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Jueves, 17 de julio de 2003

ASCENSO Y CAIDA DE LOS BRUJOS, UNA BANDA DE LOS NOVENTA

Mi rock marciano favorito

Han pasado cinco años desde su disolución, pero todavía rebota por ahí la energía única de sus shows y la singular manera de presentarse dentro del ecosistema rocker argentino. Con su ruidosa irrupción y una silenciosa salida de escena, Los Brujos simbolizan la parábola del rock alternativo argentino que, aunque dejó su huella, no se ganó el favor de las multitudes. Excepción hecha de Babasónicos, claro.

PRODUCCION Y TEXTOS:
GUSTAVO ALVAREZ NUÑEZ
l”El último show fue durante la segunda quincena de enero de 1998. Era el final de una pequeña gira por la costa, en San Bernardo: una discoteca chica, con poca gente. Nadie tenía plena conciencia de que ésa iba a ser la última presentación. Pero las circunstancias finalmente lo determinaron así. Fue un show más. Poca gente, pocas ganas, y una mala vibra entre los integrantes de la banda. De ahí nos fuimos a dormir a un hotelito. Era la noche del martes 27 de enero de 1998. En el hotel miraban por la tele el Festival de Cosquín donde era ovacionado un nuevo fenómeno popular, Soledad Pastorutti.” El recuerdo de Dante D’Antonio, al mando del site Buenos Aliens hoy en día, y antiguo seguidor del grupo (posee un impresionante archivo en VHS de una infinidad de shows; también es responsable del primer site armado por un grupo de rock argentino: losbrujos.com), grafica el final no anunciado de Los Brujos. Un poco más de cinco años han pasado de aquel momento y muchos todavía no le encuentran explicación a la ruptura de un grupo que tenía todo para jugar en las grandes ligas del rock local: puesta escénica única, hits como “Kanishka” y “La bomba”, reconocimiento de la prensa especializada. Fin de semana salvaje (1991), su álbum debut, vendió de movida 40 mil copias sin haber sido editado por un sello multinacional y sin contar con el aparato de promoción de una inexistente en ese entonces MTV, que luego sería crucial para democratizar el gusto de los púberes vía Ruth Infarinato. Adalides junto con Babasónicos y Juana La Loca de la generación “alternativa” (¡el grano en el culo del rock nacional!), Los Brujos ejemplifican muy bien todo lo que el itinerante festival Nuevo Rock Argentino (el Lollapalooza criollo, que encontraba sobre el mismo escenario a Peligrosos Gorriones con Todos Tus Muertos, a Illya Kuryaki con 2 Minutos) quería poner en el tapete y sólo logró a medias: un nuevo modo de tocar y lookear rock (post el cimbronazo de Nirvana y con las enseñanzas de Devo en sus espaldas), un nuevo modo de hacer circular rock (“Gira Caníbal” primero, luego “Los 10 Mandamientos”), un nuevo modo de escribir canciones (menos pensadas en confesiones de egos y más ligadas a la teatralización a lo Bowie). El grupo de zona sur también contó con la ayuda iluminada de Daniel Melero, quien ofició de productor y padre espiritual en los dos primeros discos. Sí, Los Brujos tenían todo para tomar el toro por las astas pero... Puede fallar, como sentenció Tu Sam.
Fabio Rey, uno de los guitarristas, da su versión de los hechos: “Evidentemente no teníamos todo para serlo, es un halago que algunos piensen eso. De alguna manera decidimos, por el beneficio de la duda, dejar a Los Brujos en ese lugar de todo lo que podría haber sido en vez de hacerlo. En un momento estábamos convencidos de ser la mejor banda del mundo y de ahí provenía nuestra energía que ardió en el fuego y se quemó”.
Por esas cosas de la vida, esa energía se fue evaporando día a día por las siempre vigentes “diferencias musicales”, que escondían como nunca distintos criterios estéticos y conflictos personales irresolubles. Nada raro si se indaga en el modus operandi de un grupo que hacía de la comunión entre sus miembros parte de su magia: llegaron a vivir un tiempo en comunidad en una casa de Banfield, no tenían líder, las decisiones eran tomadas por todos. El baterista Quique Ilid (conocido según los discos como Jimmy Nelson, Zibo o Lee) sugiere que éste fue el factor que terminó con el grupo: “En caso de haber limado ciertas asperezas, igual no podríamos haber seguido juntos cuando había una falta de liderazgo”. Riki, uno de los cantantes, adhiere: “Al principio esa diferencia era nuestra mejor virtud: nos hacía eclécticos y sorprendentes. Sin embargo, con el tiempo cada uno tomó su lugar y al no querer ceder nadie nada, se hacía imposible hacer música y hablar de cualquier cosa”. Lee Chi, entoncesbajista, añade: “A la distancia veo como infantil la separación, pero... Bueno, debía ser así”.
Otra voz pertinente es la de Rafael Cippolini, actual editor de la revista de artes plásticas Ramona y en los comienzos integrante del grupo como manager e ideólogo, esbozando una mirada poética de un asunto visceral: “Quizá no tan previsiblemente, Los Brujos se desintegraron en una anarquía introspectiva. Cuando terminaron de grabar San Cipriano, la imagen del beato que inspiró el disco (la habían comprado en una santería-porno-shop de Lomas de Zamora) se cayó de un estante muy alto y golpeó contra una caja de ritmos, destrozándola. Recuerdo que Metal Macumba (hoy Lee Chi) dijo: ‘El santo estaba incómodo; ahora comienza su venganza’. Sincrónicamente (créase o no), las relaciones intermúsicos explotaron”. Dante concuerda: “El desenlace se veía venir hace tiempo. La grabación de Guerra de nervios fue literalmente eso. Había como dos grandes fuerzas que pugnaban por el poder, desde puntos de vista que día a día se hacían más irreconciliables”. Según algunos, esas dos fuerzas estarían comandadas, casi como unos “Titanes en el Ring” psicodélicos, por la dupla conformada por Riki y Lee Chi por un lado (quienes se encargaron en su momento de anunciar la separación de Los Brujos sin el consentimiento del resto), y por el otro los demás, quienes llegaron a tocar un par de veces más en shows sorpresa y con un set instrumental que recuperaba el espíritu a gogó y sónico de los comienzos. Alaci, el otro cantante, sintetiza: “El problema principal fue que no era fácil decidir nada; Los Brujos veníamos tocando desde el ‘87, éramos más que amigos, como una fraternidad; supongo que en los últimos tiempos todos callaban lo que sentían para no herir al otro y eso provocó un retraimiento y distanciamiento entre nosotros”.
Más allá de las internas, más allá de quién tiene razón o quién no, la cuestión es que Los Brujos no existen más. Está claro que el valor de su aparición fue muy fuerte (generaron "resistencia" en cierta prensa especializada de la vieja guardia, aunque luego se los reconoció) , pero la anécdota de su desaparición no tuvo el voltaje que se merecía. Este desvanecerse sin pausa distaba mucho de la adrenalina y la energía vivaz que Los Brujos ponían en juego cada vez que subían al escenario, sin duda su lugar en el mundo. Porque si se recuerda algo de ellos es eso: una entrega vehemente, extremista, que ponían en circulación cuando enfrentaban a un público entusiasta. En sus shows no había palabras sermoneras (algo que también se volvió una marca en Babasónicos), declamando cierta arenga pseudopolítica. Cada concierto buscaba ser diferente. Y eso no es muy usual por aquí. Alaci: “Los Brujos fuimos un grupo auténtico y muy personal. La fiesta salvaje que proponíamos era en realidad vivida por la banda: la alegría, el disfrutar de los shows y nuestra compañía eran fundamentales para seguir siendo Los Brujos”.
A todo esto, Gabriel Guerrisi, el otro guitarrista y cerebro musical del grupo, afirma contar con un álbum inédito del grupo, producto de las sesiones post-separación (entre fines del ‘98 y mediados del ‘99), aunque ese material no verá nunca la luz. Por ahora. Guerrisi, también, pone paños fríos al affaire de la separación: “Hoy en día no estamos peleados. Las circunstancias no fueron las mejores: existía la típica tensión que se vive en esas situaciones. Nos causaba más dolor el maltrato del periodismo, las habladurías, que lo que había entre nosotros. En cuanto a ese disco perdido, nunca lo terminé de mezclar. Cuando podríamos haber salido a tocar, me fui de viaje y al volver escuchaba todo torcido. En esos pocos shows que dimos, éramos como Kiss sin máscaras: se trataba de apariciones fantasmas. Estábamos bien tocando entre nosotros, pero no queríamos sufrir el desgaste de todo lo otro: las giras, los shows en Cemento, etcétera”. Alguna vez, a mediados de los ‘90, ellos afirmaron: “Venimos de otro planeta”. Diez años antes, L.A. Spinetta ya se había preguntado en el prólogo de un libro sobre el rock argentino si los rockeros no eran todos marcianos. Es que el Flaco no sabía que la profecía tenía nombre: ni Mork ni ET: Los Brujos.

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