un niño va a ese museo con la escuela, su conformación para pensar valores es en ausencia de la mujer. O sea que cambios para hacer hay muchos. Y a raíz de esto ha habido cambios concretos, según dijo Araceli Bellota cuando vino a nuestras jornadas. Pensar que muchos museos los cuidamos mujeres pero no somos protagonistas.

Ahí es donde surge la pregunta sobre si lo académico trasciende y llega a la calle...

–Sí, cuando hacemos jornadas de patrimonio cultural con las escuelas, por ejemplo. Trasciende porque tenemos delegadas que trabajan en los municipios, por ejemplo el de Ituzaingó, que viven haciendo talleres y reciben información teorica, porque la teoría te permite mejorar tu práctica. Si no tu práctica queda parada. Claro, el mundo que nos rodea tiene otros valores, modelos, eso es lo que domina todavía, entonces estar en este lado es difícil porque no tiene uno de dónde asirse, pero bueno, pienso que hay que encontrar esa fortaleza de que lo que una ha hecho es lo correcto.

En la relación bilateral, ¿cómo estamos respecto de España?

–Tienen mucha violencia, hay mucha dureza en los sectores populares. Lo que tienen es un Estado de derecho más consolidado, a veces cuando miro la arquitectura del lugar, es una arquitectura consolidada, y eso habla de su cultura. Ellos tienen aprobada antes que nosotros la ley de matrimonio igualitario, yo tengo una hija casada en España gracias a esa ley. Y cuando desde el Estado se aprueba hacia abajo, se habla de un tema y se instala, ayuda. Acá se va a terminar instalando el tema de la violencia. Algunos dicen que no, pero yo creo que sí.

Y si la historia es tan lenta como dice, ¿cuánto tardaremos en reducir la desigualdad, la violencia, en lograr la legalización del aborto...

–La teoría feminista está enunciada en el siglo XIX. Yo creo que cuando algo se devela, sigue. No sé cuánto tardará. En los ’60 se decía que la historia del campesino no tenía futuro y fue mentira. Quizá se agoten problemáticas en algún momento y las nuevas generaciones pongan su mirada en otros temas, pero esto no se frena. Yo veo a mis alumnos tomar textos que para nosotros eran sagrados de una manera irreverente, y eso hace crecer. Lo que todavía no se han logrado son políticas de igualdad, para eso falta mucho. La ley de cupos no existe en la universidad. Falta mucho, repito, pero no hay que bajar los brazos. Y este libro nos muestra que el camino es visibilizar.

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