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Viernes, 22 de agosto de 2003

ESPECTáCULOS

desembrujada

Graciela Dufau se bajó por fin del carro irrefrenablemente triunfal de Brujas y ahora vuelve por sus fueros para interpretar a otra actriz, Olga Knipper, mujer de Anton Chejov, en Tus manos en las mías. Después de muchos años de un trabajo popular y en permanente contacto con el público, ahora aborda la introspección de sus emociones.

 Por Moira Soto

Olga Knipper fue una famosa actriz rusa, integrante del Teatro de Arte de Moscú, que en 1898, a los 28, conoció a Anton Pavlovich Chejov, de 38, en una lectura de La gaviota, pieza que había fracasado dos años antes al estrenarse en San Petersburgo. Olga fue una Arkadina que contribuyó a la revalorización de la pieza, bajo la dirección del todavía poco conocido Stanislavski. Desde ese momento y hasta la muerte (1904) de Chejov, Olga estrenó las nuevas obras del dramaturgo (Tío Vania, 1899; Las tres hermanas, 1901; El jardín de los cerezos, 1904). Paralelamente, Olga y Anton vivieron una gran historia de amor, hecha de encuentros fugaces y centelleantes, largas separaciones y cientos de apasionadas, mimosas, divertidas, quejosas cartas... hasta que la muerte los separó relativamente porque ella siguió interpretando regularmente sus piezas: en 1943 hizo por última vez a la protagonista de El jardín...
Graciela Dufau nunca había actuado a Chejov en teatro, pero sí en TV (La gaviota) antes de encarnar a Olga Knipper en el reciente estreno Tus manos en las mías, de Carol Rocamora, con puesta en escena de Helena Tritek (Andamio 90, Paraná 660, sábados a las 20.30, domingos a las 20). Pero su marido Hugo Urquijo, que es quien interpreta al escritor, condujo obras suyas en varias oportunidades y ahora se apresta a estrenar Platonov, pieza de juventud de Chejov. De este modo, Graciela y Hugo, partners en la vida y el teatro, hacen a otra pareja de socios para el amor y la aventura artística, dándole vida escénica a las cartas que intercambiaron Olga y Anton, según preciso montaje de Rocamora. –¿Ya estás totalmente desembrujada?
–Es curioso que me lo preguntes, porque últimamente en los reportajes pasan por alto ese trabajo mío. Y yo casi me veo en la obligación de recordar que hice durante muchos años, y por suerte –especialmente por los beneficios económicos– la obra Brujas, que sí, ya dejé definitivamente. Estrenamos en enero del ‘91, seguimos hasta el ‘98 con giras incluidas. Volvimos en el 2000, yo hasta el verano pasado, porque la pieza sigue con mucho éxito: la semana pasada les fue muy bien en Rosario. Las históricas que quedan son Susana Campos y Nora Cárpena.
–Quizás Brujas no sea un fenómeno artístico, pero sin duda lo es desde un punto de vista sociológico...
–Impresionante. Recuerdo que venían los micros con mujeres que se ponían de acuerdo en sitios alejados, o las señoras que venían a celebrar algún aniversario de egresadas, o grupos de maestras en el Día del Maestro, y pedían que les dedicáramos la función... Las mujeres disfrutaban y siguen disfrutando de Brujas: hay algo, no en la obra original sino en la reescritura de Luis Agustoni, y en la que hicimos nosotras al interpretarla, que provocó y provoca esa atracción increíble. Por otro lado, a mí, en lo personal, me dio mucha satisfacción que la palabra bruja se convirtiese en un concepto digno de celebración, como ganarle una apuesta a la misoginia de “mi mujer –o mi suegra– es una bruja...”. Ahí, brujas era fiesta, en una obra de la cual las mujeres –por las razones que sean– se apropiaron: en el noveno año venían las hijas de las primeras espectadoras, que eran niñas cuando se estrenó.
–Además de diversas entre sí, se trataba de cinco mujeres maduras, ninguna pebeta...
–Sí, y algunas lo poníamos en evidencia hablando de que había que tapar el colgajo de los brazos o que el trasero no era el de los 20, ni el de los 30, ni el de los 40... –Cuando pasaron los años, y necesitaste hacer otras cosas para oxigenarte, escribiste dos libros, dirigiste la pieza Ver y no ver, hiciste La loca de amor... ¿Brujas se convirtió en el trabajo de oficina?
–Y sí: primero llegaron las 500, las 1000, después las 1500 representaciones... Hubo algún momento en que el día sábado, al bajar del escenario, no sabía si había terminado la primera o la segunda función... Me acuerdo de que estábamos en Mar del Plata en el verano y teníamos que ir todos los días a la peluquería, porque también Brujas ofrecía el show del glamour. Había que estar impecable, nos querían recién salidas de la tintorería, nadie quería vernos sencillitas.
–También hay que reconocer que la obra rompió esquemas en cuanto a la atracción de protagonistas mujeres, y generó imitaciones y derivados.
–Y también les ganó a los que apostaban que cinco mujeres fuertes no iban a durar, que nos íbamos a pelear. Hubo por cierto algún choque entre nosotras, pero mucho menos de lo que se dijo. Porque pensá que atravesamos pérdida de padres, nacimiento de nietos, casamientos, separaciones... Más la etapa biológica que nos correspondía por edad y que nos llevaba a preguntar con cierta frecuencia: “¿Hace realmente calor o soy yo?”. Un bocadillo que iba acompañado de “¿me puse o no me puse el parche?”. Problemática que por cierto incorporé a mi monólogo: “A la mañana nunca llego a la tostada porque tengo que tomar la vitamina B, el calcio, las hormonas...”, solía decir.
–¿Cómo fuiste sobrellevando a través de los años este éxito interminable?
–Tuve una etapa en que necesité analizar cierta resistencia mía, como dice Freud en un artículo: “Los que fracasan frente al éxito”. No poder bancármelo y preguntarme: ¿por qué no tuve este suceso con Un tranvía llamado deseo o con la obra de García Márquez? Debí aceptar que me había sucedido con esto. Y por otro lado, con mi formación, me costaba lograr que mi trabajo se mantuviese vivo y creativo, no poner el automático.
–¿Te dio gusto hacer los Monólogos de la vagina?
–Me dio mucho gusto. El primer trío, con Catherine Fullop y Silvina Chediek, finalmente resultó muy bien. La segunda vuelta fue con Florencia Peña y María Leal. Vengo de allí y de un proyecto frenado por el momento: Temporada de silencio, una pieza de Beatriz Matar acerca de una pianista que hace diez años que no interpreta en público. También tenemos con Elena Tasisto y Selva Alemán la idea de hacer algo sobre el encuentro en Montevideo de Juana de Ibarbourou, Gabriela Mistral y Alfonsina Storni. En medio de estos planes, apareció Chejov y ganó la carrera.
–¿La tuberculosis siempre se impone?
–Que lo diga la Dama de las Camelias, Chopin... (risas) En realidad, Tus manos en las mías se parece a un proyecto que no pudimos hacer con Hugo y Oscar Martínez hace veinte años, y nuestro dramaturgo tuberculoso quedó relegado. Hace poco, mi marido fue a Madrid a dar un curso sobre teatro y psicoanálisis, estuvo en París y vio el anuncio de que Peter Brook iba a dirigir esta obra de Carol Rocamora, que actualmente protagoniza Michel Piccoli. Rocamora es una especialista en Chejov, traductora de toda su obra al inglés. Olimpia Dukakis –que después interpretó la pieza con su marido Louis Zorich– le había pedido que hiciera este trabajo con la correspondencia entre el escritor y la actriz Olga Knipper. Cuando le contamos a Helena Tritek, amiga desde hace mucho, la intención de hacer Tus manos en las mías, nos dijo: “Ay, yo la dirijo”. Ella decidió que Hugo hiciera el personaje masculino. Empezamos todo en medio de una mudanza, una moto que atropelló a Hugo, de mi pie que me había quebrado todavía enyesado...
–Las cartas que figuran en esta selección de Rocamora evidencian el gran sentido del humor de Chejov, quien siempre sostuvo que sus piezas eran comedias.
–Es cierto, en un momento dice: “¿Por qué lloran si es una comedia?”. Helena insistió mucho en lo del humor. Por supuesto, Rocamora –que tuvo acceso a toda la correspondencia de Chejov– para Tus manos... sólo tomó las correspondientes a la relación con Olga. Pero él tuvo muchas minas, era muy seductor, también un fóbico total. ¿Que sólo la tuberculosis, la mamá y la hermanita lo mantenían en Yalta? Por favor... Olga y Masha eran amigas y se enojaron a partir del noviazgo, porque en cierta forma se lo disputaban. Cuando él murió, retomaron la amistad hasta el final de sus largas vidas.
–Además de haber sido la mujer de Chejov, Olga Knipper era un personaje bien interesante, cofundadora muy joven del Teatro de Arte de Moscú, y al parecer una actriz de gran talento. ¿Dirías que le fue fiel a su amado autor?
–Hay un misterio en torno a ella, a la vida que llevaba. En una carta le pide bastante dinero y no se sabe para qué es. Ella es muy vital, trabaja mucho, sale a comer, a beber... Quizás ese dinero era para mantener a alguien, o para comprarse ropa, porque las actrices en esa época tenían que pagarse el vestuario, no había canje... Me gusta la reacción de Chejov, que le da el dinero y no quiere saber el destino, no indaga. Es cierto que cerca de Olga anda siempre un actor, Vichnevski, una especie de posible affaire... Pero lo real es que ella no volvió a casarse y siguió consagrada al teatro. En vida de él, el triunfo de sus obras lo vivió ella, porque Chejov estaba siempre lejos, aunque mandara cartas, telegramas...
–Es curioso que él se tildara tantas veces a sí mismo de perezoso cuando, además de haberse recibido de médico y haber ejercido un tiempo, escribió doscientos y pico de cuentos, varias novelas, numerosas piezas y esa cantidad industrial de cartas. Todo esto ya estando enfermo.
–Sí, no sé a qué le llamaría trabajar. Por otra parte, no se cuidaba demasiado: cuando decía que tenía el aparato digestivo destruido, era verdad. Pero sí, su capacidad de trabajo era enorme, como su talento. Katherine Mansfield dice que La estepa es uno de los grandes cuentos de la literatura universal. La suya es una vida fulgurante de creación en poco tiempo, como Mozart, como Schubert.
–Desde la platea, se percibe entre vos y Hugo Urquijo una gran complicidad. Un plus de entendimiento quizás debido a muchos años de intimidad en la vida personal y artística.
–Puede ser. Tendría que desdoblarme y estar en la platea para comprobarlo. Ser actor era la vocación inicial de Hugo, junto con la medicina. A mí me conmueve el gran amor que le tiene desde siempre a Chejov. Y también sé el gran esfuerzo que le ha costado actuar en Tus manos en las mías después del accidente.
–¿Es la primera vez que interpretás a una actriz?
–En el teatro, sí. Helena quiso que mostrara –con perdón– otras cuerdas de mi instrumento. Me prohibió llorar. Ella sabe que yo no corro detrás de la emoción, pero que de pronto me asalta. Me sucedió en la segunda función, y enseguida se puso a enrollar las alfombras para no tirármelas por la cabeza. Hablamos mucho con ella, no de las lágrimas –fáciles de verter– sino de la calidad de un sentimiento, de Vanessa Redgrave, de Judi Dench. En la muerte de Chejov me tengo que cuidar mucho porque se presta para la gran escena del llanto. Helena es muy rigurosa y sigue trabajando en detalles de la puesta después del estreno.

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