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Sábado, 21 de septiembre de 2013

Una casa en peligro

Gallo 555 es una belleza y un testimonio de una época del Abasto. El pedido de catalogación estructural disparó un debate y varias zonceras.

 Por Sergio Kiernan

La inclasificable belleza de las fotos se alza, casi intacta, en Gallo 555, barrio del Abasto. Es una casa de altos, local abajo y vivienda arriba, típica de su época y en el estilo abandonadamente ecléctico, italiano pero no, art noveau pero casi, pero siempre alejado del casillero. Por su tipología y por su enorme parecido a otra en la avenida San Juan que exhibe su firma, la casa es sospechada de ser de Virginio Colombo, lo cual explicaría su arrebole de máscaras, floraciones y rejerías. Como esto es Buenos Aires, la quieren demoler sin más.

Gracias a la vecina Elisabet Mosconi, en la Legislatura porteña se discute –y cómo– preservar esta belleza. En cualquier país civilizado esto sería innecesario porque el patrimonio indudable, como esta casa, ya está protegido y el que tiene que hacer un trámite de difícil resultado es el que quiere facturar destruyéndolo. Pero en la ciudad de Macri, preservar algo es difícil, de doble trámite, con votos especiales de los legisladores y hasta audiencia pública para que el especulador inmobiliario pueda oponerse y argumentar.

Este proyecto en particular tiene tres dificultades especiales. La primera es que Abasto es el barrio favorito de Daniel Chaín, ministro de Desarrollo Urbano, en su papel de especulador y constructor. A Chaín nunca se le cruzó por la cabeza dejar su actividad privada mientras sea ministro, aunque sea prácticamente él mismo el que se firma los permisos de obra y por organigrama sea el jefe de los inspectores. Tampoco puede delegar “en ciego” estas funciones en un segundo, porque su segundo es Héctor Lostri, que también es su socio comercial. Con lo que el Abasto es un territorio particularmente hostil para la preservación.

La segunda barrera a cruzar es la extraordinaria resistencia a preservar en serio que tiene el Estado porteño en conjunto, con todo el mundo temblando como tímidas violetas cuando alguien se pone serio. El proyecto de ley pide que Gallo 555 sea catalogado con nivel estructural, el más alto y el único que preserva los interiores. Según el director de la Comisión de Patrimonio de la Legislatura, asesor de la diputada Martínez Barrios, ese grado no puede aprobarse si el dueño del inmueble no está de acuerdo. Esta zoncera no está en ninguna ley, es simplemente pavura de parecer un socialista que no respeta la propiedad privada...

La tercera razón es el uso proletario, popular, que tuvo la casa, que se refleja en su estructura y es la razón por la que se pide tan alto grado de preservación. Sucede que esta casa es típica de su época por su estilo y estructura –casa arriba, local abajo– pero también lo es del Abasto porque la planta baja era un acopio de verdura, el típico rubro del barrio. El local, se entiende, no está prístino y lustrado, como no lo está ningún mayorista de papas, lo que bastó para que algunos “especialistas” lo rechacen como si no existieran el detergente y el Cif. No extrañará al lector de m2 enterarse de que estos especialistas revisten en el Ministerio de Cultura de la Ciudad.

Para impresionar a tanto pajarón se les puede citar la carbonera del Marais, que viene a quedar en París y es medieval, sucia a propósito y abierta al público como una pieza sobreviviente del pasado. Claro que Gallo 555 no tiene seis o siete siglos, pero a este paso nada va a llegar a tener tantos años en esta ciudad.

Volviendo a Buenos Aires, resulta que no hay ninguna razón de peso para no defender la protección de esta casa, ubicada además en una zona en ascenso, con más turistas y comercios que antes. Tanto la pintura de su fachada símil piedra como cualquier posible mugre interior pueden ser revertidas, que para algo hay restauradores. Los ornamentos, carpinterías, herrerías y celosías están en perfecto estado. Y la Legislatura no necesita permiso de ningún propietario para legislar. Esto lo entendieron varios asesores de legisladores presentes en la reunión de la comisión, que defendieron el proyecto. Entre ellos estaba Bárbara Rosen que, se sabe, no defiende el patrimonio indiscriminadamente.

De paso, sería saludable que la Legislatura porteña diera una señal de vida en el tema patrimonial, en el que se hace poco y nada, y sólo con los vecinos empujando. El asunto está en agenda y la protección integral de esta bella casa sería un buen símbolo de preocupación y actividad. Que Gallo 555 quede reducida a una fachada con una torre atrás sería perder un magnífico testimonio de una época porteña, perfectamente reutilizable, por la única razón de permitir un negocio privado.

POR EL TEATRO

Notable la movilización de los vecinos del viejo cine y teatro Urquiza, hoy supermercado chino y mañana, si no los paran, otra torre olvidable en el paisaje urbano. Este mes se anunció una liquidación por cierre del local, que guarda buena parte de los espacios y hasta algo del mobiliario del cine –la boletería es la oficina–, lo que disparó la preocupación vecinal. Resulta que era justificada, porque van a demolerlo sin más para que alguien haga plata a costa del barrio.

Los vecinos de la avenida Caseros juntaron muchas firmas y movilizaron a los políticos con María José Lubertino presentando un proyecto para catalogarlo y Ariel Basteiro otro, de concepción anticuada, para expropiarlo. Ayer, viernes, se hizo una reunión en el Instituto Bernasconi, donde por pedido vecinal hablaron la presidenta del Instituto del Cine, Liliana Mazure, el actor Juan Palomino y la referente del Observatorio de Políticas Públicas y Patrimonio Mónica Capano. El mix se explica porque los tres trabajaron en la recuperación exitosa del Arteplex Belgrano y del Gaumont, otros cines en riesgo.

El caso del Urquiza es, por supuesto, diferente porque hace años que cerró como sala. Pero diferente no es imposible y los vecinos entienden lúcidamente que una cosa es perder el uso y otra el edificio: el primero puede recuperarse, el segundo fue. Con lo que se discutieron ideas como rededicarlo a un uso comunal, artístico o cultural. Lo que flotó también en la reunión es que el Urquiza es un lindo edificio, una fachada que ayuda a la avenida, mientras que lo que construirán será otro bodoque que sólo le gusta al que lo facturó.

OTRA VEZ

Ricardo Pinal volvió al candelero mostrando nuevamente por qué su vida política se redujo a ser tercer suplente en una lista de comuneros del PRO (no fue elegido). El señor Pinal se prestó a la maniobra organizada por su partido para descabezar la Comisión para la Preservación del Patrimonio Histórico y Cultural, un sello de goma que empezó a transformarse en un problema para el macrismo cuando la oposición nombró a alquien con ganas de trabajar. Pinal fue nombrado nuevo titular –aunque no sea de la oposición– y le devolvió a la comisión la plácida nulidad del sello de goma. Tal vez para premiarlo, le dieron la dirección del Museo de la Ciudad, la que ocuparan los arquitectos Peña y Vázquez con tanta altura.

Como para mostrar la diferencia con sus antecesores, prácticamente lo primero que hizo Pinal fue censurar una pieza de fileteado del Salón especializado que abrió el fin de semana pasado en el Museo. La razón era que la placa mostraba a la Presidenta entre filetes tradicionales, con una bandera nacional y otra peronista en las esquinas. El ministro de Cultura Hernán Lombardi –que no es ministro de Cultura sino de Turismo, pero es un político de verdad– arregló el tema en dos minutos: el cuadro volvió a la pared, hubo una explicación y todos en paz. Seguramente felicitó a Pinal por el arranque de gestión.

Mientras esto acontecía, avanzaba una obra siniestra en un sitio histórico de la ciudad, la plaza Rodríguez Peña. Este espacio de verde planeado, cuándo no, por Thays en la cuadra grande de M. T. de Alvear, Callao, Paraguay y la misma Rodríguez Peña, es una de las primera plazas “europeas” de Buenos Aires, si no la primera. Como se sabe, las plazas coloniales eran básicamente “huecos” definidos como espacios no construidos. La novedad de fines de siglo es la plaza-jardín, un lugar que supera por mucho la cualidad negativa de estar libre de edificios.

Para mejor, esta plaza en particular está rodeada de maravillas, comenzando por el palacio Pizzurno, una de las pocas fachadas continuas de una cuadra de largo de esta ciudad y seguramente la mejor colocada, con la plaza y una plazoleta propia enfrente para mantener la perspectiva. Por los lados hay un colegio ceñudo y piedroso, muy italiano, y un Bustillo tan poco conocido como hermoso. Pese al tránsito masivo y a la ínfima calidad de la reja perimetral, la plaza es un toque de belleza con sus palmerotas, sus arboledas y sus caminos de piedra colorada.

Pero en el ángulo de Alvear y Rodríguez Peña ya se ve el patio de juego, esos de cemento con reja carcelaria, de acero rígido, que arruinan tantas plazas. Lo notable es que a metros nomás, en la esquina de Paraguay, hay una plazuela donde ya hay un patio de juegos y un canil. ¿Tantos chicos hay en ese barrio de oficinas? Para responder a esta pregunta, la Defensoría General recorrió las obras tomando fotos y Mónica Capano se presentó ayer como denunciante. La cuestión es saber qué justificación puede tener esta obra o si es solamente una entrega más del plan Jefas y Jefes de Empresas Constructoras de Mauricio Macri.

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