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Sábado, 16 de febrero de 2002

Ciudad Gótica

Hace un año renacía el City Hotel, uno de los pocos edificios porteños con vocación de rascacielos. Gótico, el proyecto mantuvo piezas tradicionales de su estilo e identidad, pero recuperó la vocación de
ser moderno que siempre tuvo este hito urbano.

 Por Sergio Kiernan

El viejo y oscuro salón, que antes invitaba a pensar en fantasmas percudidos y tristes, ahora es blanco. Tiene pocos muebles y muy modernos, tiene un bar, tiene una conserjería en maderas simples y claras. La luz ahora abunda y sube hacia las molduras románicas restauradas en las columnas, hacia el cielorraso ornado, hacia los vitrales de impecable factura con flores azules. La triste historia de decadencia del City Hotel cambió hace un año, cuando fue reinaugurado como parte de la cadena NH, la misma que restauró el todavía más abandonado Joustén de la calle Corrientes. El rascacielos porteño, hito de su época, acababa de cumplir los 70 y sufría de la misma enfermedad que tantas cosas en este país: desinversión, indiferencia, falta de mantenimiento.
Si se va con criterio historicista al “nuevo” City, puede haber enojos: hay puertas de acceso nuevas, hay tal vez un exceso de modernidad en los salones de reuniones. Pero es indiscutible que el hotel tiene nueva vida, que grandes áreas serían reconocibles para los tantos famosos del cine en blanco y negro que lo usaban de base, y que el City volvió a ser lo que siempre quiso ser: moderno.
Por partes: la estupenda puerta giratoria de bronce sigue campeando altanera, los vanos de las escaleras siguen mareando con sus kilómetros de barandas forjadas, el hall sigue revestido en piedras talladas, el subsuelo –acceso al ahora restaurante– sigue arrancando sonrisas con sus puertas airosas y sus revestimientos de mármol. En la terraza del piso 12, sigue la vista inigualable del centro y siguen hasta las lámparas de hierro colado, guardando una flamante piscina.
El resto es nuevo y bueno: cerramientos ultramodernos que respetan la línea americana original, tecnología de control ambiental y de luces, Internet y fichas para modems, baños gloriosos, luz por todos lados, una característica del City que responde a su contorno libre, perforado de ventanas, que le da una alegría y liviandad que muchos diseños modernos envidian.
En el proceso de restauración, el hotel fue reforzado, se cambiaron íntegras las instalaciones técnicas, se agregó un ascensor de servicio, se rehicieron y amueblaron 303 habitaciones y ocho salones, se reforzaron las estructuras del ala que sostiene la piscina, se pintó todo. Un “ingeniero en arte” ruso fue especialmente contratado para restaurar y reemplazar las molduras perdidas. Y se conservaron piezas de identidad esenciales: el viejo cartel estilo Broadway en la fachada, los espejos grabados con el escudo en las puertas de servicio.
Por tanto, lo que se ve hoy es un edificio inmenso, laberíntico –los que en él trabajan compiten para ver quién visitó más pisos, más rincones, quién sabe cuántas escaleras tiene realmente–, que sigue con su aire a Ciudad Gótica, ahora con un nuevo contrato de vida y ayudando a que la primera cuadra de la calle Bolívar, que supo ser estratégica y se transformó en frontera de abandono, también reviva. Tal vez por contagio, al lado está naciendo un garaje múltiple que tendrá su vieja fachada casi centenaria también rescatada. Un buen ladero para un hito porteño que estaba medio olvidado.

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