las12

Viernes, 27 de junio de 2014

SALUD

Las mujeres primero

Stella Maris Manzano sabe que hacer abortos salva vidas y que cuando los abortos salvan vidas entonces son abortos no punibles. Puede parecer un trabalenguas, pero es fácil desenredarlo con algunas cifras oficiales: “En 2012 murieron 283 mujeres por causas vinculadas con el embarazo. Un 11 por ciento, 33 mujeres, fallecieron por abortos peligrosos. Dos décadas atrás, todos los años morían 100 mujeres por esa causa. ¿Entonces por qué solo murieron 33 en 2012? Porque muchos comenzamos a hacer los ANP en el hospital”, dice esta ginecóloga que atiende en un hospital público de Chubut, apunta contra quienes ejercen la medicina –o directamente la empuñan– obstaculizando los derechos humanos de las mujeres a través de la objeción de conciencia y sabe que la clandestinidad es a la vez un closet –en el sentido en que usa esta figura la comunidad lgbtiq– y una intemperie tan fría como riesgosa. De su práctica cotidiana, de las adolescentes que tuvo que atender cuando sus colegas se negaban a hacerlo y del aborto como ejercicio de autonomía habla Manzano con el ambo de su profesión bien puesto.

“En mi consultorio puse un letrero que dice ‘Aquí podés hablar de aborto. Tenés derecho a ser atendida antes, durante y después del aborto’. Muchas de mis pacientes entran y avisan ‘yo vine por lo del letrero’. O si no: ‘Ay, me lo habían negado como en tres lados y cuando vi el letrero fue una felicidad porque supe que podía hablar’. Es que compartimos estas pequeñas estrategias. Tengo ganas de sacar en algún diario local en qué centros de Trelew se hacen abortos, porque ya casi que en cada centro de salud, de los once que existen, hay un médico o una médica que practican no punibles.”

Stella Maris Manzano abraza la idea con la misma fuerza con que le aprieta las manos a cada una de las mujeres a las que ayuda a interrumpir sus embarazos cuando sus vidas corren peligro. No sólo el inminente, el que traza una línea cercana con la muerte, esa única distancia mezquina que acceden a traspasar las objeciones de conciencia. No, a ella le alcanza con saber que el peligro está ahí, sin escalas ni grados estimativos. “El Código Penal no dice peligro grande o pequeño, peligro inminente o a largo plazo. Sólo dice peligro para la salud o la vida de la mujer. Y con eso me alcanza.” Esta médica tocoginecóloga de 53 años, trabajadora del Hospital Zonal de Trelew, experta en los aspectos legales de la profesión y querida integrante de la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito, marca los vaivenes de la charla sin eufemismos, porque siente que el tiempo se le escurre entre los labios “para todo lo que tengo que decir”. Apretando el párrafo, a Manzano le importa que el mundo comprenda el aborto como una plataforma de autonomía, que médicas y médicos no transiten la profesión obstaculizando los derechos humanos de las mujeres, y que se visibilicen “los que no objetamos. Que se sepa que los buenos somos nosotros, que respetamos la salud y la vida de las mujeres”. Porque según sus cálculos, extraídos de cifras del Ministerio de Salud de la Nación, en 2012 murieron 283 mujeres por causas vinculadas con el embarazo. Un 11 por ciento, 33 mujeres, falleció por abortos peligrosos. “Hasta dos o tres décadas atrás, todos los años morían 100 mujeres por esa causa. ¿Entonces por qué sólo murieron 33 en 2012? Porque muchos comenzamos a hacer los ANP en el hospital. Porque intervienen los grupos de socorristas, que no serán lo óptimo en tanto son esfuerzos individuales, pero es preferible eso que ponerse una sonda o un tallo de perejil. Ya sabemos que en 2013 fueron unas 250 las que murieron por causas vinculadas con el embarazo, aunque la página del ministerio todavía no tiene cifras. De 2012, vi que el 56 por ciento de las mujeres murió por causas obstétricas directas, como hipertensión o preeclampsia. Desde ahí, sé que ningún juez me va a meter presa si digo que la mujer no quiere continuar la gestación, que no puedo someterla al riesgo de enfrentar una muerte o una enfermedad provocada por el mismo embarazo, y se acabó. Eso lo descubrí hace seis años, pero recién ahora puedo describirlo y llevarlo a la práctica con ese nivel de conciencia. En fin, nos cuesta saltar el cerco.”

Esa baja rotunda de las muertes por abortos peligrosos en 2012 está íntimamente relacionada con el caso “A. F. sobre medida autosatisfactiva”, del mismo año, en el que la Corte Suprema de la Nación confirmó la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Chubut que en 2010 autorizó la realización de un aborto a la adolescente A. G., de 15 años, embarazada como consecuencia de haber sido violada por su padrastro. Y en el que Manzano fue la profesional que efectuó la intervención. Sonríe aliviada. Ese episodio confirma la certeza de “cómo el derecho nos ayuda cuando esclarece”.

Se recibió a fines del ’84 en la Universidad de Córdoba, donde el aborto era un tema tabú como en tantos claustros de la época. “Cursé la carrera durante la dictadura y jamás nos dijeron que siempre hay un medio para evitar el peligro cuando está en riesgo la vida o la salud de la madre. Nos advertían, en cambio, que si llegábamos a hacer un aborto, cualquier juez conservador nos iba a juzgar. Se ponía en duda si en caso de violación el aborto era válido para todas o para mujeres idiotas o dementes; nos asustaban con que podían meternos presos. Y los profesionales de la salud les tienen mucho miedo a las presiones, sobre todo los de tocoginecología, la especialidad con más juicios de todo el país. Mientras un neonatólogo o un clínico pagan 200 pesos por un seguro de mala praxis, nosotros estamos pagando 1500.”

¿Y por qué tanto riesgo?

–Porque se banalizaron las posibilidades de enfermar y de morir en el parto. A las mujeres nos hicieron creer que es recontrafisiológico, que a ninguna va a pasarle nada y si algo malo le pasó, es culpa del médico. Y cuando empezás a ejercer la profesión, la realidad te tira el dogmatismo por el piso, porque la verdad es que a partir del sexto mes a muchísimas mujeres que inician sanas el embarazo les agarra preeclampsia, diabetes gestacional, desprendimientos de placenta, y muchas mueren o hay que terminar urgente con ese embarazo. Pero advierto que estos riesgos se banalizaron, porque la sociedad nos ve como madres y perpetuadoras de la especie.

Se precisó entonces crear nuevos demonios a las urgencias ancestrales de las mujeres. “Y se nos metió el cuco de lo muy peligroso que era el aborto, que podías morirte, que algo malo te iba a pasar.” Manzano realizó su primer aborto no punible arañando los noventa, con venia institucional porque se trataba de una mujer anticoagulada “que no podíamos pasar por la heparina porque aumentaba el riesgo de tromboembolismo pulmonar y de muerte”. Era residente en Salta capital y la práctica se realizó bajo métodos quirúrgicos, porque el uso del misoprostol “todavía estaba en pañales. Se aplicaba en casos de fetos muertos, a mujeres que rompían bolsa a las 19 o 20 semanas, y podían morir. ¿Ves? Los médicos siempre realizamos abortos, sólo que los hacíamos cuando existía riesgo inminente de muerte, y no según el Código Penal, que habla del peligro en un sentido amplio. Y peligro para la salud hay en todo embarazo”.

El sentido universitario de las cosas le explotó en la cara cuando tuvo frente a sí el caso de una adolescente de 15 años violada por su padrastro, que también había asesinado a su hermana de 12 años por no dejarse abusar. La chica le contó al juez que ese hombre la violaba desde los 12 y que lo único que le pedía era que no tocara a la hermana. “Llorando le dijo que creía estar embarazada y que no quería tener el bebé. Y el juez nos la internó en el servicio de obstetricia con un policía en la puerta. Como que la delincuente era la nena porque quería matar a un bebé. Fue como ver la injusticia de cerca; todavía no era feminista. Con mi instructora de residentes decíamos que correspondía el aborto, pero bueno, yo era cobarde y no insumisa.” Es inevitable bajar la mirada hacia las manos de Stella Maris. Acompañan con nervio la voz temblorosa por el llanto que le provoca el recuerdo de esa experiencia. Dolorosa. “La tuvieron internada como hasta los cinco, seis meses, cuando ya no pudiera hacer nada. Era una prisión hospitalaria de una adolescente de 15 años a quien el violador encima le había matado a la hermana, que era todo su consuelo. Le dieron de alta y justo a mí me toca atender el parto. Lo hice, y más tarde una enfermera le llevó el bebé a la sala de puerperio y se lo puso entre los brazos. Jamás voy a olvidar el instante en que esa chiquita dio vuelta la cara; no pudo mirarlo. ¿Y qué esperaba la sociedad salteña?, ¡pues que lo tuviera!, porque qué culpa tiene el pobre bebé, decían. Era pedirle que fuera una heroína, que pudiera amar a un hijo que no había buscado tener y, si lo daba en adopción, sufrir toda la vida pensando qué habrá pasado con ese chico. Entonces la madre exclamó: ‘Ay, pero mirá qué hermoso bebé. Dios nos da y Dios nos quita’. No me pude frenar y le dije: ‘Por lo menos, señora, no meta a Dios en esta historia, porque estoy segura de que en esto no tuvo nada que ver’. Pensé que Dios no quiso que un hombre asesinara a su hija, que violara a otra desde los 12 años, ni quiso obligarla a hacerse cargo de este bebé arriesgándola al dolor de un parto sin anestesia.” Un embarazo deseado es otra cosa, dice, “pero parir el hijo de una violación es parir muerte. El violador no quería ser papá ni quería hacernos mamá. Quería transformarnos en un objeto, el de la intrusión del cuerpo que hace una persona a la que odiamos”. El revés cotidiano de asistir embarazos no queridos empezó a desbarrancarle el umbral de tolerancia. Y en Salta hacían tantos legrados por abortos infectados como partos por día.

Antes fue Chubut, donde la Iglesia es menos fuerte. “Estuve ejerciendo allá entre 1985 y 1989, recién recibida, y por una médica que estaba vinculada al IPPF (Federación Internacional de Planificación Familiar) los médicos comprábamos anticonceptivos y con las cooperadoras dábamos pastillas, poníamos DIU gratuitos. En esos cuatro años vi un solo aborto espontáneo. Cuando fui a Salta teníamos ocho partos y ocho abortos por día. Era todo tan loco. No dejaban colocar los DIU, los poníamos a escondidas usando cajas de legrado. No se proveía de anticoncepción a las mujeres. Obvio, decía yo, si no tengo anticoncepción, aumenta la cantidad de abortos inseguros, porque los médicos se enriquecían cobrando fortunas en forma particular y las que no podían pagar iban a la sonda o a la gelatina.” Cada semana sacaban un útero por una mujer infectada. Muchas permanecían un mes en hemodiálisis, porque el riñón les había dejado de funcionar por sepsis. “Igual seguía siendo cobarde, no me animaba a realizar abortos porque creía que eran ilegales. Hice algunos por malformaciones incompatibles con la vida, porque entendía que eso era legal, y a alguna mujeres muy enfermas.” A la larga, el regreso a Chubut iba a ser inevitable y necesario, porque terminó tratándose de su lugar en el mundo.

Cuando en 2008 el Modelo Integral de Atención Post Aborto del Ministerio de Salud de la Nación circulaba en hospitales públicos y algunas clínicas privadas, Manzano comenzó a poner negro sobre blanco la letra del Código Penal. “En las charlas nos decían que lo analizáramos, porque se señalaban las causales, vida, salud, violación a mujer normal y a discapacitada. Era claro: si la vida o la salud de la mujer corre riesgo, estoy habilitada a hacer abortos, y todo embarazo pone en riesgo la salud de la mujer. Sé que hay como un 20 por ciento de chicas que empezaron sanas y hacen hipertensión, diabetes gestacional, etcétera. Si sumo todo, creo que fácilmente un 40 o 50 por ciento de las mujeres enferma por el embarazo. Por supuesto, de pensarlo a poder llevarlo a la práctica hubo un abismo.” La idea de capacitar a médicas y médicos de la provincia era casi imposible, todavía no se respetaba la autonomía de las mujeres para ligarles las trompas. Muchos médicos exigían las firmas de los maridos o pedían que les comunicaran su intención de hacer una ligadura tubaria. “Los comités de bioética de los hospitales seguían discutiendo si se accedía a esos pedidos, aunque desde 2006 teníamos la ley 26.130, de Régimen para las intervenciones de contracepción quirúrgica, que lo considera un derecho personalísimo. Hoy por hoy, muchísimos médicos siguen diciéndoles a las mujeres ‘tenés 24 años y un solo hijo. No se puede’. Es más, escucho desde mi consultorio que les avisan ‘ni yo ni ningún otro médico te van a ligar’.

No realizó abortos por violación hasta 2010, a partir del caso F. A. L, que ningún médico quiso atender. Un embarazo de 18 semanas “de una nena de 15 años, como aquella de Salta. Después de la intervención le observé la felicidad en el rostro, la vi libre. En lo personal, hacer ese aborto fue un acto de sanación. Fue liberador poder cuidar a esta nena, sentir que ayudé a reparar un poco una injusticia. Aproveché para hablar con mis compañeros, les dije que esto correspondía porque lo ordenaba el Superior Tribunal de Chubut, que leyeran el fallo. Pedirle a una niña violada que tomara la conducta heroica de tener un bebé y darlo en adopción, hacerle un regalito a una familia que no puede tener hijos, es mucho pedir; pedirle que arriesgue su vida en ese intento es criminal.”

¿Y esos colegas pudieron verlo?

–¡Lo recontravieron! En una primera charla se negaron. Cuestionaban por qué había que hacerlo en Trelew, a ver si vamos a convertirnos en el polo abortero de Chubut. Les dije: ¡Pero muchachos, cualquiera tiene derecho a atenderse donde sea! Y si hacemos abortos qué, con mucho orgullo. Vamos a estar respetando a las mujeres. Me enorgullece ser la médica que hace esto.

Otro caso de embarazo por violación llegó dos semanas después, también de una adolescente de 15 abusada por el padrastro, pero esta vez con una gestación de 23 semanas y 5 días. “Estaba en el borde, y creo que muchos esperaban que no lo hiciera, pero dije sí, y ahí me di cuenta de que con tanta gente en contra aún tenía mucho que estudiar para poder argumentar bien.” Ayudaron feministas, investigadoras, médicas de Buenos Aires. Le mandaban correos con las normas de Bélgica, de Inglaterra, donde la interrupción del embarazo es legal hasta las 22 semanas. Faltaba poco tiempo para realizar la intervención. Sabía que en la Ciudad de Buenos Aires permiten adelantar el parto en casos de anencefalia a las 26 semanas, que es considerada la mínima edad gestacional en la que sería posible la vida fuera del útero. “Ahí había una respuesta: todo lo que tengo para atrás es aborto, sé que no es viable porque si nace, aunque lo pongas en la mejor incubadora, va a morir. Y quise ahorrarle a esa nena el peligro de llegar al tercer trimestre.”

¿Tuvo presiones?

–¡Obvio que recibí presiones para que no hiciera ese aborto! La intervención se iba a realizar a primera hora de la mañana; me llamaron a las 3 de la madrugada para que no lo hiciera porque a la orden del juzgado le faltaba el sello de “es copia fiel”. Me indigné, les advertí que el fallo ni siquiera establecía que debiera exigirse denuncia. Creo que les grité: “No voy a ser yo la que le diga que no a esta nena”. A las 6.30 de la mañana fui al hospital y le coloqué las pastillas de misoprostol. Nadie se animó a decirme nada. Hice una pequeña cesárea, los fetos nacieron muertos. Páginas católicas hicieron trascender la barbaridad de que uno de los fetos vivía. Nunca vi nacer vivo un feto de 18 semanas.

Del colectivo lgbtti aprendió que el closet mata y estigmatiza. La reducción de riesgo y daños para las mujeres decididas a abortar no alcanzaba, dejaba el regusto amargo de que esa mujer seguía en la clandestinidad. La lectura de libros como La intemperie y lo intempestivo, de July Chaneton y Nayla Vacarezza, terminó de aclarar tantos. “Lo intempestivo es el embarazo no deseado que irrumpe en la vida de una mujer, y la intemperie es la clandestinidad. Es terrible el nivel de maltrato dentro de esos mismos sectores ocultos. Y a mí la clandestinidad me empieza a joder cada vez más.” El protocolo de abortos no punibles de Chubut habla de la salud física y psíquica de la mujer. En sus fallos, muchos jueces permitieron interrumpir embarazos por el riesgo que significaba para las psiquis de las víctimas, no por el hecho suficiente de haber sido violadas. “A mí me enojaba porque era decir de nuevo ‘son unas cobardes, no están bien de la cabeza estas chicas violadas que no pudieron ser madres’. Y la verdad es que no veía mujeres angustiadas, sino a muchas muy fuertes, que llegaban al consultorio para decir ‘no lo puedo tener’, convencidas del porqué.” Concluyó que era hora de empezar a hacer abortos “por causal reamplio” para la salud y la vida, porque bastaba con que se lo pidieran para que lo hiciera. “Y a eso llegué hace muy poco.” Sin denuncias ni judicializaciones. “Pero el poder patriarcal es fuerte. No es sólo la Iglesia Católica, son los hombres machistas, los conservadores, las mismas mujeres que piensan que hemos nacido para ser madres, que tenemos que arriesgarnos sin conocer el peligro real al que nos enfrentamos. Y no son honestos, juegan con la mentira y con el miedo. Como me hicieron a mí. Pero he perdido el miedo. Verás que no estoy presa: llevo cuatro años haciendo abortos muy visiblemente.”

La objeción también crea ese closet, agrega, para hacerles creer a los médicos que no tienen obligaciones. Pero además como una trampa rotunda que la Iglesia empezó a construir en los ochenta, salteando la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer (Cedaw), ese tratado de 1979 incorporado al plexo constitucional de 1994, que reconoce los derechos humanos y reproductivos de las mujeres como derechos humanos. En su artículo 12 obliga a los estados parte a garantizar el acceso de las mujeres a los servicios de salud en igualdad de condiciones que los hombres, incluso los de planificación familiar. En el 16, reconoce el derecho de aquéllas a decidir libre y voluntariamente el número de hijos que quieren tener y el espacio entre los nacimientos. “Por eso digo que las leyes 25.673, que crea el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable, y la 26.130 son inconstitucionales: al permitir la objeción de conciencia dejan de asegurar esos derechos a las mujeres, colocándolas en situación de inferioridad respecto de los hombres, a quienes ninguna ley les restringe o niega el acceso a la salud. En conjunto, permiten que médicos, equipos de salud y hasta instituciones confesionales se nieguen a respetar el derecho de las personas a acceder a métodos anticonceptivos reversibles –salvo la legislación pampeana– o se nieguen a colaborar en una cirugía para contracepción. En cuanto al aborto, cuando hay riesgo para la salud o la vida de la mujer, o si el embarazo fue producto de una violación, el Código Penal no permite la objeción de conciencia. Si de diez ginecólogos, nueve pueden ser objetores, contame de qué igualdad de acceso hablamos.” Hay hospitales con un solo médico no objetor, cuenta Manzano, estigmatizado por ser el único que hace todos los abortos de esa guardia. “Es injusto para el médico y más para las mujeres, porque es muy probable que los otros seis días de la semana se encuentren con profesionales que les nieguen la atención. Y esto es inmoral. ¿Qué pasa con la objeción de conciencia, que ninguna normativa la contiene, salvo las leyes de salud sexual y reproductiva? ¿Qué es lo que en realidad molesta a los objetores? La libertad sexual de las mujeres y que puedan desvincular su sexualidad de la procreación. Es porque aún quieren como alternativa natural el celibato y si tienen relaciones que sean sólo para procrear, como plantea la Iglesia. El impulso sexual es fuerte, es amoroso; no veo por qué nadie debería perder el disfrute, la unión y las caricias, y lo bien que hace el sexo consentido. ¿Pero qué nos están diciendo esas leyes? Que las mujeres tienen derecho a una sexualidad libre pero no tanto, eh.

¿A qué edad una mujer deja de ser valiosa y qué lo determina? Todas y todos deberían saber que la objeción de conciencia es individual, sintetiza esta médica, porque una institución no tiene conciencia. “En realidad están sembrando las bases para que, si volvemos a tener un gobierno neoliberal y una clínica católica no quiere pagar anticonceptivos, como está sucediendo en los Estados Unidos, no los van a proveer. “Y ésa es una cuestión económica y sumamente política. Porque todxs sabemos que el derecho puede tener un inmenso poder simbólico discriminador, aun cuando las mujeres seamos la mitad de la población. No es un derecho civil el que se está objetando, sino el derecho a la vida, a la salud, a la autonomía y a la libertad sexual y reproductiva. No pretendo obligar a nadie a hacer abortos, pero en los servicios de salud no quiero ginecólogos ni generalistas que se nieguen a recetar anticonceptivos o a practicar ANP. Es una vergüenza que sigan cobrando sueldos para no cumplir con sus trabajos.”

La primera Encuesta Nacional de Salud Sexual y Reproductiva, un trabajo conjunto del Ministerio de Salud y el Indec, revela que cerca del 90 por ciento de jóvenes de entre 14 y 19 años manifestó haber usado algún método anticonceptivo en su primera relación sexual. Sin embargo, el viceministro de Salud, Jaime Lazovski, dijo que si bien los 7000 centros de salud de todo el país cuentan con los insumos necesarios para promover el cuidado de la salud sexual y reproductiva, todavía existen resistencias a la hora de asesorar y distribuir anticoncepción. “Tendremos que ver muy bien cuáles son las cuestiones culturales y los obstáculos –sugiere Manzano–; qué es un derecho humano y qué no; cuál es el rol del Estado y a quién tiene que proteger, ¿a la moral del médico que cobra muy bien por su trabajo o a la salud y a la vida de la mujer que puede morir durante un embarazo o en un parto forzado? Los médicos somos garantes, aseguramos que un derecho sea ejercitado. Tengo que garantizar que la mujer que quiera abortar pueda hacerlo, porque es su voluntad, no la mía. Los ginecólogos siempre hicieron abortos, lo que pasa es que los practican cuando quieren y no cuando se lo solicitan. Estamos muy acostumbrados a tutelar a las mujeres y a obligarlas a hacer lo que digamos, por eso molestó tanto el aborto en violación, porque era a pedido de la mujer, no cuando a mí me parecía que estaba enferma.”

Stella Maris es muy curiosa. Toda vez que el sol de la avenida Corrientes le achina los ojos trata de enfocar sobre algunos rostros que parecen interesarle, o sobre el andar de otras que estará adivinando necesitadas de algo. No es pudorosa, sí humilde y alegre. Contagia entusiasmo y dosifica el respeto que siente por sus compañeras de la Campaña y por las feministas que colman un recorrido entrañable. “Las fronteras me hacen cosquillas”, ríe. “Soy parte de una red amplia, nacional y popular (risas) de médicas, médicos, abogadas y políticos dispuestos a defender los derechos de las mujeres. Nos juntamos, nos sostenemos y estamos trabajando duro por la visibilización de nuestra tarea. En ese proceso, muchas provincias continúan obstaculizando la aplicación del protocolo para los abortos no punibles. El sometimiento persiste, y a esos gobiernos les viene muy bien que las mujeres pobres sean obligadas a parir, porque representan la mano de obra barata.”

Recuerda una vez que le reprocharon el aborto porque lo entendían como una ayuda indirecta del Estado para sacarse hijos de encima. A la semana, los mismos le discutían que las mujeres y las adolescentes pobres se embarazaban para que les dieran un plan. “Nunca doy con la media de lo esperado. Siempre me van a criticar. Si soy sumisa, voy a ser más sometida, y como decía mi adorado Zitarrosa en ‘El retobao’, ‘no sirvo para milico, dicen que sirvo pa’ peón. (...) Rispeto la autoridá’ cuando nace de nosotros, pero sí que me retobo cuando mandan unos pocos. Si grito soy gaucho alzao, si no, ya soy peón pa’ todo. Cómo quisiera gritar y que gritásemos todas’. Esa es mi sensación, rebelémonos. Las mujeres nacimos sentadoras, resistentes. Tratá de moverme, que no lo vas a lograr. Es un llamado a sostener lo que es justo y sin temores, porque cuando saltemos el cerco, aunque nos llevemos algunos magullones, nadie nos hará nada.”

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