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Sábado, 2 de marzo de 2002

RESEÑAS

Cultura para todos

La idea de cultura
Terry Eagleton
trad. Ramón José del Castillo Paidós
Barcelona, 2001
208 págs. $ 23

Por Ariel Schettini

Los anteriores libros de Eagleton poseen la virtud (o el vicio, según se quiera) de compendiar a modo de manual todo el saber necesario sobre un tema académico. Walter Benjamin, por ejemplo es una especie de biografía intelectual de un héroe de nuestro siglo y, al mismo tiempo, el libro más escolar (en realidad habría que decir, trivial) que se ha escrito sobre el crítico alemán. En Ideología, Eagleton se encargó de chequear todas las versiones de la palabra en la historia del marxismo occidental, lo que es muy recomendable para quienes deben completar una monografía o dar una clase, pero muy poco sano para quienes verdaderamente quieran conocer el pensamiento de Luckács, Adorno o los debates entre ambos.
Hay, seguramente, quienes dirán que el profesor de Oxford que aquí evaluamos tiene buenas intenciones (llevar, a quien lo ignora todo, una luz que lo conduzca por el camino del saber) pero también habrá quienes sostendrán con igual cuota de razón que nadie puede conocer nada de La ideología alemana de Marx o la relación entre ideología e institución porque aprenda una definición que bien puede saldar el diccionario.
Como buen profesor de Oxford, también es un hombre preocupado por la marginalidad. De allí que su mejor libro hasta ahora sea un recorrido por la historia de la cultura irlandesa, Heathcliff y la gran hambruna, que busca en su pasado católico las claves de una cultura de resistencia: Los Brönte, Oscar Wilde, Bernard Shaw, son algunos de sus personajes que debaten la relación entre el Imperio y su resistencia, entre la cultura urbana y la rural.
Pero Eagleton nació y se educó en Inglaterra. Y los motivos por los cuales los ingleses tienen una cierta obsesión por la “cultura” no son un secreto. El ocaso del imperio los llevó a percibir, desde fines del siglo XIX, que esos que arrasaban, dominaban, controlaban y mataban sin piedad eran, finalmente seres humanos. Incesantemente, en Inglaterra han interrogado la cultura (es decir las culturas): baste citar a Mathew Arnold y a T.S. Elliot (cuyo libro sigue siendo volumen de cabecera para elitistas y tilingos) recorriendo impudorosamente el camino del error.
Este libro no es excepción. Los dos primeros capítulos constan del previsible repertorio de definiciones de cultura (y sus perspectivas políticas): versus naturaleza, versus vulgo, versus comunidad o ideología. O lo contrario: la cultura pensada como naturaleza, como plebe, como práctica, como ideología, como trama, como espacio para la constitución de la subjetividad. Al mismo tiempo se discuten los textos más importantessobre la cultura: Raymond Williams y su sedicente enfoque materialista, Freud y sus configuraciones psicológicas, Richard Hoggarth (cuyo clásico The Uses of Literacy fundó un modo de análisis cultural basado en las prácticas de la clase obrera inglesa) o la antropología y sus prácticas opresivas. Hasta allí, un buen manual eagletoniano.
En los siguientes dos capítulos, el autor se enfrenta con una dificultad mayor: la cultura como civilización, como Estado, como nación, los debates políticos en el interior de una cultura, la formación de un ethos, la raza y la tradición. ¿Cuál es la relación que se establece con la cultura (o en la cultura) cuando se la piensa como mercancía, por ejemplo, o cuando se la piensa como identidad, conciencia y práctica de sí, modo de pensar el otro o el yo?
Es allí donde el libro se vuelve más grácil y hasta desopilante. Eagleton discute la cultura americana e ingresa en sus debates (el cuerpo, la raza, la sexualidad y hasta la fobia al tabaco o la obesidad de sus habitantes) con una ligereza de ánimo que da escalofríos. Es necesario llegar hasta el lugar en que La idea de cultura argumenta que los americanos hablan mucho de sexualidad porque son puritanos, o que el miedo al tabaco de la sociedad entera encarna el miedo a los extraterrestres, para que descubramos que algo está muy mal en este libro cuyo mayor pecado es ser, paradójicamente, demasiado ingenuo.
Esto no quiere decir que el libro no carezca de ideas atractivas. Pero, ¿qué sentido tiene decirnos que el posmodernismo es la continuación del protestantismo si no hay una explicación firme y material de la frase? Los buenos críticos, los buenos lectores, los buenos profesores creen –a veces con inmodestia– que porque han leído bien un texto, todo lo que piensan es valioso. Quienes quieran intentar el ensayo salvaje, y la libertad del pensamiento, pueden consultar, para tomar una lección, este libro, producto indiscutible de la simpleza de la cultura de nuestro tiempo.

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