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Jueves, 27 de noviembre de 2003

FRENTE AL ESTRENO DE “KILL BILL”

El plato frío

Como el personaje de Uma Thurman, el gran Quentin Tarantino despierta luego de varios años y quiere venganza. Para hacer completo el disfrute, la película viene en dos partes.

POR MARTIN PEREZ
Cuenta la leyenda del origen de Kill Bill –la nueva película de Quentin Tarantino, que se estrena hoy en Buenos Aires– que todo comenzó hacia fines de 1994. Una noche de diciembre de aquel año, el teléfono de la mesa de luz de Harvey Weinstein sonó a eso de las dos de la mañana. Cuando el dueño de Miramax, la distribuidora independiente más poderosa de Hollywood, finalmente atendió el llamado, estaba dispuesto a hacer pagar bien caro el haber molestado su sueño. Tal como lo contó mucho después el propio Quentin Tarantino: “Harvey gritó: ‘¿Quién carajo llama a esta hora?’. Y yo dije: ‘Soy yo, Quentin. Acabo de escribir las primeras treinta páginas de mi nuevo guión. ¿Querés que te las lea?’ Hubo un largo silencio del otro lado de la línea, y finalmente Harvey dijo: ‘Uh... bueno’”.
A nueve años de aquel llamado, a Weinstein le preguntaron por esta nueva excentricidad de su director favorito. “Miramax existe gracias a Quentin”, fue su respuesta. “Así que haremos lo que él quiera hacer”, agregó el ejecutivo, que fue en realidad el responsable de la idea de partir la película en dos partes, cuando llevaban ya gastados 55 millones de dólares en lugar de los 39 millones previstos. “Cuando él me lo sugirió, yo ya estaba pensando en eso”, aclaró Tarantino en una de las tantas entrevistas que brindó en estos últimos meses. Tal como escribió Xan Brooks en una nota publicada a mediados de este año en el periódico inglés The Guardian, el Tarantino que llamó aquella madrugada a Harvey Weinstein era muy diferente al actual. Hasta comenzar este rodaje, había quienes pensaban que no volvería a filmar jamás. En un artículo publicado en la revista norteamericana Vanity Fair, sus amigos hablan de su debacle post-Jackie Brown, de los meses perdidos encerrado en su casa mirando la televisión en horario de trasnoche. El propio Tarantino habla de sus problemas con su súbita fama, y el acoso de sus fans, que derivó en dos incidentes policiales. Pero no habla tanto de su ruptura con Mira Sorvino, que lo sumió en una depresión que también jugo su parte en este ocaso.
Ahora bien, la gran pregunta es: ¿valió la pena tanta espera? La respuesta inmediata es sí, por supuesto. Al menos para recuperar a un cineasta como Tarantino, lanzado a recrear todos sus caprichos para disfrutar de una película que es puro detalle. Como un gran haiku del cine de acción, la línea argumental de Kill Bill está resumida en su propio nombre. De lo que trata es del camino hasta “Matar a Bill”. La que desea su muerte es el personaje sin nombre encarnado por Uma Thurman, una mujer a la que una banda de asesinos golpeó salvajemente hasta dejarla casi muerta en el día de su casamiento, cuando estaba embarazada de un hijo que terminó perdiendo. Cuatro años más tarde, al despertar del estado de coma, La Novia irá en busca de su venganza contra los Angeles (del Infierno) de Bill. Y de Bill mismo, encarnado por David Carradine (¿recuerdan “Kung Fu”?), a quién recién se verá en la segunda parte. En esta primera parte apenas si se repasa la historia de La Novia hasta llegar a una tremenda batalla final (que tardó en rodarse casi el mismo tiempo que todo Pulp Fiction) con una asesina japonesa encarnada por Lucy Liu, justamente uno de los nuevos Angeles de Charlie.
No deja de tener su lógica que Tarantino –y Weinstein– hayan decidido partir Kill Bill en dos. No sólo porque podrán cobrar dos veces la entrada para ver una sola película. Sino porque, de no haberlo hecho, deberían haber dejado afuera precisamente esos detalles que hacen al disfrute de un film tan vacío. Todo lo que hay en él es forma, cita y disfrute puro y llano. Resumiendo aquella vieja discusión sesentista entre cine de montaje y cine de poesía con un montaje de acción poético y sintético a la vez, Tarantino está de regreso, dejando de lado todas las marcas de fábrica de su cine. No encontrarán aquí esos largos diálogos inteligentes o irónicos:hay sólo imagen, silencios y detalles. Tarantino es como La Novia, un cineasta que despierta después de seis años. Su venganza es contra ese cine que le robó a su hijo, su propio modelo del cine de acción. Así se reinventa a sí mismo. Resume y amplía en un mismo movimiento, entregando una película de acción tan esencial que es necesario partirla en dos para poderla recorrer en todo su esplendor.

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