Vie 16.11.2007
las12

URBANIDADES

Néstor

› Por Marta Dillon

Es cierto, todavía es presidente, pero si a Cristina, que es la presidenta electa se le puede llamar así ¿por qué no a Néstor? Algo en su actitud relajada de los últimos días anima cierta familiaridad y algo más lo recorta del universo de hombres políticos como para que su apellido huelgue del mismo modo en que huelga decir el apellido de ciertas mujeres que, por ocupar lugares de poder o sencillamente únicos, empiezan a ser llamadas del mismo modo en que lo hacemos con parientes o hermanas en el living de casa. El hecho extraordinario ha sido suficientemente descripto: el hombre cedió el poder que había acumulado en los últimos cuatro años a su esposa. Medió una elección democrática, claro está, pero vamos, si él se hubiera presentado como candidato quedan pocas dudas de que habría sido elegido por primera vez como presidente por una mayoría abrumadora (en 2003 lo había votado menos de un cuarto del electorado). Néstor, así, abdicó. Llegó a bromear con que su próxima oficina sería un café literario, se situó detrás de su esposa en momentos clave, la miró con esa sonrisa subrayada por sus ojos díscolos que a veces confunden estrabismo con emoción (¡quién sabe!), se abandonó en los profundos sillones de los hoteles de lujo que forman el after office de la Cumbre Iberoamericana como quien ya ha hecho lo más duro de su tarea... ¿Cuál será el valor simbólico de esta batería de gestos? ¿Qué tipo de espejo ofrece a otros hombres este hombre poderoso que cederá el bastón a su esposa? Uno de los principales conflictos en la intimidad de las parejas en los últimos diez años es, justamente, que las mujeres ganen más que ellos, que tengan más poder o más reconocimiento. Diversas universidades norteamericanas han hecho estudios sobre el tema –universidades de esas que publican investigaciones sobre el olor de los celos o de cómo la diferencia entre los géneros se aloja detrás de la nariz, claro–; innecesarios estudios: la experiencia alcanza para saber que la ecuación ella gana más que él en la pareja alienta abandonos, jornadas laborales que se extienden en el hogar (aunque él esté papando moscas la mayor parte del tiempo) y hasta violencia. ¿Impactará de alguna manera, entonces, esta especie de abdicación sobre el universo masculino o sencillamente explicarán el traspaso hablando en voz baja de un supuesto cáncer terminal que aqueja al actual mandatario?

Nadie puede creer que Néstor se vaya a dedicar a mantener veladas paquetas en cafés literarios, es más fácil imaginarlo disciplinando a la tropa peronista y tejiendo (vaya palabra) alianzas con las fuerzas que colaboren a sostener la gobernabilidad en manos de la presidenta; aun así esta misma descripción suena al menos diferente y suele despertar algunos suspiros nuevos incluso en quienes veían con recelo el estilo K. Y es más, si cabía la pregunta de cómo les caería a los hombres la renuncia del macho, pues hay que decir que la consultora Poliarquía registró una suba en la imagen positiva del presidente del 5 por ciento y esta suba es más notoria entre quienes tienen entre 40 y 50 años, una generación en la que ya no es tan común hacerse cargo de un “ama de casa” en el rubro ocupación, entre otras cosas.

Los hombres, es una pena, recién están empezando a pensarse en términos de nosotros. Hasta ayer nomás simplemente eran el molde de la humanidad y todo lo que no cupiera o no se sintiera a gusto serían otros u otras que mejor que encontraran rasgos comunes para manifestarse como colectivo y hacerse oír. Lo malo es que cuando enuncian ese nosotros lo hacen desde lo más anacrónico del género, eso que tiene que ver con “ganar” mujeres, chamuyarlas para “entrar por la colectora” o convertirlas en “gauchitas” en la cama. Mientras las mujeres que se movilizan y las que no desde hace tres semanas discuten el valor simbólico de una mujer en la presidencia, con brío, con pasión, con desconfianza, con más o menos apatía con respecto a lo que vendrá pero sin poder dejar de mirar lo que se ha ido modificando; ellos no han dicho una palabra. ¿Dónde la dirían? Es la pregunta. Seguramente no en la revista Hombre. Pero, siendo optimista, tal vez hayan dicho algo en esa encuesta sobre la imagen de Néstor. El optimismo, es cierto, suele pecar de ingenuidad, pero es un permiso posible cuando lo que vendrá es todavía una página en blanco.

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