Dom 23.05.2004
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GESTAS Y OPINIONES DEL DOCTOR FAUSTROLL, PATAFISICO
Alfred Jarry

Trad. Víctor Goldstein
Atuel
Buenos Aires, 2004
174 págs.

POR DANIEL MUNDO

La práctica literaria no es un hecho inocente. Atestigua, por un lado, un cierto orden cultural, y anuncia, por otro, un acontecimiento político inminente. La obra literaria tiene la cualidad de llegar tarde o temprano, es decir, en el momento justo para mostrar lo que aún no es o ya no está. Pocos supieron esto mejor que Alfred Jarry, cuyas propuestas de Jarry imponen un cortocircuito temporal y anímico: contagian esa risa que todo pensamiento de altura considera su fin último.
Jarry –como todo gran pensador– inventó una casta de lectores que se empeñó en cambiar las condiciones de vida. Sus contemporáneos son sus precursores o sus herederos. Por ello, cada traducción al español de la obra de Jarry puede suponerse como un hecho político que ocurre en la lengua. La lengua sufre un desgarro. Es como si el orden habitual del universo se moviera unos centímetros, y los hábitos de sus habitantes, que aparentemente siguen siendo los mismos, se hubiesen desquiciado. De inmediato todo se reordena, pero el mundo ya es otro. Entre ambos órdenes se abre un resquicio por donde Jarry nos enseñó a mirar lo que ocurre en un Presente Imaginario tan real y posible como nuestro presente, “punto muerto como él, entre futuro y pasado”, en este orden sucesivo.
Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico, la pseudo novela “neocientífica” que acaba de aparecer en la cuidada traducción de Víctor Goldstein (que es la tercera traducción de esta obra al español; las anteriores fueron en 1973 y 1975), es un libro recomendable tanto para el iniciado en la patafísica jarryana como para el neófito interesado en averiguar qué fundamento tiene esta scienza nuova que es a la metafísica lo que ésta es a la física. El más allá inmanente en la singularidad no universalizable: “La patafísica será sobre todo la ciencia de lo particular. Estudiará las leyes que rigen las excepciones y explicará el universo suplementario a éste”. He aquí un verdadero proyecto de saber.
Este proyecto se materializa en un viaje iniciático que remeda a la Odisea, a los viajes de Gulliver tanto como a los que emprende la Alicia de Lewis Carroll. El doctor Faustroll se lanza a una travesía en barco por tierra sobre una cama de doce metros de largo (el capítulo más largo del libro se llama “De París a París por mar, o el Robinson belga”). En este viaje imaginario, Faustroll busca de algún modo demostrar que la solidez que refleja la realidad cotidiana se desintegra en cuanto se le acerca la lámpara infrarroja de la imaginación (no olvidar que “la patafísica es la ciencia de las soluciones imaginarias”). Caminar sobre el agua no es un milagro cuando nuestro ser puede convertirse en insecto, o cuando logra comprender que “la tierra tensa sus músculos intercostales y respira con el ritmo de la luna, pero la regularidad de esta respiración es suave, y pocos hombres la notan”. Comprender esta respiración, acompañarla, escuchar, en última instancia, la regularidad de lo insólito, es el proyecto político que la patafísica propone.
Experimentar la política patafísica significa acercarse a la fórmula que el Dr. Faustroll da de la felicidad. La felicidad encarna el punto energético donde se encuentran lo amoroso y el misterio. Todo depende del ritmo respiratorio de la luna, o mejor, de la capacidad de inventarse un cuerpo frágil y esponjoso que busque el accidente del mismo modo que la fruta atrae hacia sí, con un beso apasionado, la fuerza que resguarda lapresión atmosférica. Las impertinencias de Ubú son apenas un divertimento con respecto a las misivas telepáticas del feliz Faustroll.

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