libros

Domingo, 12 de diciembre de 2004

LA REGIóN Y EL UNIVERSO GLOBALIZADO CONFLUYEN EN LOS ENSAYOS DE HéCTOR TIZóN.

Dejemos hablar al viento

No es posible callar
Héctor Tizón
Taurus
188 páginas

Por Martín De Ambrosio

Una de las eternas polémicas literarias, cada tanto actualizada, tiene que ver con la disyuntiva entre ser un escritor cosmopolita o un escritor comprometido con las cosas de la tierra. Sin ir más lejos, en su momento –hacia fines de los ’60– el novelista peruano José María Arguedas llegó a cuestionarle a Cortázar su escritura eminentemente parisina y poco interesada por lo latinoamericano. Arguedas incluso llegó a armar un seleccionado de los localistas (Rulfo, Onetti y Guimaraes Rosa) opuesto al de los extranjerizantes (Carlos Fuentes, Vargas Llosa y el propio Cortázar). El de Tizón es –como suelen serlo muchos, si bien se mira– un caso intermedio entre la impersonalidad urbana y el pintoresquismo del terruño. El escritor jujeño, si bien tiene muchas veces la mirada puesta en su dulce región –a la que retrata de manera incomparable–, posee un modo retórico de encarar los temas, tan urbano, correcto y despojado de telurismos, que lo transforma en una rara mezcla de ambas categorías.
“Me fui a un pueblecito del desierto en la Puna, pensando en que tal vez no sería ocioso ni extraño mirar a este país desde un lugar desde el cual nunca se lo ha visto, desde la periferia, desde el desierto, (...) desde los suburbios de un país arruinado, melancólico y maltratado por el cinismo y la bastardía de los intereses que, como siempre, se disfrazan de bienintencionados y patrióticos”, dice Tizón en uno de los artículos de este libro que demarcan también su territorio conceptual. Así, se transforma en un cronista privilegiado, como cuando retrata la sabiduría campechana de Doña Eulalia que “vive en la linde del caserío y tiene ya los ojos blanquecinos de vejez y de mirar a lo lejos y hacia adentro”. Eulalia un día le dijo: “Todo el mundo sabe que es costumbre de este país respetar y tener por buena la falta de honradez cuando, al cabo de los años, ella ha sido la causa principal de la prosperidad”. O cuando se asoma a la fiesta de la copla en la Quebrada de Humahuaca, en la que –como en la Fiesta de Serrat– “todos están igualados por un rasero ceremonial y absoluto; todos valen por igual a partir de ese momento impreciso en que las conciencias comienzan a nublarse”.
Este nuevo libro de Tizón –un tanto desparejo, hay que reconocerlo– recoge intervenciones ensayísticas o filo-ensayísticas (incluyendo discursos de agradecimientos de los numerosos premios con los que ha sido últimamente distinguido), publicadas en diarios, revistas y en libros temáticos. Entre los artículos más evidentemente despojados de cualquier posibilidad de calificarlo de “puneño” se destaca La novela policial, género injustificado, leído en el homenaje a Jorge Luis Borges que organizó el Fondo Nacional de las Artes en 1999. De innegable impronta borgeana, el ensayo analiza la opinión de Borges, según la cual la novela policial no es más que un cuento policial innecesariamente alargado. “Borges no desdeña el género, sino las malas narraciones del género, aquellas en que la solución del misterio, dice, es de orden material: una puerta secreta, una barba suplementaria; en cambio, en las buenas, es de orden psicológico: una falacia, un hábito mental, una superstición”, señala Tizón. Y se lamenta de que Borges no haya sabido apreciar las virtudes del policial negro norteamericano y a sus detectives privados que se inmiscuyen enteramente en sus casos, como Lew Archer, Sam Spade y Philip Marlowe. No es posible callar también guarda todo un eje temático sobre la crisis argentina premonitoriamente titulado “Salir de los escombros”.

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