Cada cual tendrá su particular adiós en este Fin de Año que, como todos los de su clase, se enreda en las ausencias como abrojos en el pelo. ¿Pero qué sería de la moda sin fotógrafos y fotógrafas? ¿Cómo podríamos desear esa ropita linda, esa pose natural de las modelos y hasta ese accesorio que en nuestra misma cómoda es inservible si no lo viéramos alguna vez brillando sobre el papel fotográfico como el detalle necesario para convertir un conjunto en una composición? Lenguajes disímiles, seguro, pero en diálogo más de una vez y reclamando de distintos modos su lugar en el firmamento del arte, tanto la moda como la fotografía han tenido un año difícil: Henri Cartier-Bresson, Helmut Newton y Richard Avedon decidieron irse juntos en el 2004. El primero, el menos ligado al mundo de la moda, había cumplido ya los 95, había vuelto a pintar porque “las cicatrices del mundo” pesaban demasiado como para seguir imprimiéndolas tal como la luz y su ojo lo hacían. Helmut tuvo un final a su medida; él, que había convertido el glamour en una marca en el orillo de sus fotos –como la que se publica aquí, de Vogue, 1981– se estrelló con su Cadillac a la salida de Los Angeles, abandonando a sus fantásticas mujeres en tacos altos para siempre. Y Avedon, ese retratista que sabía no sólo de luz y sombra sino de matices del alma, de su propio reflejo en la imagen de los otros, que no les temía a los reportajes de moda porque su trabajo no se dañaba ni se abandonaba, se fue mientras trabajaba en un reportaje sobre la democracia estadounidense para el New Yorker. En este año en que la fotografía, como otras veces, develó y reveló lo que se intentaba ocultar –¿hace falta recordar las instantáneas que tomaron los mismos soldados estadounidenses de sus tropelías con prisioneros iraquíes?–, estas tres ausencias imprimen una sombra distinta que, de todas maneras, seguirá alumbrando. O al menos, contrastando.