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Viernes, 6 de febrero de 2015

MATERNIDADES

La subversión de las tetas

En enero, el Estado se comprometió a promocionar la lactancia materna como alimentación exclusiva hasta los seis meses de vida y en combinación con otros alimentos hasta después de los dos años. La ley es coherente con las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, pero se topa con las dificultades para dar la teta de las trabajadoras precarizadas, las cortas licencias por maternidad y el prácticamente nulo reconocimiento de la lactancia y el cuidado como un valor –incluso económico– a proteger. Y se enfrenta también con los prejuicios y el menosprecio –sobre todo de profesionales– al poder del cuerpo de las mujeres, un terreno siempre en disputa.

 Por Marina Yuszczuk

Parece una película de ciencia ficción: en un futuro no muy lejano las mujeres han olvidado cómo alimentar a sus crías de la forma ancestral, la más básica posible. La que mantiene el lazo, no sólo con la tradición de los antepasados, sino con otras especies animales. Una humanidad cada vez más tecnologizada (que también se olvidó de parir, porque los científicos extraen a las crías del vientre en la asepsia de quirófanos) reemplaza la sospechosa leche de las madres por un alimento superior, desarrollado en laboratorios y comercializado por corporaciones que actúan en connivencia con el sector médico. Las pocas mujeres que irracionalmente eligen algo tan precario como amamantar deben hacerlo en secreto, y a medida que los hijos van sumando meses los ceños fruncidos no paran de aumentar a su alrededor: muchos las consideran locas.

Aunque podría ser el argumento de una de esas historias donde todos llevan trajes plateados y los autos se deslizan a toda velocidad por encima de las casas, esta exageración no está muy lejos de la realidad presente. Según datos del Ministerio de Salud del 2011, en Argentina el 60 por ciento de los bebés se alimenta exclusivamente del pecho hasta los dos meses, y para los seis meses ese valor desciende hasta el 30. En total, sólo el 54 por ciento de los bebés entre 0 y 6 meses toman teta de forma exclusiva. Para la otra mitad está la variedad de fórmulas que ofrece el mercado, sustitutos que engordan y ofrecen nutrientes, pero que ningún médico ni profesional se atrevería a jurar que tienen los mismos beneficios para la salud a largo plazo de los niños que la leche materna.

Se sabe que la leche de las mujeres es un tejido vivo incomparable con cualquier preparado artificial, que alimenta de la mejor manera en cada etapa del crecimiento y contiene anticuerpos que protegen de muchas enfermedades. Pero igual, la teta no deja de generar polémicas: mientras la Organización Mundial de la Salud sostiene que la lactancia materna debe ser exclusiva hasta los seis meses, muchas ven en la posibilidad de dar la mamadera una conquista que sería retrógrado resignar en pos de una figura materna más tradicional, que les resulta conservadora. Y la realidad, por más que algunas desearían quedarse en la casa por unos meses más a mimar a sus bebés y dar la teta, es que las licencias por maternidad se terminan a los noventa días, y con la vuelta al trabajo la lactancia exclusiva muchas veces se hace cuesta arriba. A pesar de esa contradicción, y en consonancia con la postura de la OMS y de Unicef, en nuestro país se acaba de reglamentar, el 7 de enero pasado, la Ley Nacional N° 26.873 de Promoción y Concientización Pública sobre la Lactancia Materna, con el objetivo de promover la lactancia y concientizar públicamente sobre la importancia de sostenerla de forma exclusiva hasta los seis meses y después, en combinación con otros alimentos adecuados, hasta los dos años y más.

El Estado argentino dice teta hasta después de los dos años: muchos abrirán los ojos como platos frente a esta novedad, porque aunque nuestras abuelas hayan amamantado de manera prolongada, hoy un nene que camina o habla y sigue tomando la teta no es bien visto, y la madre puede resultar poco menos que una degenerada. Como ejemplo, basta recordar lo exótica que pareció la imagen de Natalia Oreiro amamantando a un bebé de diecisiete meses en la campaña de Unicef del 2013. Los comentarios que adornaban en distintos medios las notas sobre la imagen de Natalia dando la teta se dividían, en líneas generales, en varones que se relamían y hacían bromas del tipo “Tu bebé me invito a almorzar”, que también se escuchan en la calle, mujeres y varones horrorizados por poner a la teta a un nene de esa edad que para colmo estaba desnudo, mujeres que protestaban porque la presión para amamantar les coarta la libertad de elegir sobre sus propios cuerpos, y otras que celebraban la campaña pero con algunas objeciones a la facilidad, para las más acomodadas, de amamantar de manera prolongada cuando el buen pasar les permite acomodar maternidad y trabajo tan armoniosamente.

Lo que está claro es que, en este como en tantos temas, existe una disputa alrededor del cuerpo de la mujer que muchas veces se vuelve encarnizada, y que el componente claramente sexual del vínculo entre la mamá y el bebé que amamanta no deja de generar sospechas e incomodidades. Lo privado y lo íntimo de esos dos cuerpos conectados se encuentra interferido por toda clase de opiniones más o menos ignorantes, más o menos autorizadas y siempre violentas: “Lo vas a traumar”, “Tu leche no lo alimenta”, “Vos no tenés leche”, y hasta algún anticuado “Se va a hacer maricón”. Acusaciones de impotencia que muchas aceptan dócilmente, psicología de revistita poco seria, dedos que se levantan indignados para señalar lo obsceno o hasta lo asqueroso de mostrar el pecho en un transporte público, y que a la noche activan el control remoto para mirar tetas en el programa de Tinelli. Lo que pasa es que la teta ocupa ese lugar extraño en el vestuario y en la sociedad, a medias asomando y a medias oculta. La teta no es el pito ni es la concha: esas partes se guardan, pero se puede ver un pecho rebasando un escote hasta decir basta siempre y cuando no aparezca el pezón, ese centro más oscuro que marca el comienzo de la intimidad y, cuando se muestra en público, el inicio del escándalo. Bikini sí, escote sí, transparencias sí. Topless jamás, y el pezón que se asoma se convierte en blooper en la tele. Por eso no es difícil darse cuenta de que cuando la teta es la que amamanta, ese mostrar apenas bloqueado por la cabeza y la boquita de un bebé, esa mirada de la madre al hijo y del hijo a la madre que cierran el círculo entre ellos dos y excluyen al mundo, por más que la burbuja se forme efímera en el asiento de un subte o de un colectivo, no pueden pasar desapercibidos. ¿Qué esconde toda esta disputa por las tetas de las mujeres? ¿A quién les pertenecen en definitiva esas tetas? ¿Quién, y con qué grado de libertad y de información, decide cuándo y cómo usarlas?

El nacimiento de la Vía Láctea

Cuenta un antiguo mito griego que Hércules (o Heracles), nacido de las relaciones que Zeus mantuvo a espaldas de su legítima esposa Hera con otra mujer llamada Alcmena, fue amamantado por Hera una vez, y del chorro de leche que salió de la teta de la diosa, provocado por la succión del bebé que sería el hombre más fuerte del mundo, se salpicó el firmamento. Así se formó la Vía Láctea, y hay un cuadro de Rubens donde se puede ver el chorro abundante y poderoso que surge de Hera. La historia está llena de representaciones de mujeres amamantando, como las varias versiones de la Madonna Del Latte, la virgen que aparece a veces con la teta al aire –pezón incluido–, como esperando que al niño Jesús le agarre hambre, y otras veces amamantando. Incluso es frecuente, en estas historias, que un bebé reciba la leche de una mujer que no es su madre o hasta de una loba, como en el mito romano de Rómulo y Remo. Después de todo, durante siglos las mujeres europeas de clase alta entregaron a sus recién nacidos a nodrizas para que los criaran a pura teta y se los devolvieran un par de años después.

La era del corset, cuando las mujeres se ataron literalmente los pechos como señala Melina Bronfman, doula y coordinadora de grupos de crianza, trajo como resultado paradójico la disponibilidad visual de las tetas y la no disponibilidad de uso. Bronfman considera que esto fue un gesto de gran represión sexual, y el origen de un prejuicio por el cual solamente amamantaban las mujeres pobres. Dar la teta podrá ser natural, pero el deber de amamantar a la propia cría no es algo que se haya dado por sentado en ningún período.

Las tetas liberadas de su corset se politizaron explícitamente durante la Revolución Francesa, cuando a la Libertad se la representó (como en el famoso cuadro de Delacroix) como una mujerzota de pecho descubierto y gorro frigio, una guerrera que conduce al pueblo y también lo alimenta. Pero todavía era muy pronto para tetas al aire: el disciplinamiento de los cuerpos que llevó a cabo el higienismo del siglo XIX no dejó títere con cabeza y a la mujer, como reproductora y pilar de la familia nuclear, se le reclamó cumplir con los roles tradicionales, que incluían amamantar. Ya entrado el siglo XX, y a medida que la participación de la mujer en el mercado laboral crecía, dar la teta empezó a ser percibido como un punto conflictivo, y a veces hasta un estorbo, en la realización profesional o la mera posibilidad de trabajar fuera de casa. No por nada las décadas del ’50 y ’60 representan un pico en el uso de leches de fórmula, que fueron desarrolladas en la segunda mitad del siglo XIX pero tuvieron su auge en el mismo momento en que hacía su aparición la píldora anticonceptiva. La posibilidad de tener una vida sexual evitando el embarazo, o de criar bebés sin amamantarlos, fue parte del giro simbólico y concreto que permitió separar mujer y maternidad, un binomio que hasta entonces era percibido como un destino determinado por la naturaleza.

Paradójicamente, en los sesenta se dieron dos fenómenos contradictorios. En el ’68, un grupo de mujeres norteamericanas salió a la calle a protestar contra el concurso Miss América y los estereotipos rígidos que ese tipo de eventos pretendían imponer a las mujeres. La quema de corpiños en la calle fue el acto que condensó el deseo de romper el molde, pero para esa fecha ya estaban muy desarrollados los implantes mamarios que en las décadas siguientes les permitirían a las mujeres elegir el tamaño y el look de sus tetas. Una libertad de consumidoras, paradójica, como una forma de restituir el molde. Y de hacer lo imposible por adaptar el cuerpo a un ideal de teta que calienta y no es real, una teta que se mira y no se toca.

De todas formas el cambio de siglo trae una vuelta de tuerca en esta historia y actualmente para muchas la maternidad, que ya no consideran un mandato sino una elección comandada por el afecto, es una experiencia que quieren vivir plenamente, sin verse constreñidas a resignar algún aspecto de la maternidad por tener que competir en un ámbito laboral que apenas está empezando a respetar las necesidades específicas de la madre que amamanta (y eso para las que trabajan en blanco y pueden hacer valer derechos, que no son la mayoría), o por desinformación, o por censura. María Llopis, artista y feminista española, considera que puede ser subversiva una maternidad empoderada, consciente, que sea vivida como un estadio sexual más del cuerpo. Y que la información es la única manera de despejar el camino para que cada mujer pueda vivirla a su modo, sin quedar atada a la ignorancia que reina en todas partes. Lo que está en juego es nada menos que el placer. Entrevistada por Patricia Manrique para la revista Diagonal, Llopis encuentra un potencial de desorden de lo establecido en la lactancia, en la medida en que produce “un estado hormonal de relajación placentera continua, porque vas puesta hasta arriba de oxitocina y de prolactina. La verdadera razón por la que se ha reprimido la lactancia es porque, cuando vas de prolactina hasta arriba, no tienes deseo sexual hacia otras personas, así que el papá se queda a dos velas y, claro, el sistema de heterosexualidad monogámica no puede permitir eso”.

Parece que hay demasiada independencia del mercado y de las miradas ajenas en amamantar, ese período en que la mujer habita la nube hormonal con su bebé y se sustrae a la mirada masculina. Melina Bronfman también considera que las cosas están patas para arriba en el uso de las tetas: “Las que pueden servir para la sexualidad del adulto están bien vistas, pero las tetas para la satisfacción del bebé están mal vistas, y se espera que el bebé ceda algo que genuinamente necesita en pos de la satisfacción de un adulto infantilizado”. La relación de uso con las propias tetas que sucede durante la lactancia funciona como un desvío, un momento en el que, para muchas, el cuerpo le esquiva el bulto a los mandatos estéticos y se dedica a disfrutarse casi aislado. Lo dice Karina Páez, que amamanta a su hijo hace tres años y tres meses: “Una vez nacido mi bebé me descubrí sacando la teta en cualquier lugar sin importarme si alguien miraba y dejando de lado cualquier pudor por si se veía algo, o si mi teta era ‘estéticamente linda’. Acepté y amé mi cuerpo como fuente de alimento, contención, mimo, cariño, cobijo, amor para mi hijo”. Pero cuidado: si muchas mujeres pasaran por una experiencia parecida se perderían negocios millonarios en varios rubros y quién sabe con qué se podrían llenar los exhibidores de los kioscos de revistas.

Mala leche

“Tu leche no sirve.” Vale la pena preguntarse cuántos varones se bancarían un diagnóstico semejante, que en todo caso difícilmente sería expresado con tanto desprecio, tanta descalificación que ni siquiera se toma el trabajo de ser un poco más amable. Para la infertilidad o la impotencia masculina, la ciencia lleva gastados unos cuantos millones invertidos en descubrir un montón de tratamientos posibles, y las revistas están llenas de publicidades que ofrecen devolverle al varón toda su hombría. ¿Pero qué pasa con la leche de las madres? ¿Cuántas mujeres se enfrentan al o la pediatra o a alguna amiga, madre o incluso personas desconocidas, que les tiran el diagnóstico de incapacidad por la cabeza y las mandan a conseguirse una mamadera y unas cajas de fórmula? ¿Por qué tanta docilidad para creerles?

Ante todo, barrer con los mitos: que una mujer no tenga leche, o que la leche de una mujer no sirva para alimentar a su bebé, es imposible. El cuerpo produce la leche que cada bebé necesita siempre que reciba el estímulo adecuado –que no es otra cosa que la succión continuada del bebé sobre la teta– y siempre que las condiciones externas reduzcan al mínimo el nivel de estrés de la mujer y permitan que la leche simplemente fluya. Lo dice el pediatra español Carlos González en su libro Un regalo para toda la vida: “Hace medio siglo era creencia tan extendida como errónea que la cantidad de leche que produce cada mujer es fija: unas tienen mucha leche y otras, poca leche. A algunas la leche les duraba una semana, a otras dos meses, y luego se les retiraba: se vació el depósito. También se podía, por supuesto, tener buena leche o mala leche. Eran cosas que se tenían o no se tenían. Si tienes mucha y buena leche, has tenido suerte, y podrás dar el pecho, y tu hijo se criará grande y hermoso. Si tienes poca leche, o es aguada, no hay remedio, ¡suerte que se inventaron los biberones! Nada que la madre haga o deje de hacer va a influir en el resultado”.

Sin embargo, no hay imposibilidad: lo que hay es desinformación. ¿Cuántas lactancias se perderán porque un pediatra, o algún consejero, al no saber ayudar a las mamás a resolver alguna dificultad técnica puntual de las miles que suelen surgir al inicio de la lactancia, decreta el fin de la teta y el reemplazo por alguna fórmula? ¿Por qué tanta mala leche? La verdad es que muchas mujeres llegan al momento de parir con un saber escaso o nulo sobre lactancia, muchas no fueron amamantadas ni vieron nunca a una mujer amamantando de cerca. La cadena que transmitiría ese conocimiento entre mujeres de distintas generaciones hace tiempo está cortada. A Lorena Ojeda, mamá de tres chicos, le pasó que su primera lactancia se interrumpió por no saber: su bebé no paraba de llorar y no aumentaba de peso según las tablas, así que a los cuatro meses no le costó nada creer que se había quedado sin leche. Después de todo, su mamá la había amamantado sólo tres meses por razones parecidas. El estrés de sacarse leche para alimentar a su segundo bebé, que fue prematuro, conspiró contra esta nueva lactancia, y recién con el tercero Lorena buscó ayuda en grupos de crianza por Internet y pudo sostener una lactancia que hoy sigue después de 16 meses, a pesar de la vuelta al trabajo.

Adriana Orellana tuvo más suerte: cuando nació su hija se le lastimaron los pezones y hasta le sangraban, pero ella estaba decidida a amamantar y se acercó a la Maternidad de Moreno para buscar ayuda. Ahí, a pesar de que la contuvieron y la trataron de asesorar durante tres días seguidos, no supieron explicarle cómo mejorar la prendida para que los pezones se curaran. Adriana recuerda esos días como muy tristes; su beba lloraba y ella desesperada se sacaba leche manualmente para dársela en un vasito. Incluso se puso a mirar videos por Internet para ver si se le revelaba el secreto de una buena prendida, hasta que se acordó de que había leído en Internet que en un grupo de crianza de Bella Vista había una puericultora y una doula. Fue esta puericultora la que le dio el empujoncito que necesitaba para salir adelante. Hoy su hija Faustina tiene seis meses y siguen con la teta; gracias a la insistencia de Adriana se cortó la racha que había hecho que su mamá, como la de Lorena, desistiera de la lactancia después de tres meses.

Los relatos de las lactancias interrumpidas a los tres meses no dejan de aparecer por todas partes: pocas mujeres saben que en esa época se da una crisis de lactancia, los pechos se sienten más blandos porque ahora la leche se produce en el momento de la demanda, y como el bebé tiene que succionar durante un par de minutos para que la leche comience a fluir –no como esas primeras semanas donde la teta chorreaba, a punto de explotar–, y muchas veces lloran, las madres suelen deducir que hasta ahí llegó la leche. Y parece que siempre hay alguien dispuesto a confirmárselo. Esta situación, que se superaría fácilmente con un poco de información y de paciencia, suele ser el fin de muchas historias que, en general, dejan un gusto amargo, y la tristeza de tener que resignar tan pronto el contacto piel a piel con el bebé que se amamanta.

Para otras mamás los obstáculos llegan mucho después, cuando la ternura que produce en los otros la escena de la teta se convierte en desaprobación. Le pasó a Sol Giacobbe cuando eligió seguir amamantando a Nehuén aunque ya estaba embarazada de Eluney, y el obstetra de la obra social que la atendió en este nuevo embarazo le ordenó dejar de dar la teta. Pero Sol no le hizo caso; asesorada por la partera Marina Lembo, que la había atendido en el parto, y con un poco de cuidado para no provocar contracciones, pudo seguir dándole de mamar a Nehuén hasta los tres años, incluso después de que naciera su beba. Con un hijo en cada teta, y haciendo oídos sordos a las críticas de familiares y allegados, Sol pudo hacer que la lactancia fuera a su modo.

Son infinitas las historias de mujeres que quieren y no pueden, porque están mal asesoradas o porque el aislamiento en el que hoy por hoy se lleva adelante la crianza las deja demasiado solas, tanteando a ciegas y sin poder acceder a ciertos saberes específicos que podrían estar al alcance de la mano. Otras, con más suerte, consiguen dar con algunas de las tantas redes como la Liga de la leche, Fundalam, grupos de crianza coordinados por doulas o puericultoras que se distribuyen en casi todo el país, o espacios en Facebook como Amamantar es Amar, un grupo donde más de 2000 mujeres se consultan y se dan una mano unas a otras todos los días sobre lactancia y otros aspectos de la crianza.

¿Y las que no quieren amamantar? Tienen todo el derecho de no hacerlo: el placer no es obligatorio. Tampoco lo es alimentar a los hijos de una única manera, por más que haya una Ley de Lactancia Materna que orienta en una dirección. Porque sería una película de ciencia ficción tan extraña como la del principio de esta nota, la de un Estado que obligara a sus ciudadanas a usar el cuerpo de cierta forma (sólo que lo hace). Y solamente la solidaridad entre mujeres, esa que genera redes y grupos autogestionados en todas partes, puede hacer que muchas accedan a la información básica que les permita encontrarse con su deseo entre tantas tetas y lactancias posibles, conquistar un punto a su medida dentro de la Vía Láctea.

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Imagen: Sebastián Freire
 
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