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Viernes, 27 de junio de 2014

ESCENAS

Caballos salvajes

Un relato de iniciación de niña a mujer puesto en escena por María Laura Santos en Haya, su primera obra como dramaturga.

“Los acontecimientos necesitan un poco de tiempo para volverse palabra”, dice el conserje del hotel Goitías cuando recibe a Haya, la huidiza joven protagonista de esta historia. Se encuentran en un escenario que con pocos elementos nos ubica en un obsoleto hotel de provincia, muy parecido al espacio donde ocurrían las escenas más oníricas de Barton Fink de los hermanos Coen. Haya escucha a Santiago, un personaje estrambótico y querible, que la pondrá en autos sobre los acontecimientos que suceden en aquel paraje perdido al que ella acude para cerrar la casa de su abuela muerta. Santiago habla y habla, mientras Haya calla y calla: registra todo con su cámara de fotos analógica, en una especie de proceso de observación profunda, introspectiva, que todavía no sabemos a qué responde. Así comienza la primera obra como dramaturga y directora de la tandilense María Laura Santos, actriz que ha trabajado en piezas de Federico León, Gonzalo Martínez, Alfredo Staffolani, entre otros directores de teatro independiente local.

Pero de ese arranque pausado, donde nos presentan a esta chica entristecida por la tarea que le toca realizar, la obra vira hacia un estado mucho más misterioso y delirante, con la aparición de dos jóvenes mujeres, personajes míticos del pueblo, dos huérfanas que fueron criadas por ellas mismas en el medio del campo, con tan sólo alguna clase de contención de sus vecinas. Se trata de las enigmáticas Hermanas-Caballo. Haya escucha el relato de estas dos niñas salvajes, sanguinarias, disléxicas, y corre literalmente a buscarlas. En ese encuentro se formará un trío sanador, donde cada una pueda sacar afuera, o poner en palabras justamente, aquellos acontecimientos que las dejaron en el lugar donde están. Uno de los primeros méritos de Haya es éste: poder escenificar algo tan esquivo y mental como lo es un conflicto femenino de infancia. Es difícil mostrar en teatro algo tan sutil y misterioso como el modo que se pasa de niña a mujer y de mujer a dueña de una historia propia. Haya es de algún modo un relato de iniciación. Un relato de cómo la protagonista logra apropiarse de su historia y en ese mismo movimiento incluir a las Hermanas-Caballo. Ellas también logran contar su historia y a partir de eso se abren a la amistad.

Hay también un amigovio que busca a Haya con un walkie talkie, una “Fiesta de Caballos” donde todos los personajes del pueblo se cruzan. Y ahí, el momento más alto de la celebración, será bailando un tema de Guns N’ Roses, que por un lado con su lírica nos reenvía a los temas de la obra (“Take me down to the paradise city / Where the grass is green / And the girls are pretty / Take me home”); pero por otro nos lleva de la nariz a una época, probablemente la de la infancia del trío protagonista e incluso de la directora. Y por ambos lados, engancha. Como un revisionismo pop y como un clip dentro de la historia, es en este baile donde las chicas elaborarán las imágenes camperas, oníricas y atroces que las vienen torturando, para ir hacia un lugar mejor, verde, rockero, y donde ellas, las chicas lindas, encontrarán la paz.

El elenco –encabezado por Paula Baldini, Lizzi Argüelles, Mariel Fernández, Juan Manuel Castiglione, Fernando Contigiani García y Paula Staffolani– encuentra el humor y la sutileza necesarios para dar cuerpo a esta pieza de femenino misterio. Con algo de fábula, algo de cuento fantástico, algo de película de Miyazaki, Haya ubica su singularidad teatral. Y su clima de ensueño y ambigüedad, que nos deja preguntándonos: ¿por qué será que a las chicas nos gustan tanto los caballos?

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