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Jueves, 23 de junio de 2005

ADELANTO: COMO ES “LAST DAYS”, DE GUST VAN SANT

Mirada perdida

La muerte de Kurt Cobain es fuente de inspiración para el realizador de Elephant. Como si fuera un sueño, el film Last Days (que se dio en Cannes y se estrena en julio en Estados Unidos) navega de una manera arbitraria por el interior de ese hombrecito de deambular cansino que, de la mano del grunge, cambió el sonido de los ‘90. Y se anima a interpretar las acciones de su entorno... (donde estaba Dave Grohl, el líder de Foo Fighters).

 Por Mariano Blejman

A diferencia de esa cierta rigurosidad que el cineasta Gus Van Sant encontró en Elephant para relatar la masacre de Columbine, lo que sucede en Last Days no es otra cosa que un vuelo del propio Van Sant para imaginar los últimos días de Kurt Cobain. El grunge que vino a cambiar el sonido de los primeros ‘90 no está retratado en el film. De un modo onírico, Van Sant se refiere a esa idea que muchos tienen de cómo deben haber sido los últimos días de Cobain, líder de Nirvana. De eso –más o menos– trata el film Last Days, con producción de HBO Films. Fue presentado en el Festival de Cannes en mayo, se estrenó en París y se verá el 14 de julio en Estados Unidos. Por aquí no hay novedades.

Last Days cierra una trilogía de Van Sant que comenzó con Gerry en el 2002, y siguió con Elephant en el 2003. “Las tres películas se refieren a la muerte”, dice el director. Pequeñas anotaciones para entender de qué hablamos: Gus Van Sant conoció a Kurt Cobain una vez, cuando el músico tenía todavía a su alrededor ese halo de genialidad que sólo las estrellas de rock anglosajonas rubias y con un poderoso sistema de ventas llevan consigo. Para entonces, Cobain era un perdedor exitoso, pero nadie lo decía. La película no se detiene a pensar en las fechas exactas de la muerte (5 de abril del ‘94), ni pretende ser cierta: Van Sant le pone una cámara testigo a Cobain (que en el film lleva el nombre de Blake y está interpretado por el actor Michael Pitt).

“Tenía la sensación de que las cosas habían alterado en algún sentido el movimiento artístico del noroeste. Cobain murió en invierno del ‘94. La escena musical se había vuelto grande en Seattle, pero con su muerte se cerró todo lo que significaba Nirvana. A lo mejor Cobain se murió porque la escena se estaba terminando”, imagina Van Sant. En el film, Cobain aparece verdaderamente perdido, alojado en una casa de campo, acompañado de un grupo de músicos-sanguijuelas que se dedican a merodearlo (¿será alguno de ellos un futuro Foo Fighters?), a seguirlo como esos cuervos que empiezan a aprovecharse del muerto antes de que se muera. Van Sant sabe lo que pasa cuando los artistas exitosos y sus amigos comparten residencia. “La casa se convierte en una mixtura. La gente que trabaja en conjunto forma una comunidad insular. Es como una casa fraterna: pero la dinámica sucede como si fuera una fiesta controlada. Sus amigos lo necesitan, sus proyectos están unidos y necesitan fundirse con él.”

A simple vista, Last Days (un drama musical, según la clasificación cinematográfica que se parece mucho a la vida de Cobain) no es mucho más que eso: Cobain (Blake) deambula por la casa a tontas y a locas, casi no conversa con sus amigos que están como esperando que algo suceda para hacer algo. Este Cobain de reparto toca la guitarra (en verdad son temas compuestos por el propio Pitt), toma una batería y ensaya ritmos de un grunge acústico con una sincronía desconcertante.

O de pronto se lo ve a Cobain en estado calamitoso, vestido de mujer, tirado en un borde, escuchando a uno de sus amigos que intenta explicarle algo, pero nunca hay tiempo o concentración para las cosas más o menos importantes. Van Sant es un gay declarado y muchas de las escenas parecen una puesta en escena sobre sus propios deseos. Todo esto, hay que entenderlo, sucede en los tiempos que Van Sant les da a sus películas: un ida y vuelta en la estructura narrativa, nada lineal, nada clara hasta que se entiende la fórmula. En el film –en la cabeza de Van Sant–, Cobain camina por un bosque presumiblemente de Seattle, como perdido, como mareado ante la tamaña tarea de ser uno de los más exitosos músicos de rock del fin de siglo pasado (muerto a los 27 como Jim Morrison, Jimi Hendrix y Janis Joplin).

La cámara genera climas tensos, tristes, verdaderamente solitarios para uno de esos rockstars que mantienen la lucidez de no ser otra cosa, que van comprendiendo –mientras crece el ego de su entorno más que el suyopropio– que el camino que eligió no tiene sentido y que sólo queda como salida la solución final. “Te metés en un mundo del que no formabas parte. Antes sólo tenías tu cuerpo: después representás muchas otras cosas”, cree Van Sant con conocimiento de causa.

¿Fueron así exactamente los últimos días de Kurt Cobain? ¿Fue fiel la mirada de Gus Van Sant? ¿O fue tan sólo una interpretación onírica de sus recuerdos? Verdaderamente, ninguna de estas preguntas tiene sentido: el film funciona como un homenaje, y muestra de una manera cruda y voraz las despreciables conductas de su entorno (a cada Maradona le corresponde su consiguiente Coppola), zarigüeyas queriendo extraer lo poco que queda de esa furia bestial del Nevermind. Esos fueron para Van Sant, los últimos días de Cobain: “No importa, no te preocupes, no tiene ningún sentido seguir viviendo esta vida”. Las cosas podrían haber sido de otra manera, pero todo lo que nos rodea es un absurdo, y ya ni siquiera vale la pena luchar porque las cosas cambien. No vale la pena romper guitarras, ni baterías, ni tirarse sobre el público.

Tal vez el sueño audiovisual que propone Van Sant es el que tiene el propio monstruo que se ha creado sobre sí mismo, del cual Cobain (Blake) es absolutamente consciente, pero ya no hay forma de que pueda hacerlo separar de su cuerpo. El monstruo está creado, está adentro, no se lo puede hacer salir, o en verdad hay una sola forma: un escopetazo en la cara, para desmitificar eso de que Cobain no murió (o que fue un complot) y permanece en alguna de esas islas caribeñas con Elvis, Luca, Pappo, ¿Yabrán? y otros cuantos famosos que han decidido seguir los caminos de la vida en off the record. “Primero quería hacer una película sobre Cobain. Courtney aceptó la idea, pero después el proyecto tomó otra dirección.” ¿Por qué no se usó la música? Probablemente por las dificultades que se generaron con Nick Broomfield en el documental Kurt & Courtney.

“La gente puede interpretar las imágenes, y en última instancia puede ver el film en muchas formas. Participan de lo que están viendo”, dice Van Sant. Cobain se murió, y Gus Van Sant no quiso filmar su muerte sino sólo sus sueños: sueños de que el rocanrol todavía podía permanecer vivo en algún lugar de Seattle, esa ciudad que más o menos contemporáneamente estaba incubando el nacimiento del movimiento antiglobalizador, ahora tan difuso como la mirada de Blake.

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