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Viernes, 13 de enero de 2006

A MANO ALZADA

Políticamente artístico

(Cuando el ejercicio del recuerdo es justicia y reconstrucción)

 Por Maria Moreno

Lamatanza se llama el video de animación que hizo María Guiffra con el expediente de N.N. de su padre Rómulo Guiffra, identificado (el expediente) por el Equipo Argentino de Antropología Forense. El texto leído que da comienzo al video es convencional a los encubrimientos burocráticos que practicaba la dictadura: “En la localidad de González Catán, Partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires, a los veinticinco días del mes de febrero del año mil novecientos setenta y siete, en la fecha siendo las tres y treinta horas, se presentan en esta dependencia policial fuerzas conjuntas de seguridad y militar, dando cuenta que en las proximidades de la Ruta Provincial número veintiuno y Coronel Monasterio, habían sorprendido en actitud sospechosa a una persona de sexo masculino a la que le impartieron orden de detención, lejos éste de acatarlo, se resistió con arma de fuego, repelida la agresión cayó abatido”.

La voz que recita el expediente, distorsionada mediante manipulaciones de la velocidad, se desliza desde la que parodia la de una niña pequeña hasta la de un personaje de la burocracia legal. El efecto es el de un recitado deliberadamente monocorde y reiterado que funciona como un mantra negativo. En una segunda línea de sonido, una música, también distorsionada, crea el efecto de aullidos y gemidos ahogados como en un gótico electrónico. El trabajo de Guiffra es ascético y no se engolosina con una redacción que abunda en lapsus en calidad de expresiones de deseo como el que acusa a la víctima de “atentado y resistencia a la autoridad con homicidio”, aunque se consigne, con la misma prolijidad, que las fuerzas conjuntas de seguridad y militar que actuaron en calidad de “repelente”, resultaron ilesas. Tampoco con la decisión de un Consejo de Guerra que informa “el sobreseimiento definitivo respecto del personal de las fuerzas conjuntas intervinientes en la muerte del delincuente subversivo, conforme con los dispuesto por el artículo 338 inc. 3º del Código de Justicia Militar, dado que dicho personal se hallaba amparado por lo prescripto por el artículo 34 inciso 4º del Código Penal (...) Con relación al N.N. abatido, estimo que debería declararse extinguida la acción penal para juzgar los delitos por él consumados, atento a su fallecimiento”. Mientras que el registro de que “mientras que el arma como así los implementos explosivos, procedieron a su incautación” no tentó a María Guiffra de animar la escena de armas incautándose a sí mismas.

Si bien la imagen del expediente es realista y se centra en la firma de los distintos intervinientes, las ilustraciones no lo son: el dibujo de las supuestas armas de guerra secuestradas parece pertenecer al de una niña de edad preescolar, en lugar de la foto del cadáver hay un dibujo figurativo, en negro sobre blanco, donde el rojo marca el espacio de las heridas de bala de la “víctima-imputado”. La sangre es el único elemento de color y es precisamente el que, en la ficción real, une a la autora con el protagonista. Pero eso se sabe si se tiene el código, en el corto no aparece el nombre de Rómulo Guiffra, sólo sus huellas dactilares y una dedicatoria: “a mi padre”. Si se quieren buscar más resonancias, habrá que averiguar que Rómulo Guiffra era dibujante técnico de la casa militar de la Casa Rosada y que es autor del muro de la Quinta de Olivos.

Lamatanza tiene la apariencia de un ejercicio experimental o de muestrario de recursos alrededor de un único elemento que, en los nuevos productos audiovisuales, suele ser un elemento más, cuando no su antagonista: la palabra escrita. Y parece hacer exhaustivas las variaciones sobre un mismo tema, aunque se trate de una edición que respeta la cronología. Como si se tratara de hacer durar y alargar los mínimos rastros del padre. Esa tarea es, en cierto modo, equivalente a los objetos realizados por los presos políticos –bordados de puntadas de tamaño apenas mayor que un punto, huesos esculpidos a lo largo de días infinitos, figuras de harina utilizada como masilla y recogida miga a miga– y que les dieron a sus hijos una idea del tiempo que, a pesar de la separación, se les había dedicado.

Con un elemento gráfico intervenido, Lamatanza logra un clima de drama que progresa. Quien mira teme que algo inaudito se presente en la imagen, algo que sobresalte como en el cine de terror, hasta el punto de que se puede mirar también a partir de una experiencia meramente estética y ficcional. Documental en el sentido más estrecho –utiliza sólo un documento– Lamatanza no deja de constituir un escrache donde se ha reemplazado el territorio del represor y la denuncia a éste, hecha en cuerpo presente por los denunciantes, por su nombre propio, que se espera expandir mediante la capacidad de difusión del cine. Hacia el final, y sin subrayado, a la manera de los créditos de una película, se enumeran los “actores” del expediente mediante primeros planos de sus páginas. Sólo que bajo la calificación de “imputados”. El documento original ha sido dado vuelta.

El expediente, muerto según María Guiffra en sus avatares legales, ha necesitado de la animación para hacerse arte político.

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