Dom 03.01.2010
libros

Misión imposible

Un relato de iniciación y contenido de terror situado en el territorio de Horacio Quiroga: la selva misionera.

› Por Alejandro Soifer

Un viaje a Apóstoles, Misiones, de tres “adolescentes tardíos” como los define el narrador, sirve a Daniel Krupa de excusa para la generación de un clima claustrofóbico en la inconmensurabilidad de la selva.

El relato de la aventura de Fanta, Seco y Polonio, los peculiares nombres de los protagonistas que son referidos en tercera persona y en presente, está integrada por pequeños hechos que funcionan por acumulación hasta concluir en una escena de incomodidad generalizada que desbarata el viaje. La escritura aparece como una construcción detallada, con un cuidado especial en la articulación de cada palabra en las oraciones que suelen ser cortas, bajo una mirada clínica como levemente cínica.

El rito de pasaje adolescente, trasladado a la selva misionera, se convierte así en una parodia por exacerbación de las marcas del típico relato gótico de Horacio Quiroga. Aquí lo que encontramos es una fobia a las serpientes, historias incrustadas que parecen justificar ese temor espectral que nunca se materializa, algún incidente en un acto escolar de escuela rural, el calor omnipresente, la incomodidad de chicos de clase media en un medio expulsivo, lleno de secretos que sólo los paisanos pueden conocer, una intoxicación con hongos alucinógenos, una sucesión de animales muertos así como fragmentos de discursos ofidiológicos acerca de todo tipo de serpientes que pueden encontrarse en la provincia de Misiones.

Los componentes funcionan por separado, pero generan un cuadro general que es posible reconstruir con la conclusión de la lectura. Cada uno de los aspectos de la narración parece dispuesto de modo tal de generar un terror indescriptible, acumulativo, que no encuentra la forma de las palabras para ser expresado.

El rito adolescente no estaría completo sin el pasaje por el cabaret del pueblo, excusa que sirve para introducir una escena de elaborada intensidad que, en forma progresiva, llevará a la explosión del elemento causante del máximo terror que tampoco en esta oportunidad será del todo explícito. Como si se tratase de un rompecabezas, el narrador desperdiga indicios, pistas, sensaciones a partir de las escenas que plantea y la musicalidad llena de ironía de las oraciones que componen el relato. El resultado será una sensación de inquietud del espacio vacío, como si Krupa jugara a llevar el famoso minimalismo a un relato de terror.

Si en su primera novela, Cerca (2006), Krupa se aprovechaba de las posibilidades de significación góticas que provee una ciudad construida bajo el signo del positivismo como La Plata para plantear su peculiar forma de terror; en Serpientes el marco se lo dan la selva, el sol, la humedad, la tierra roja, la letanía del ritmo de vida pueblerino y sus costumbres relajadas, así como los relatos que hacen al folklore local.

Todo en su debido sitio termina por generar un relato conciso e inquietante.

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