Lun 09.06.2014
libero

BOXEO › SERGIO “MARAVILLA” MARTíNEZ DEBE DECIDIR AHORA SU FUTURO

Dejó su corazón en el ring

Desde lo pugilístico, no cabe duda: su brillante campaña terminó en la madrugada del domingo, más allá de su decisión, tras caer por nocaut técnico frente al portorriqueño Miguel Cotto en el Madison Square Garden.

› Por Daniel Guiñazú

Los grandes campeones del boxeo tienen el derecho de elegir su final. Y Sergio “Maravilla” Martínez eligió irse dejando su corazón sobre el ring más legendario del mundo, el del Madison Square Garden de Nueva York. Se repite: dejando su corazón. Su cuerpo, en verdad, nunca pudo estar allí.

Sólo Maravilla, en el fondo de su alma de peleador, sabe qué hará con su carrera de boxeador luego de la durísima derrota por KOT en el 10 round que le infligió el puertorriqueño Miguel Angel Cotto para quedarse con el título de los medianos del Consejo. En sus declaraciones sobre el cuadrilátero, las únicas que por otra parte hizo (una ambulancia se lo llevó al hospital para practicarle una completa revisión médica), Martínez pidió tiempo para descansar y estar rodeado de la intimidad de sus afectos con el fin de tomar la decisión más importante de su vida. No quiere apresurarse, pretende estar frío, sopesar todos los aspectos en juego, los deportivos, los comerciales, los deportivos.

Desde lo pugilístico, no cabe duda: su brillante campaña terminó en la madrugada del domingo, independientemente de que decida o no seguir. Lo que venga será poco en comparación con lo mucho que supo alcanzar. Desde lo comercial, le queda una pelea más para cumplir su contrato con HBO y acaso quiera hacerla para marcharse con algo de gloria. Desde lo humano, Maravilla no necesita del boxeo para ser lo que es: una persona íntegra, realizada, plena, llena de ideas, proyectos y propuestas que exceden el mundo de las doce cuerdas.

Pero antes que nada y después de todo, Martínez es un boxeador. Y los boxeadores, por su altísimo umbral de sacrificio y resistencia al dolor, por su temerario desprecio a los riesgos corporales, necesitan constatar en la propia carne y con la propia sangre que no hay retorno, que se ha cruzado la frontera del ocaso y ya no hay vuelta atrás. Monstruos de todos los tiempos como Muhammad Alí, Joe Louis, Mike Tyson, Julio César Chávez y Mano de Piedra Durán, por nombrar apenas algunos, sólo se bajaron de los rings cuando, a piña limpia, sus rivales les demostraron que su grandeza era cosa del pasado y la leyenda, el domicilio de su futuro. Monzón se dio cuenta a tiempo y se fue antes de que lo echaran. Eso lo hace cada vez más grande.

Con el resultado puesto, es muy fácil decir que Maravilla nunca tuvo que haber peleado ante Cotto. Y que ante los múltiples desperfectos de su físico, debió haber anunciado su retiro poco después de su dramática victoria del año pasado ante el inglés Martin Murray en la cancha de Vélez. Pero quiso darse la última chance. Y no estaba mal el intento: Cotto era un boxeador más chico, que ni siquiera pudo llegar al límite de los medianos (dio 70,215 kg, 2,359 kg por debajo de los 72,574 kg) y que virtualmente estaba fuera del negocio grande del boxeo luego de sus derrotas de 2012 ante Floyd Mayweather y Austin Trout.

Pero todas las especulaciones se derrumbaron muy rápido. En apenas tres minutos, los del 1er. round y al cabo de tres caídas que a punto estuvieron de sacarlo del combate, Martínez comprobó que había confundido sus deseos con la realidad. Y que ésta no aceptaba que la desmintieran. Con sus rodillas en falsa escuadra, sin estabilidad para recorrer el ring y manejar las distancias con sus piernas y con nula absorción de los golpes, el boxeo plástico, elegante y efectivo de Maravilla no sucede. Por eso, la pelea no fue tal sino un inexorable peregrinaje rumbo a la derrota.

Sólo el corazón de Martínez demoró la definición. Eso y la aplicación estricta de Cotto al plan que le pergeñó, en el gimnasio, su técnico Freddie Roach. El boricua, el primer pugilista de su país que logró cuatro títulos del mundo en cuatro divisiones diferentes, no se abalanzó sobre Maravilla por forzar una rápida definición. Fue preparando el terreno a partir de un trabajo sumamente veloz y preciso, con una formidable izquierda cruzada a la cabeza como instrumento de demolición. Maravilla la soportó hasta la 7ª vuelta, sobreviviendo a duras penas, sin poder imponer lo suyo ni siquiera durante 30 segundos. De allí en adelante, fue un calvario: volvió a caer en el 9 asalto y en el arranque del 10. Su técnico Pablo Sarmiento se apiadó de él y retiró su alma del ring antes de que la acabara una paliza inmisericorde. Su cuerpo lo había abandonado mucho antes.

El mejor boxeador argentino después de Monzón debió irse de otro modo y no con la cara magullada y la derrota doliéndole en cada célula. Pero él eligió hacerlo de esta manera y eso hay que respetarlo. Maravilla Martínez hizo historia: reinsertó al boxeo argentino en las grandes carteleras internacionales y en la agenda de los esquivos medios nacionales. Pero lo hizo de grande, ya gastado, a la edad en la que muchos ojean los álbumes de las viejas glorias. El tiempo le pasó la factura, no le perdonó el desafío. Lo castigó del peor modo posible.

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